Textos más populares este mes de Rosario de Acuña etiquetados como Cuento | pág. 2

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autor: Rosario de Acuña etiqueta: Cuento


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Los Pinceles

Rosario de Acuña


Cuento


A la señora doña Amalia Segni

Dedicatoria

Mi buena Amalia:

Tú no puedes quedar olvidada en este libro, cuyas páginas son testimonio de amistad  y gratitud para los pocos seres que, llevando en sus almas un dolor sincero, velaron a la cabecera de mi cama en aquellas terribles noches en que el frío penetrante de la infección palúdica, al llegar a mi corazón, lo avecinó en las teleras de la muerte. Tú también, con lágrimas de penas en los ojos, pasaste tu pañuelo por mi frente cuando el sudor de nieve me dejaba en mortales síncopes, y entre aquellas contadísimas almas que se agrupaban a mi lado, pensando con infinita amargura que pronto dejarían de verme, tu nobilísima y tierna alma ocupó dignamente un lugar. Aquí en estas páginas, primeros escarceos que hace la imaginación al salir del mundo del dolor físico para tomar otra vez puesto de viviente en el mundo del dolor moral, tienes también tu sitio. Que te sea grato este cuento que te dedica como brevísima prueba del afecto  y gratitud que te guarda, tu amiga

Rosario

Septiembre 1892
 

Todos tenían un alma; un alma pequeñita, sutil, indivisible e impalpable que no se sabe cómo había ido formándose cuando las varillas de pino se habían encontrado con aquellas borlitas de pelo de marta, sedosas y flexibles, sujetas por un canutito de metal.

Entonces, del contacto de aquellos tres productos de la Naturaleza, puestos en vibración simultánea, había surgida un átomo consciente, pensante, y he aquí las almitas de aquellos pinceles que, en apretado haz, estaban tendidos sobre una paleta rebosante de hermosísimos colores.


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Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

Sobre la Hoja de un Árbol

Rosario de Acuña


Cuento


Terminaba el otoño; debajo del ancho esparragado de mi casa, toldo que fue de verdes hojas y hoy deja al descubierto los retorcidos sarmientos de las viejas parras, se extendía esa mullida alfombra con que el invierno viste la húmeda tierra; el viento del otoño, arremolinando las secas hojas de los vecinos árboles, trajo a mis plantas la de un castaño de indias, que entre varios formó en estío una fresca alameda propia para soñar venturas imposibles o para recordar dichas pasadas.

Sobre una de las hojas, entre los arrugados pliegues de sus libras secas y retorcidas, se contemplaba el poema de la vida en todas sus manifestaciones; ¡quien lo diría! Los actores de aquel poema, que tan grande parece, eran casi microscópicos, eran dos solas hormigas, la hoja era su mundo; millares de ellas, desprendidas de árboles y de plantas, girarían en aquel instante en el inmenso espacio de un hemisferio terrestre y, sin embargo, de aquellas dos hormigas, ajenas al infinito número de mundos que las rodeaba, sin conocer acaso otro universo que aquel estrecho recinto que con ímpetu vertiginosa las arrastraba en el espacio, se entregaban a la más encarnizada lucha por la existencia ¡como si su vida fuera algo en el concierto de las vidas superiores, y como si el mundo que en aquel momento habitaban fuese el perenne cimiento de los mundos; y no una mísera hoja seca perdida en el infinito número de sus semejantes!


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Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

El Primer Día de Libertad

Rosario de Acuña


Cuento


Viajero que pasas, si te detienes junto a esas piedras que bordean el camino, recoge estos apuntes que te dejo entre las finísimas hebras de mis plumas; párate y escucha las últimas frases de mi agonía, escritas entre los píos de mis postrimeros gorjeos; ¡ojalá que medites al terminar lo que leyeres!, ¡ojalá que busques entre el terroso polvo que pisas, algún tenue hueso de aquel que fue mi cuerpo!; y ¡ojalá que, al tender tu mirada en el espacio de los cielos, no envidies el poder de las alas que allá en tu fantasía, quisieras tener para cruzar, como el pájaro, la región infinita sin fijar tu planta sobre la áspera tierra…! ¡Escucha…!


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Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

La Gota de Agua y la Estrella

Rosario de Acuña


Cuento


El crepúsculo de una tarde de junio envolvía entre vagas sombras la hermosa vega de Córdoba; anchos festones de rojizas atmósferas acariciaban con sus flotantes pliegues la joya más preciada de la corona de Abd-er-rahman, joya que entre la filigrana de su ojivas enseña a nuestra generación la mano bárbara de los profanadores del arte o de los envidiosos de nuestras riquezas...


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Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

El Cañamón Dorado

Rosario de Acuña


Cuento


Se erguía la mata de cáñamo sobre todas las del vallejo. Cuando las frescas brisas del anochecer bajaban por la cañada sembrando los perfumes del heno sobre los apretados cogollos de cañamones, se llenaba toda la hondonada de rumores como si de planta a planta se cruzaran besos de amor y suspiros de esperanza.

Entonces el hada de los prados, la que desparrama el rocío en perlitas de cristal sobre el cáliz de las campanillas y las hojitas del trébol; el hada pequeña y esbelta que vuela sostenida por alas de mariposas azules y blancas para proteger la vida de las plantas humildes empezaba a descender desde las alturas posándose, con delicadezas de libélula, sobre las cimbreantes hojas del cáñamo. A cada mata le hacía una caricia y, mientras besaba los capullos con sus antenas, iba recogiendo los deseos de todas aquellas menudas almas que, al fin como almas, ambicionaban algo fuera de sí. El hada oía, sonreía y volaba. Así llegose a posar en la soberana de la heredad.

La noche cerraba el horizonte de sombras; había llegado la hora de los misterios augustos, cuando la espiga ya madura, resquebraja, con último esfuerzo, su película para caer fecunda al primer beso del sol; había llegado la hora de las germinaciones desconocidas, de las vehemencias ignoradas, de las transformaciones sutiles, de todo ese vivir del mundo vegetal que se estremece, con incógnitas vibraciones, para ofrecerse a la aurora, rebosante de color y de perfume.


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Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

Periquín

Rosario de Acuña


Cuento


Dedicada a las niñas Amparo y Luisa Calleja
 

¡Cuánto lloráis a vuestro pequeño gorrión! ¡Y en verdad que mereció esa pena! ¡Pobre Periquín! ¡Cómo aleteaba, entonando al compás de sus alegrías de pájaro el dulce «pío pío» de criatura mimada! ¡Qué bien os conocía y con qué mohines de ternura recibió de vuestras frescas y virginales bocas la migajas de pan y el sabroso cañamón! ¡Qué nidito tan blando y caliente encontraba cuando se arrebujaba bajo vuestro cuello! ¡Pobrecito! ¡Tan manso, tan cariñoso, tan dulce, tan confiado! Todo él era un destello de virtudes celestes encerrado en el pequeño núcleo de un corazón alado y, sin embargo, era un gorrión. Pertenecía a esa especie brava, audaz e impúdica que triunfa por fuerte en la lucha por la vida del mundo de las aves; era hijo, nieto, descendiente de esos tiranuelos que son gigantes fieros en la república de los pájaros pequeños. Su pico duro, arma resistente para combatir y herramienta para triturar, ¡parece mentira cómo sabía imitar el beso! Sus alas, llenas de fibras, estaban hechas para huir rápidamente del peligro o lanzarse con furia sobre la presa, no para acoclarse con temores de amor en torno a vuestro rostro.

¡Hoy reposa entre las raíces de un heliotropo, quién sabe si víctima de una debilidad, de una abdicación, por placidez y apocamiento, de sus herencias de gorrión soberbio y egoísta!... ¡La historia de siempre! El amor crucificado, la abnegación enterrada con los huesos de un pájaro, cuya existencia fue tan breve que aún dura la primavera que le dio vida... y la soberbia y el egoísmo triunfantes en los demás gorriones que canturrean sus alegrías cruzando libres montes y valles.


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Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

El Baratero

Rosario de Acuña


Cuento


El mocito se las traía. Vivía en un barrio popular, pero en una casona grande y vieja, cuyo piso principal lo tenía alquilado un clérigo, vara alta en la parroquia, con vistas a Roma, y bien cubierto de peluconas, y en el piso segundo vivía un retirado de la milicia, cojo de la pata derecha, por lo que andaba siempre torcido, y manco de la misma mano, por lo que se manejaba zurdamente; con un ojo menos, con lo que no veía más que a tres palmos de las narices, y lleno el pecho de cruces y de medallas, de tal manera, que vivía en grande con los que le rentaba.


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Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

¡Ilusión!

Rosario de Acuña


Cuento


Aprende en mí, viajero fatigado por las asperezas del camino, pastor que cruzas detrás del esparcido ganado los agrestes riscos de la sierra, campesino que te inclinas afanoso sobre el profundo surco, que acaso no te devuelva el fruto de tu trabajo; artista que terminas con febril emoción la ímproba tarea… Aprende en mí, quien quiera que seas, y que al salir el sol entre sus brumas de oro, resuenen los ecos de mis recuerdos en las profundidades de tu alma.

La aurora, como ráfaga de abrasadora hoguera, como destello de juventud, prendía en el oriente su pabellón de gualda: donde las ramas de un laurel vi sus luces tornasoladas jugando entre las trasparentes gasas del cielo, y ebria de amor, lanceme al océano batiendo sus olas invisibles con las ligeras plumas de mis alas. Allá, muy lejos, se dibujaban sobre la parda tierra las nieblas de la noche y en derredor de mí se vestía la Naturaleza su manto de reina, para saludar con el cántico de bienvenida al astro de la luz.

«¡Oh sol, bendito sea el fecundo beso de tus primeros rayos! ¡Dichosa quien te mira encender la antorcha de la vida en los horizontes de la tierra! ¡Feliz aquel que puede penetrar en las estelas luminosas de tu carro, mandándote la primera nota del himno triunfal con que te recibe el mundo!»

Así canté a los primeros destellos del sol: mis alas batían el aire con rapidez vertiginosa, y a su impulso subía… subía cruzando el etéreo azul del transparente cielo, como el ligero esquife del pobre pescador la intensidad movible de los mares.


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Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

El Enemigo de la Muerte

Rosario de Acuña


Cuento


Dedicado a José Anca, médico de Pinto.
 

«El conflicto es importante: estáis en mi presencia porque yo no cuento con bastantes fuerzas para resolver la cuestión; me acordé de vuestros padres, la Soberbia y el Sensualismo, pues donde yo ando están bien esas dos pasiones tan corruptoras como yo, convencidos de que es necesario cese ese estado de cosas en la aldehuela de Cariamor, donde campa por sus respetos el doctor Almalegre, os evocaron a mi presencia, dejando a vuestra iniciativa la presentación: decid quiénes sois y qué podéis hacer para resolver el conflicto.»

Quien así hablaba era la Muerte. Replegando su manto de jirones de miseria, dejaba al descubierto su amarillento esqueleto, sentada en actitud meditabunda sobre áspero guijarro; a su alrededor se veía un grupo de seres fantásticos: los unos, mitad hermosas mujeres, mitad reptiles; los otros, fuertes mancebos terminados en cuerpos de fieras. En lontananza se extendía hermoso valle, cerrado por áspera cordillera revestida de perpetuas nieves; en el fondo del valle, desparramadas sus casas entre florestas y robledales, se alzaba la aldea de Cariamor, que, escondida entre uno de los repliegues del Pirineo y defendiéndose de los fríos de sus neveras por rocosos taludes y frondosos bosques, gozaba de todas 1as dulzuras del Mediodía y de todos los vigores del Norte.

A este pequeño rincón del mundo, llegó un doctor, que, sin saber por qué, aunque es de presumir que por mucha sabiduría, se había encerrado en el valle, y hacia veinte años asistía a sus habitantes.


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Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

La Abeja Desterrada

Rosario de Acuña


Cuento


Al doctor Aramendía, catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid.
 

Señor: Su ciencia y su bondad me devolvieron la salud cuando hacía meses que luchaba contra el veneno de extenuantes fiebres infecciosas; el destino le trajo a mi hogar a tiempo de sacarme de una horrible agonía, ya iniciada en larguísimas horas de caquexia palúdica. Salud y vida le debo, y es bien cierto que, de existir el milagro, fuera uno de ellos el que vos hicisteis. Mi cerebro, luchando por secundar vuestra ciencia, no puedo, hasta hoy hacer otra cosa que reconcentrar energías contra el enemigo que le asediaba. Dada ya de alta y próxima a marchar por largo tiempo, quizás para siempre, a orillas del Océano, el sencillo cuento que sigue es el primer viaje de mi imaginación por el mundo de la idea; se lo ofrezco, no por lo que vale, sino porque es la aurora de un alma que, merced a vuestra admirable solicitud, vuelve a la primavera del vivir, desde la fría invernada de la muerte, y ¡qué aurora, por muy pálida que sea, no trae alguna belleza! Que mi gratitud la avalore y su indulgencia de verdadero sabio la acepte. Es el homenaje del agradecimiento, del respeto y del afecto que le ofrece su atenta

Rosario de Acuña

* * *

Érase una colmena bien poblada. ¡Y qué bullicio había en ella!

–¡Vaya, vaya con el lance! –decía la muchedumbre de las abejas– ¡Habrase visto necedad como la suya!

¿De qué se trataba? Poca cosa; una abeja que se había empeñado en derrochar miel… ¡a quién se le ocurre! Era una sola entre las mil del colmenar. Se decretó el destierro; no se podía consentir tan estrafalaria demencia; lo decían así las más ancianas de la tribu, el Consejo de Administración, el pueblo; en fin, el reino todo.


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Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

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