El Filo de la Noche
Rudyard Kipling
Cuento
¡Ah! ¿De qué sirve el giro clásico
o la palabra precisa,
ante la fuerza del hecho,
contado sin amañar?
¿Qué es el Arte que plasmamos
en pintura, rima y prosa
ante a la Naturaleza bruta
que mil veces nos derrota?
—¡ Eh! ¡Eh! ¡Contén a tus caballos! ¡Detente!… ¡Bien! ¡Bien! —Un hombre enjuto, con un abrigo forrado de marta, saltó de un vehículo privado, impidiéndome el paso camino de Pall Mall—. ¿No me conoces? Es comprensible. Apenas llevaba nada encima la última vez que nos vimos… en Sudáfrica.
Cayeron las escamas de mis ojos y lo vi con una camisa militar de color azul claro, tras un alambre de espino, entre los prisioneros holandeses que se lavaban en Simonstown, hace más de doce años.
—Pero ¡si eres Zigler…! ¡Laughton O. Zigler! —exclamé—. ¡Cuánto me alegro de verte!
—¡Por favor! No malgastes tu inglés conmigo. «Cuánto me alegro de verte… y bla, bla, bla». ¿Vives aquí?
—No, he venido a comprar provisiones.
—En ese caso, sube a mi automóvil. ¿Adónde vas?… ¡Sí, los conozco! Mi querido lord Marshalton es uno de los directores. Piggott, llévanos a la Cooperativa de Suministros Navales y Militares, S. L., en Victoria Street, Westminster.
Se acomodó en los mullidos asientos neumáticos color paloma y su sonrisa fue como si todas las luces se encendieran de pronto. Tenía los dientes más blancos que los accesorios de marfil del coche. Olía a un jabón extraño y a cigarrillos, los mismos que me ofreció de una pitillera dorada con un encendedor automático. En mi lado del coche había un espejo con marco de oro, una baraja y un estuche de tocador. Lo miré con aire inquisitivo.
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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.