Textos por orden alfabético inverso de Rosario de Acuña publicados el 29 de agosto de 2019 | pág. 2

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autor: Rosario de Acuña fecha: 29-08-2019


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El Enemigo de la Muerte

Rosario de Acuña


Cuento


Dedicado a José Anca, médico de Pinto.
 

«El conflicto es importante: estáis en mi presencia porque yo no cuento con bastantes fuerzas para resolver la cuestión; me acordé de vuestros padres, la Soberbia y el Sensualismo, pues donde yo ando están bien esas dos pasiones tan corruptoras como yo, convencidos de que es necesario cese ese estado de cosas en la aldehuela de Cariamor, donde campa por sus respetos el doctor Almalegre, os evocaron a mi presencia, dejando a vuestra iniciativa la presentación: decid quiénes sois y qué podéis hacer para resolver el conflicto.»

Quien así hablaba era la Muerte. Replegando su manto de jirones de miseria, dejaba al descubierto su amarillento esqueleto, sentada en actitud meditabunda sobre áspero guijarro; a su alrededor se veía un grupo de seres fantásticos: los unos, mitad hermosas mujeres, mitad reptiles; los otros, fuertes mancebos terminados en cuerpos de fieras. En lontananza se extendía hermoso valle, cerrado por áspera cordillera revestida de perpetuas nieves; en el fondo del valle, desparramadas sus casas entre florestas y robledales, se alzaba la aldea de Cariamor, que, escondida entre uno de los repliegues del Pirineo y defendiéndose de los fríos de sus neveras por rocosos taludes y frondosos bosques, gozaba de todas 1as dulzuras del Mediodía y de todos los vigores del Norte.

A este pequeño rincón del mundo, llegó un doctor, que, sin saber por qué, aunque es de presumir que por mucha sabiduría, se había encerrado en el valle, y hacia veinte años asistía a sus habitantes.


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Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

A Vista de Araña

Rosario de Acuña


Cuento


Allá por el Oriente empezaban a iluminarse con las vagas tintas de la aurora, los contornos de la tierra.

Toda la creación se estremecía con esos albores que traen a la naturaleza nuevos efluvios de vida y calor.

La Naturaleza comenzaba a vivir ansiando levantar el himno de bienvenida al sol, alma del mundo, que, con sus rayos de fuego, marca el paso del tiempo en el reloj de la existencia.

Descendamos; no es en el oscuro retiro de intrincada floresta donde hemos de asentar la huella, que, al fin allí, entre arbustos y zarzas, aún se podría vislumbrar un átomo de Dios, reflejado en la Naturaleza.

No  es en los sombríos antros de profunda caverna donde el pensamiento ha de buscar su inspiración, que allí también se podría hallar, en medio de la terrorífica sombra, el luminoso espectro de Dios.

No es tampoco en el abrupto laberinto de algún hondo abismo, donde habrán de sumirse los destellos del espíritu, que, también entre las ennegrecidas y dislocadas rocas, y en medio del silencio y la soledad de una naturaleza; muerta para la luz, podría encontrarse el reflejo del alma divina, fulgurando con incesante alma y recreándose en sus obras.

Descendamos más hondo que a la floresta, más hondo que a la gruta, más que al abismo; busquemos algo que nos aleje del principio universal de la vida, y en alas de la fantástica imaginación, penetremos en uno de esos alcázares de barro que se alzan sobre nuestro mundo de granito y de fuego, átomos de polvo en los remotos siglos del porvenir, gigantes de sillería en las edades presentes.

Hela allí; es muy negra, muy redonda; sus patas extendidas en semicírculo, finas como hebras de seda, revestidas interiormente de un pelo suave y lustroso, forman, en derredor de su abultado cuerpo, una corona de rayos.


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Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

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