Textos más populares este mes de Rosario de Acuña etiquetados como Cuento | pág. 3

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autor: Rosario de Acuña etiqueta: Cuento


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La Roca del Suspiro

Rosario de Acuña


Cuento


En las montañas de Vizcaya, bajo su cielo ceniciento, y en su costa bordada de escollos y salpicada por un mar casi siempre turbulento y sombrío, sobre un promontorio de granito que avanza en áspero talud entre las olas del océano, álzanse, en la misma roca asentadas, las ruinas de un castillo, medio cubiertas de zarzas y de hiedra, y solamente habitadas por el espantadizo búho y el medroso murciélago: como toda ruina, tiene su tradición o leyenda, y como toda leyenda, la suya aparece sencilla, apasionada y melancólica, levantándose como indecisa niebla ante el fulgor de la aurora, sobre aquellas piedras carcomidas por el paso del tiempo y el constante batir de las olas.

Cuentan que allá en lejanos días, cuando el castillo se elevaba arrogante, vivía en su recinto un anciano señor de noble linaje, aunque de escasas rentas, que por su mejor fortuna tenía una nieta bella como una mañana de primavera, y de alma tan angelical como la sonrisa de un niño; pobres y retirados a la morada de sus mayores, vivían con algunos fieles y antiguos vasallos, tan ajenos a las vanidades mundanas, como felices con su ignorada existencia.


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Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

El Amor a la Lumbre

Rosario de Acuña


Cuento


I

El sol se oculta entre las rojas brumas de una tarde de invierno; con su luz se va ese dulce calor que aviva nuestra sangre y desarruga las últimas hojas que aun se columpian en los desnudos árboles; dentro de pocos instantes la noche, y con la noche el hielo, envolverá en frío capuz de tinieblas y de escarchas esta tierra donde reposa la  muerte y lucha la vida… apresuremos el paso, que muy pronto el cierzo azotará, con sus agujas de nieve, nuestro aterido rostro. En la huerta todo es ya sombra; los negruzcos sarmientos de las parras se enroscan simulando gigantescas serpientes alrededor del invisible alambre; el cardo se columpia  como ramillete de espinas, destacando, con sus tintas grises, sobre la rizada acelga, que ante la vaga luz del crepúsculo parece un águila dormida sobre los húmedos surcos del huerto; las cañas entrelazadas para abrigar las plantas aun tiernas, gimen con áspero chirrido, y con sus hojas largas y secas figuran alineadas banderas hechas jirones en medio de encarnizada lucha; los gorriones buscan ansiosos el rincón que abandonaron al percibir la aurora, y en confusa gritería se ahuecan y recogen entre los ruinosos ladrillos de la tapia, o en algún agujero de un tronco carcomido; el vencejo sale de su escondite para rozar con sus plomizas alas el rostro del importuno que le espantó con su presencia, y allá, a lo lejos, la esquila del ganado, el estridente grito de la lechuza, y la melancólica canción de algún pobre que vuelve a su vivienda, anuncian a los sanos de corazón que es menester recogerse al amor de la lumbre.

II

Vengan los gruesos troncos del olivo, ese buen amigo del hombre que con la dulce savia de sus fibras da alimento, luz y calor; enciéndase la llama en la espaciosa chimenea y viéndola revoltear en azulados espirares, soñemos, puesto que para vivir es menester soñar.


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Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

La Tristeza

Rosario de Acuña


Cuento


Hace muchos años que en una aldea pobre y miserable de las montañas cantábricas sucedió lo que voy a contar; misteriosos signos de un antiguo pergamino, traducidos por un viejecito del lugar, me hicieron conocer el suceso, que, si no en aquella aldea, puede colocarse en cualquiera otra parte pues para el caso es igual; de este modo dice la crónica:

«Acababa la gente del lugar de cerrar con una alegre danza las fiestas de la vendimia, cuando repararon en una mujer forastera en el pueblo, cuyo aspecto miserable y abatido contrastaba con el alegre conjunto del vecindario. Alta, escuálida, medio cubierta de andrajos, de edad indefinible y ojos penetrantes, atraía las miradas de todos los aldeanos, que poco a poco, y volviéndose de cuando en cuando para mirarla, fueron desfilando por entre el laberinto de sus pobres chozas. Quedose solamente en la plaza el tío Roque, viejo marrullero dado a cuentas de brujas y a trasnochadas leyendas; muy amigo de todas las mozas del pueblo por su buen humor, franca alegría y estrambóticos consejos, y vividor incansable sobre los bienes del prójimo, pues de todas partes sacaba ración; bien es verdad que su edad y muchos achaques que le agobiaban, le impedían todo trabajo, al que allá en sus mocedades dicen que le tenía gran afición. Acercase lentamente el acabado anciano a la forastera, que estaba sentada bajo la sombra de un hermoso roble, y cuando ya le quedaba poco para llegar la saludó humildemente quitándose el raído e informe casquete que le cubría malamente los cuatro mechones de lino que brotaban de su cabeza; contestó la interpelada con una sonrisa indefinible, y sin esperar la pregunta que ya se veía brotar de los labios del tío Roque, le dijo:


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Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

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