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autor: Rudyard Kipling etiqueta: Cuento textos no disponibles


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El Mejor Relato del Mundo

Rudyard Kipling


Cuento


Sepultados quedaron para siempre
el viejo mundo y los años de hidalguía, en los que yo fui rey de Babilonia
y tú una esclava cristiana.

WILLIAM ERNEST HENLEY

Se llamaba Charlie Mears; era el único hijo de una madre viuda, y vivía al norte de Londres, a cuyo centro acudía diariamente para trabajar en un banco. Tenía veinte años y estaba lleno de ambiciones. Lo conocí en un salón de billar, donde el árbitro lo llamaba por su nombre de pila y él llamaba al árbitro «Ojos de toro». Un poco nervioso, Charlie explicó que había ido sólo a mirar, y comoquiera que observar juegos de destreza no es una distracción barata para un muchacho joven, yo le sugerí que se fuera a casa con su madre.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Ojo de Alá

Rudyard Kipling


Cuento


Como el chantre de San Illod era un músico demasiado entusiasta para ocuparse de la biblioteca, el sochantre, a quien le encantaban todos los detalles de esa tarea, estaba limpiándola, tras dos horas de escribir y dictar en el Scriptorium. Los copistas entregaron sus pergaminos —se trataba de los Cuatro Evangelios, sin iluminar, que les había encargado un Abad de Evesham— y salieron a rezar las vísperas. John Otho, más conocido como Juan de Burgos, no hizo caso. Estaba bruñendo un relieve diminuto de oro en su miniatura de la Anunciación para el Evangelio según San Lucas, que se esperaba más adelante se dignara aceptar el Cardenal Falcadi, Legado Apostólico.

—Para ya, Juan —dijo el sochantre en voz baja.

—¿Eh? ¿Ya se han ido? No había oído nada. Espera un minuto, Clemente.

El sochantre esperó, paciente. Hacía más de doce años que conocía a Juan, que se pasaba el tiempo entrando y saliendo de San Illod, a cuyo monasterio siempre decía pertenecer cuando estaba fuera de él. Se le permitía decirlo sin problemas, pues parecía estar versado en todas las artes, todavía más que otros Fitz Othos y también parecía llevar todos sus secretos prácticos bajo la cogulla. El sochantre miró por encima del hombro hacia el pergamino alisado en el que estaban pintadas las primeras palabras del Magnificat, en oro sobre un fondo de pan de laca roja para el halo apenas iniciado de la Virgen. Ésta aparecía, con las manos unidas en gesto maravillado, en medio de una red de arabescos infinitamente intrincados, en torno a cuyos bordes había flores de naranjo que parecían llenar el aire azul y cálido que cubría el diminuto paisaje reseco a media distancia.

—Le has dado un aire totalmente judío —dijo el sochantre estudiando las mejillas oliváceas y la mirada cargada de presentimiento.


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24 págs. / 43 minutos / 628 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Pruebas de las Sagradas Escrituras

Rudyard Kipling


Cuento


1 Levántate, resplandece,
porque llega tu luz
y la gloria del Señor despunta sobre ti,
2 mientras las tinieblas envuelven la tierra
y la oscuridad cubre los pueblos.
3 Las naciones caminarán a tu luz
y los reyes al resplandor de tu aurora.

19 Ya no será tu luz el sol durante el día,
ni la claridad de la luna te alumbrará,
pues el Señor será tu luz eterna y tu Dios, tu esplendor.
20 No se pondrá jamás tu sol, ni menguará tu luna,
porque el Señor será tu luz eterna,
cumplidos ya los días de tu duelo.

ISAÍAS 60, 1:3; 19:20

Estaban sentados en unas sillas robustas, en el suelo de guijarros, al lado del jardín, bajo los aleros de la casa de verano. Los separaba una mesa con vino y vasos, un fajo de papeles, pluma y tinta. El más gordo de los dos hombres, desabrochado el jubón, la frente amplia manchada y surcada de cicatrices, fumó un poco antes de tranquilizarse. El otro cogió una manzana de la hierba, la mordisqueó y retomó el hilo de la conversación que al parecer habían trasladado al exterior.

—¿A qué perder el tiempo con insignificancias que no te llegan al ombligo, Ben? —preguntó.

—Me da un respiro… me da un respiro entre combate y combate. A ti no te vendrían mal un par de peleas.

—No para malgastar cerebro y versos con ellas. ¿Qué te importaba a ti Dekker? Sabías que te devolvería el golpe… y con dureza.

—Marston y él me han estado acosando como perros… a cuenta de mi negocio, como dicen ellos, aunque en realidad era por mi maldito padrastro. «Ladrillos y mortero», decía Dekker, «y ya eres albañil». Se burlaba de mí en mis propias narices. En mi juventud todo era limpio como la cuajada. Luego este humor se apoderó de mí.

—¡Ah! ¿«Cada cual y su humor»? Pero ¿por qué no dejas en paz a Dekker? ¿Por qué no lo mandas a paseo como haces conmigo?


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15 págs. / 27 minutos / 94 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Régulo

Rudyard Kipling


Cuento


El general romano Régulo derrotó a los cartagineses en 256 a. C., pero fue vencido y apresado por ellos un año más tarde, y enviado a Roma con una embajada para solicitar la paz o un intercambio de prisioneros. Tras aconsejar firmemente al Senado romano que no realizara ningún pacto con el enemigo, Régulo regresó a Cartago para ser ejecutado.

Fueron varias las ocasiones en que la Oda Quinta salió a relucir en la vida escolar, en todos los rincones del colegio Horacio. Los examinadores militares concedían por aquel entonces miles de puntos a quienes sabían latín, y la detestada labor del profesor King consistía en derrotarlos.

Oigámoslo una cruda mañana de noviembre, en la segunda hora de clase.

—¡Ajá! —dijo, frotándose las manos—. Cras ingens iterabimus aequor. Hoy nos ocuparemos de la Oda Quinta del Libro Tercero, que habla de un caballero llamado Régulo. ¿Cuántas veces la hemos estudiado?

—Dos, señor —dijo Malpass, el delegado de la clase.

El señor King dio un respingo y dijo:

—Sí, dos, literalmente. Hoy, pensando en vuestros exámenes viva voce, ¡uf!, os pediré una versión más libre y florida. Con sentimiento y comprensión, a ser posible. Eximiré —barrió con la mirada las últimas filas— a nuestro amigo y compañero Beetle, a quien como siempre le pido una traducción absolutamente literal.

La clase entera rió servilmente.

—¡Le ahorraremos sonrojos! Beetle, sea el primero en deleitarnos.

Beetle se puso en pie, confiado al hallarse en posesión de un buen aval, el análisis sintáctico de M’Turk, que ese día estaba resfriado y se encontraba en la enfermería. Beetle era pese a todo un alumno demasiado mediocre para mostrar su confianza.


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25 págs. / 43 minutos / 73 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Una Guerra de Sahibs

Rudyard Kipling


Cuento


¿Un pase? ¿Un pase? ¿Un pase? Ya tengo un pase que me permite ir en el rêl de Kroonstadt a Eshtellenbosch, donde están los caballos, donde me tienen que pagar y desde donde me vuelvo a la India. Soy soldado del Gurgaon Rissala (regimiento de caballería) n.° 141 de la Caballería del Panyab. Que no me metan con esos cafres negros. Yo soy un sij, un soldado del Estado. ¿No entiende el teniente-sahib mi forma de hablar? ¿Es que hay algún sahib en este tren que esté dispuesto a interpretar a un soldado del Gurgaon Rissala que se ocupa de sus cosas en este endemoniado país en el que no hay harina, ni aceite, ni especias, ni guindilla, ni se respeta a un sij? ¿No me quiere ayudar nadie?… ¡Dios sea loado, aquí viene uno de esos sahibs! ¡Protector de los pobres! ¡Hijo del cielo! Dile al joven teniente-sahib que me llamo Umr Singh; que soy —era— el asistente de Kurban Sahib, ya muerto, y tengo un pase para ir a Eshtellenbosch, donde están los caballos. ¡Que no me metan con esos cafres negros!… Sí, me quedaré sentado junto a este camión hasta que el Hijo del cielo haya explicado el asunto a ese joven teniente-sahib que no entiende nuestro idioma.

¿Qué órdenes? ¿El joven teniente-sahib no va a detenerme? ¡Muy bien! ¿Voy a Eshtellenbosch en el próximo terén? ¡Muy bien! ¿Voy con el Hijo del cielo? ¡Bien! Entonces, por el día de hoy soy el asistente del Hijo del cielo. ¿Querrá el Hijo del cielo llevar el honor de su Presencia a un asiento? Aquí hay un camión vacío; voy a poner mi manta en un rincón, así, porque cae un sol muy fuerte, aunque no tan fuerte como en nuestro Panyab en mayo. La coloco así y pongo la paja así para que la Presencia pueda sentarse con comodidad hasta que Dios nos envíe un terén para Eshtellenbosch…


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Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Al Final del Viaje

Rudyard Kipling


Cuento


Está el cielo plomizo y rojos nuestros rostros,
las puertas del infierno divididas y abiertas:
los vientos del infierno, desatados, azotan;
se eleva el polvo hasta la faz del cielo,
y caen las nubes como un manto encendido,
que pesa, que no asciende, y no resulta fácil de llevar.
Se está alejando el alma de la carne del hombre,
atrás quedan las cosas por las que se ha esforzado,
enfermo el cuerpo y triste el corazón.
Y alza el alma su vuelo como el polvo del manto,
se arranca de su carne, desaparece, parte,
mientras braman los cuernos la llegada del cólera.

Himalayo

Cuatro hombres, con derecho a «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad», se encontraban sentados a una mesa, jugando al whist. El termómetro marcaba para ellos 38o. Habían ensombrecido la habitación de tal modo que sólo era posible distinguir las cartas y los blancos rostros de los jugadores. Un punkah, un abanico de lienzo blanco maltrecho y podrido, batía el aire caliente lanzando gemidos lastimeros a cada golpe. El día era tan lúgubre como una tarde de noviembre en Londres. No había cielo, ni sol, ni horizonte; nada sino la bruma parda y púrpura que producía el calor. Se diría que la tierra se estaba muriendo de apoplejía.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Alba Malograda

Rudyard Kipling


Cuento


C’est moi, c’est moi, c’est moi!
Je suis la Mandragore!
La fille des beaux jours qui s’éveille à l’aurore—
et qui chante pour toi!

CHARLES NODIER

En los extraordinarios días que precedieron a los Juicios, un genio llamado Graydon anticipó que los progresos en la educación y en el nivel de vida provocarían una avalancha de lecturas normalizadas bajo la cual quedaría sepultado cualquier indicio de inteligencia, y a fin de satisfacer esta demanda decidió crear el Sindicato para el Suministro de Ficción.

Comoquiera que en un par de días trabajando para él ganaban más que en una semana en cualquier otra parte, su empresa atrajo a numerosos jóvenes, hoy eminentes. Graydon les pidió que no perdieran de vista esos libros baratos del género romántico, además del catálogo de pertrechos navales y militares (que les proporcionaría contexto y decorados a medida que las modas fueran cambiando) y El amigo del hogar, un semanario sin rival especializado en emociones domésticas. La juventud de sus colaboradores no fue óbice para que algunos de los diálogos amorosos incluidos en títulos como Los peligros de la pasión, Los amantes perdidos de Ena o el relato del asesinato del duque en La tragedia de Wickwire —por nombrar sólo algunas de las obras maestras que hoy nunca se mencionan por miedo al chantaje— no desmereciesen en absoluto los trabajos que sus autores firmaron con su nombre real en tiempos más distinguidos.

Figuraba entre estos jóvenes cuervos motivados por la ambición a posarse temporalmente en la percha de Graydon un muchacho del norte llamado James Andrew Manallace, pausado y lánguido, de esos que no se inflaman por sí solos sino que es necesario detonar. Resultaba inútil proporcionarle un esbozo de trama, ya fuese verbalmente o por escrito, pero con media docena de imágenes era capaz de escribir relatos asombrosos.


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26 págs. / 46 minutos / 114 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Filo de la Noche

Rudyard Kipling


Cuento


¡Ah! ¿De qué sirve el giro clásico
o la palabra precisa,
ante la fuerza del hecho,
contado sin amañar?

¿Qué es el Arte que plasmamos
en pintura, rima y prosa
ante a la Naturaleza bruta
que mil veces nos derrota?

—¡ Eh! ¡Eh! ¡Contén a tus caballos! ¡Detente!… ¡Bien! ¡Bien! —Un hombre enjuto, con un abrigo forrado de marta, saltó de un vehículo privado, impidiéndome el paso camino de Pall Mall—. ¿No me conoces? Es comprensible. Apenas llevaba nada encima la última vez que nos vimos… en Sudáfrica.

Cayeron las escamas de mis ojos y lo vi con una camisa militar de color azul claro, tras un alambre de espino, entre los prisioneros holandeses que se lavaban en Simonstown, hace más de doce años.

—Pero ¡si eres Zigler…! ¡Laughton O. Zigler! —exclamé—. ¡Cuánto me alegro de verte!

—¡Por favor! No malgastes tu inglés conmigo. «Cuánto me alegro de verte… y bla, bla, bla». ¿Vives aquí?

—No, he venido a comprar provisiones.

—En ese caso, sube a mi automóvil. ¿Adónde vas?… ¡Sí, los conozco! Mi querido lord Marshalton es uno de los directores. Piggott, llévanos a la Cooperativa de Suministros Navales y Militares, S. L., en Victoria Street, Westminster.

Se acomodó en los mullidos asientos neumáticos color paloma y su sonrisa fue como si todas las luces se encendieran de pronto. Tenía los dientes más blancos que los accesorios de marfil del coche. Olía a un jabón extraño y a cigarrillos, los mismos que me ofreció de una pitillera dorada con un encendedor automático. En mi lado del coche había un espejo con marco de oro, una baraja y un estuche de tocador. Lo miré con aire inquisitivo.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Hándicap de la Vida

Rudyard Kipling


Cuento


A
E.K.R. de R.K.
1887-89
C.M.G.

Prefacio

En India septentrional se alzaba un monasterio conocido bajo el nombre de Chubára de Dhunni Bhagat. Nadie recordaba quién ni qué había sido Dhunni Bhagat. Ese hombre había vivido su vida, había hecho algún dinero y lo había gastado todo, como cualquier buen hindú ha de hacer, en una obra piadosa: el Chubára. Estaba lleno de celdas de ladrillo, pintadas con amenas figuras de dioses, reyes y elefantes; allí los sacerdotes cansados podían sentarse a meditar sobre el fin último de las cosas; sus caminos también eran de ladrillo, y los pies descalzos de miles de personas los habían convertido en arroyuelos. Macizos de mangos brotaban de entre las grietas del suelo; grandes higueras de Bengala sombreaban la polea del pozo, que chirriaba durante todo el día, y un ejército de loros se perseguía entre los árboles. Cuervos y ardillas eran mansos en aquel lugar, porque sabían que ningún sacerdote los tocaría jamás.

Los mendigos errantes, los vendedores de amuletos y los vagabundos sagrados de cien millas a la redonda solían hacer del Chubára su lugar de reunión y descanso. Musulmanes, sijs e hindúes se mezclaban por igual bajo los árboles. Eran hombres viejos, y cuando un hombre ha llegado al umbral de la Noche, todos los credos del mundo le resultan una maravilla de semejanza y ausencia de color.


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355 págs. / 10 horas, 21 minutos / 130 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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