Sucedieron estos hechos que voy a contarte, oh, querido mío, cuando
los animales domésticos eran salvajes. El Perro era salvaje, como lo
eran también el Caballo, la Vaca, la Oveja y el Cerdo, tan salvajes como
pueda imaginarse, y vagaban por la húmeda y salvaje espesura en
compañía de sus salvajes parientes; pero el más salvaje de todos los
animales salvajes era el Gato. El Gato caminaba solo y no le importaba
estar aquí o allá.
También el Hombre era salvaje, claro está. Era terriblemente salvaje.
No comenzó a domesticarse hasta que conoció a la Mujer y ella repudió
su montaraz modo de vida. La Mujer escogió para dormir una bonita cueva
sin humedades en lugar de un montón de hojas mojadas, y esparció arena
limpia sobre el suelo, encendió un buen fuego de leña al fondo de la
cueva y colgó una piel de Caballo Salvaje, con la cola hacia abajo,
sobre la entrada; después dijo:
—Límpiate los pies antes de entrar; de ahora en adelante tendremos un hogar.
Esa noche, querido mío, comieron Cordero Salvaje asado sobre piedras
calientes y sazonado con ajo y pimienta silvestres, y Pato Salvaje
relleno de arroz silvestre, y alholva y cilantro silvestres, y tuétano
de Buey Salvaje, y cerezas y granadillas silvestres. Luego, cuando el
Hombre se durmió más feliz que un niño delante de la hoguera, la Mujer
se sentó a cardar lana. Cogió un hueso del hombro de cordero, la gran
paletilla plana, contempló los portentosos signos que había en él,
arrojó más leña al fuego e hizo un conjuro, el primer Conjuro Cantado
del mundo.
En la húmeda y salvaje espesura, los animales salvajes se congregaron
en un lugar desde donde se alcanzaba a divisar desde muy lejos la luz
del fuego y se preguntaron qué podría significar aquello.
Entonces Caballo Salvaje golpeó el suelo con la pezuña y dijo:
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