Textos más largos de Rudyard Kipling etiquetados como Cuento | pág. 4

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autor: Rudyard Kipling etiqueta: Cuento


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Aficionados

Rudyard Kipling


Cuento


Como la astronomía es aún menos lucrativa que la arquitectura, fue una suerte para Harries que un tío suyo comprara un desierto en un país lejano que resultó contener petróleo. La consecuencia para Harries, su único sobrino, fue una inversión cercana a las mil libras que reportaba sus beneficios anuales.

Una vez que los albaceas se hubieron ocuparon de todo, Harries, a quien bien podría calificarse de ayudante casi sin sueldo del observatorio Washe, invitó a cenar a tres hombres tras evaluarlos y ponerlos a prueba bajo lunas refulgentes y hostiles en Tierra de Nadie.

Vaughan, auxiliar de cirugía en St. Peggoty’s, construía por entonces un consultorio cerca de Sloane Street. Loftie, un patólogo de incipiente reputación, era —pues se había casado con la inestable hija de una de sus antiguas patronas londinenses— asesor bacteriológico de un departamento público, donde ganaba quinientas setenta libras anuales y esperaba alcanzar la antigüedad necesaria para obtener una pensión. Ackerman, que también trabajaba en St. Peggotty’s, recibió en herencia unos cientos de libras al año nada más terminar su carrera y renunció a cualquier trabajo serio que no fuera la gastronomía y sus artes afines.

Vaughan y Loftie estaban al corriente de la suerte de Harries, quien les explicó todos los detalles durante la cena y señaló cuáles serían sus ingresos calculando por lo bajo.

—Tachuelas puede corroborarlo —dijo.

Ackerman se empequeñeció en su silla, como si se tratara del agujero del proyectil donde un día tramara la retirada para todos.

—Nos conocemos bastante bien —empezó a decir—. Nos hemos visto todos diseccionados hasta el último átomo con bastante frecuencia, ¿no es cierto? No necesitamos camuflaje. ¿Estáis de acuerdo? Siempre decís lo que haríais si fuerais independientes. ¿Habéis cambiado de opinión?


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23 págs. / 41 minutos / 162 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El "Ankus" del Rey

Rudyard Kipling


Cuento


Cuatro cosas hay que nunca están contentas,
que siempre son insaciables: la boca de Jacala
el buche del milano; las manos de los monos y
los ojos del hombre.

(Adagio de la selva)


Kaa, la enorme serpiente pitón de la Peña había mudado su piel quizás por ducentésima vez desde su nacimiento, y Mowgli, que nunca olvidó que le debía la vida a Kaa por aquella noche en que ella trabajó tanto en las moradas frías —como acaso recordarán ustedes—, fue a felicitarla. La muda de la piel siempre hace que una serpiente se sienta irritable y deprimida, lo que dura hasta que la piel nueva empieza a mostrarse hermosa y brillante. Ya no volvió Kaa a burlarse de Mowgli, sino que lo aceptó, como lo hacían los demás pueblos de la selva, como amo y señor de ésta, y le traía cuantas noticias podía naturalmente escuchar una serpiente pitón de su tamaño. Lo que Kaa no sabía acerca de la selva media, como la llamaban —la vida que se desliza por encima o por debajo de la tierra entre piedras, madrigueras y troncos de árbol—, podría ser escrito en la más pequeña de sus escamas.

Aquella tarde Mowgli estaba sentado en el círculo que formaban los grandes repliegues del cuerpo de Kaa, manoseando la escamosa y rota piel vieja que estaba entre las rocas formando eses y enroscada, tal como Kaa la había dejado. Kaa, con mucha cortesía, se había hecho un ovillo bajo los anchos y desnudos hombros de Mowgli, de tal manera que el muchacho descansara en un sillón viviente.

—Es perfecta hasta las escamas de los ojos —dijo Mowgli entre dientes, jugando con la piel vieja—. ¡Qué extraño es ver uno mismo, a sus pies, la cubierta de su propia cabeza!

—Sí, pero yo no tengo pies —respondió Kaa—; y como es esta la costumbre de toda mi gente, no lo encuentro extraño. ¿No se te vuelve la piel vieja y áspera?


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Radio

Rudyard Kipling


Cuento


LA CANCIÓN DE RASPAR, EN «VARDA»

Alta la mirada ante los peligros,
los muchachos siguen el vuelo de Psyche,
vueltos hacia arriba los rostros sudorosos,
con redes azotan los vacíos cielos.

Sigue su caída entre los zarzales,
se pinchan los dedos con copas de pinos.
Tras mil arañazos y otros tantos golpes
enjugan sus frentes, y la caza cesa.

Viene luego el padre a tranquilizarlos
y calma el derroche de dolor y pena,
diciendo: «Hijos míos, id hasta mi huerto
y de él traedme una hoja de col.

»Hallaréis en ella montones de huevos
grises y sin lustre, que, bien protegidos
en larva se tornan y luego en docenas
de Pysches radiantes y resucitadas».

«El Cielo es hermoso; es fea la Tierra»,
dijo el sacerdote tridimensionado.
No busques a Psyche nacer donde yacen
babosa y lombriz… ¡Ésa es nuestra muerte!

ERIK JOHAN STAGNELIUS

—¿ No le resulta raro este asunto de Marconi? —preguntó el señor Shaynor, con tos ronca—. Al parecer no le afecta nada, ni tormentas, ni montañas… nada; si es verdad, mañana lo sabremos.

—Pues claro que es verdad —respondí, pasando detrás del mostrador—. ¿Dónde está el anciano señor Cashell?

—Ha tenido que irse a la cama por la gripe. Dijo que seguramente vendría usted por aquí.

—¿Y su sobrino?

—Dentro, preparándolo todo. Me ha contado que en su último intento instalaron una antena en el tejado de uno de los grandes hoteles; las baterías electrificaron el agua y —soltó una risotada— las damas recibieron calambrazos al tomar sus baños.

—No lo sabía.


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21 págs. / 38 minutos / 64 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Servidores de su Majestad

Rudyard Kipling


Cuento


Por quebrados podéis resolverlo,
o también por regla de tres;
pero el camino de Tweedledum,
no es el de Tweedledee.

Torced el problema, revolvedlo,
plegadlo como gustéis;
pero el camino de PillyWinky
no es el mismo que el de WínkiePop.


Copiosa lluvia había estado cayendo durante un mes entero... Había caído sobre un campamento de treinta mil hombres, millares de camellos, elefantes, caballos, bueyes y mulas, reunidos en un lugar llamado Rawal Pindi, para que el virrey de la India le pasara revista. éste recibía la visita del emir de Afganistán, rey salvaje de un salvajísimo país; el emir había traído, acompañándole, una guardia de ochocientos hombres e igual número de caballos que nunca antes habían visto un campamento o una locomotora; hombres salvajes y caballos salvajes también sacados de algún lugar del corazón de Asia Central. Cada noche, un pelotón de esos caballos rompía las cuerdas que los sujetaban y se lanzaban estrepitosamente de un lado al otro del campamento, entre el barro y la oscuridad; o bien los camellos se desataban y corrían por allí tropezando con las cuerdas que sostenían las tiendas; ya puede imaginarse lo agradable que esto sería para los hombres que intentaban dormir. Mi tienda estaba situada lejos de las filas de camellos, y por eso pensaba yo encontrarme en sitio seguro. Pero una noche un hombre asomó la cabeza por mi tienda y gritó:

—¡Salga pronto! ¡Allí vienen! ¡Ya derribaron mi tienda!


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21 págs. / 37 minutos / 336 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Iglesia que Había en Antioquía

Rudyard Kipling


Cuento


Cuando Pedro vino a Antioquía,
yo me enfrenté a él cara a cara y le reprendí.

Carta de san Pablo a los gálatas 2:11

La madre, una viuda romana, devota y de alta cuna, decidió que al hijo no le hacía ningún bien continuar en aquella Legión del Oriente tan próxima a la librepensadora Constantinopla, y así le procuró un destino civil en Antioquía, donde su tío, Lucio Sergio, era el jefe de la guardia urbana. Valens obedeció como hijo y como joven ávido por conocer la vida, y en ese momento llegaba a la puerta de su tío.

—Esa cuñada mía —observó el anciano— sólo se acuerda de mí cuando necesita algo. ¿Qué has hecho?

—Nada, tío.

—O sea que todo, ¿no?

—Eso cree mi madre, pero no es así.

—Ya lo veremos.

—Tus habitaciones se encuentran al otro lado del patio. Tu… equipaje ya está allí… ¡Bah, no pienso interferir en tus asuntos privados! No soy el tío de lengua áspera. Toma un baño. Hablaremos durante la cena.

Pero antes de esa hora «Padre Serga», que así llamaban al prefecto de la guardia, supo por el erario que su sobrino había marchado desde Constantinopla a cargo de un convoy del tesoro público que, tras un choque con los bandidos en el paso de Tarso, entregó oportunamente.

—¿Por qué no me lo dijiste? —quiso saber su tío mientras cenaban.

—Primero debía informar al erario —fue la respuesta.

Serga lo miró y dijo:

—¡Por los dioses! Eres igual que tu padre. Los cilicios sois escandalosamente cumplidores.

—Ya me he dado cuenta. Nos tendieron una emboscada a menos de ocho kilómetros de Tarso. ¿Aquí también son frecuentes esas cosas?


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21 págs. / 37 minutos / 261 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Filo de la Noche

Rudyard Kipling


Cuento


¡Ah! ¿De qué sirve el giro clásico
o la palabra precisa,
ante la fuerza del hecho,
contado sin amañar?

¿Qué es el Arte que plasmamos
en pintura, rima y prosa
ante a la Naturaleza bruta
que mil veces nos derrota?

—¡ Eh! ¡Eh! ¡Contén a tus caballos! ¡Detente!… ¡Bien! ¡Bien! —Un hombre enjuto, con un abrigo forrado de marta, saltó de un vehículo privado, impidiéndome el paso camino de Pall Mall—. ¿No me conoces? Es comprensible. Apenas llevaba nada encima la última vez que nos vimos… en Sudáfrica.

Cayeron las escamas de mis ojos y lo vi con una camisa militar de color azul claro, tras un alambre de espino, entre los prisioneros holandeses que se lavaban en Simonstown, hace más de doce años.

—Pero ¡si eres Zigler…! ¡Laughton O. Zigler! —exclamé—. ¡Cuánto me alegro de verte!

—¡Por favor! No malgastes tu inglés conmigo. «Cuánto me alegro de verte… y bla, bla, bla». ¿Vives aquí?

—No, he venido a comprar provisiones.

—En ese caso, sube a mi automóvil. ¿Adónde vas?… ¡Sí, los conozco! Mi querido lord Marshalton es uno de los directores. Piggott, llévanos a la Cooperativa de Suministros Navales y Militares, S. L., en Victoria Street, Westminster.

Se acomodó en los mullidos asientos neumáticos color paloma y su sonrisa fue como si todas las luces se encendieran de pronto. Tenía los dientes más blancos que los accesorios de marfil del coche. Olía a un jabón extraño y a cigarrillos, los mismos que me ofreció de una pitillera dorada con un encendedor automático. En mi lado del coche había un espejo con marco de oro, una baraja y un estuche de tocador. Lo miré con aire inquisitivo.


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21 págs. / 36 minutos / 76 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Una Madonna de las Trincheras

Rudyard Kipling


Cuento


Diga lo que diga un hijo del hombre
A su corazón de los dioses del cielo,
Éstos han mostrado al hombre, con enorme celo,
Gracias maravillosas y amor infinito.

Oh, dulce amor; oh, vida mía, encanto,
Querida; aunque los días nos separen
Más allá de toda esperanza, y nos alejen tanto,
Los dioses no nos apartarán dos veces tan seguidas.

Swinburne, «Les Noyades».

Dado el número de excombatientes afectados todavía por sus experiencias que ingresaron en la Logia de Instrucción (afiliada a la I. E. 5837, Fe y Obras) en los años siguientes a la guerra, lo raro es que no hubiera más problemas con los Hermanos que al encontrarse de pronto con antiguos camaradas se veían retrotraídos a un pasado todavía reciente. Pero nuestro regordete médico local de barba puntiaguda —el Hermano Keede, Guardián Mayor— siempre estaba listo para atender los casos de histeria antes de que fueran a más, y cuando me tocaba a mí examinar a Hermanos desconocidos o no certificados del todo desde el punto de vista masónico, le pasaba todos los casos que me parecían dudosos. Keede había sido oficial de sanidad de un batallón del sur de Londres durante los dos últimos años de la guerra, y naturalmente solía encontrarse con amigos y conocidos entre los visitantes.

El Hermano C. Strangwick, recién ingresado en la masonería, joven y relativamente alto, nos llegó de una logia del sur de Londres. Sus documentos y sus respuestas parecían por encima de toda sospecha, pero tenía en los ojos enrojecidos una mirada de estupefacción que podría significar algo de los nervios, de manera que me ocupé de presentárselo especialmente a Keede, que descubrió que se trataba de un antiguo ordenanza de la Plana Mayor de su batallón, lo felicitó por haberse recuperado —lo habían licenciado por mala salud, no sé exactamente qué— e inmediatamente empezó a recordar cosas del Somme.


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19 págs. / 34 minutos / 146 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Rikki-Tikki-Tavi

Rudyard Kipling


Cuento


Desde el hueco en que entró
Rikki—tikki llamó a Nag;
oíd lo que le dijo:
Nag, ven con la muerte a bailar.

Ojo con ojo, testa con testa,
(lleva el paso, Nag);
termina esto cuando uno muere
(cuanto gustes, durará).

Vuélvete allá, tuécete ahora...
(¡corre y escóndete, Nag!)
¡Ah! ¡Vencido te ha la muerte!
(¡Qué mala suerte, Nag!)


Esta es la historia de la gran guerra que Rikki—tikki—tavi llevó al cabo, sola, en los cuartos de baño del gran bungalow en el acantonamiento de Segowlee. Darzee, el pájaro tejedor, la ayudó, y la aconsejó Chuchundra, el almizclero, que nunca camina por en medio del piso, sino que se arrastra pegado a las paredes; pero Rikki—tikki—tavi llevó el peso de la lucha.

Era una mangosta, muy parecida a un gatito en la piel y en la cola, pero más semejante a una comadreja por su cabeza y sus costumbres.

Sus ojos y el extremo de su inquieto hocico eran de color de rosa; podía rascarse en cualquier parte de su cuerpo con cualquiera de sus patas, ya fueran las anteriores, ya las posteriores; podía enarbolar su cola poniéndola como si fuera un escobillón, y su grito de guerra, mientras se deslizaba por la hierba, era: Rikk—tikk—tikki—tikki—tchik.

Un día, una gran avenida veraniega se la había llevado de la madriguera en que vivía con su padre y su madre, y la arrastró, pateando y cloqueando como una gallina, hasta depositarla en una zanja a la vera del camino. Allí encontró un pequeño haz de hierbas que flotaba en el agua, y se asió de él hasta que perdió el sentido. Cuando revivió, vio que estaba echada al sol en la mitad de un sendero de jardín, muy mal cuidado por cierto, y oyó que un niño decía:

—Aquí está una mangosta muerta. Vamos a enterrarla.

—No —dijo su madre—. Llevémosla adentro para secarla. Quizás no está realmente muerta.


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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Milagro de Purun Baghat

Rudyard Kipling


Cuento


La noche que sentimos
que la tierra se abriría,
lo hicimos, tomado de la mano,
en pos nuestro venirse.
Porque lo amábamos con el amor
aquel que conoce pero no entiende.
Y cuando de la montaña
el estallido percibióse,
y todo hubo caído
como lluvia extraña,
lo salvamos nosotros,
nosotros, pobre gente;
pero, ¡ay! siempre
permanece ausente.
¡Gemid! Lo salvamos,
pues también aquí,
entre esta pobre gente,
hay sinceros amores.
¡Gemid! No despertará
nuestro hermano.
Y su propia gente
nos echa de nuestro remanso.

(Canto elegíaco de los langures.)


En la India había una vez un hombre que era primer ministro de uno de los estados semi—independientes que hay en el noroeste del país. Era un brahmán de tan alta casta, que las castas ya no tenían ningún significado para él; su padre había tenido un importante cargo entre la gentuza de ropajes vistosos y de descamisados que formaban parte de una corte india a la antigua.

Pero, conforme Purun Dass crecía, notaba que el antiguo orden de cosas estaba cambiando, y que si cualquiera deseaba elevarse, era necesario que estuviera bien con los ingleses y que imitara todo lo que a éstos les parecía bueno. Al mismo tiempo, todo funcionario debía captarse las simpatías de su amo. Algo difícil era todo esto, pero el callado y reservado brahmancito, ayudado por una buena educación inglesa recibida en la universidad de Bombay, supo manejarse bien, y se elevó paso a paso hasta llegar a ser primer ministro del reino; esto es, disfrutó de un poder más real que el de su amo, el Maharajah.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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