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autor: Rudyard Kipling


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Régulo

Rudyard Kipling


Cuento


El general romano Régulo derrotó a los cartagineses en 256 a. C., pero fue vencido y apresado por ellos un año más tarde, y enviado a Roma con una embajada para solicitar la paz o un intercambio de prisioneros. Tras aconsejar firmemente al Senado romano que no realizara ningún pacto con el enemigo, Régulo regresó a Cartago para ser ejecutado.

Fueron varias las ocasiones en que la Oda Quinta salió a relucir en la vida escolar, en todos los rincones del colegio Horacio. Los examinadores militares concedían por aquel entonces miles de puntos a quienes sabían latín, y la detestada labor del profesor King consistía en derrotarlos.

Oigámoslo una cruda mañana de noviembre, en la segunda hora de clase.

—¡Ajá! —dijo, frotándose las manos—. Cras ingens iterabimus aequor. Hoy nos ocuparemos de la Oda Quinta del Libro Tercero, que habla de un caballero llamado Régulo. ¿Cuántas veces la hemos estudiado?

—Dos, señor —dijo Malpass, el delegado de la clase.

El señor King dio un respingo y dijo:

—Sí, dos, literalmente. Hoy, pensando en vuestros exámenes viva voce, ¡uf!, os pediré una versión más libre y florida. Con sentimiento y comprensión, a ser posible. Eximiré —barrió con la mirada las últimas filas— a nuestro amigo y compañero Beetle, a quien como siempre le pido una traducción absolutamente literal.

La clase entera rió servilmente.

—¡Le ahorraremos sonrojos! Beetle, sea el primero en deleitarnos.

Beetle se puso en pie, confiado al hallarse en posesión de un buen aval, el análisis sintáctico de M’Turk, que ese día estaba resfriado y se encontraba en la enfermería. Beetle era pese a todo un alumno demasiado mediocre para mostrar su confianza.


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25 págs. / 43 minutos / 69 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Puck de la Colina Pook

Rudyard Kipling


Cuento


CANCIÓN DE PUCK

¿Veis por ahí las sendas pisoteadas
que a través de los trigos aparecen?
Por ellas se arrastran los cañones
que a las naves del rey Felipe hundieron.

¿Y veis nuestro molino, tan pequeño,
que rechina y trabaja en el arroyo?
Muele su grano y paga su gabela
desde que se dictó el Domesday Book.

¿Veis nuestros silenciosos robledales
y las tremendas zanjas a su lado?
Allí fueron dispersos los sajones
cuando Harold caía en la batalla.

¿Y veis esas llanuras azotadas
por el viento, extendidas ante Rye?
Allí fue donde huyeron los normandos
cuando llegara Alfredo con sus naves.

¿Veis nuestros pastos solos y anchurosos,
donde los rojos bueyes ramonean?
Hubo allí una famosa ciudad, antes
que Londres se jactara de una casa.

¿Y veis, cuando ha llovido, los indicios
de un montículo, un foso, una muralla?
Un día allí acamparon las legiones
cuando César marchó para las Galias.

¿Y veis aparecer vestigios pálidos
en las colinas, cual si fuesen sombras?
Son las líneas que el hombre primitivo
marcó para defensa de sus pueblos.

Perdidos campos, pueblos y caminos;
marismas fueron lo que son hoy mieses;
antigua guerra, antigua paz y antiguas
artes, cesaron; y nació Inglaterra.

No es una tierra igual a la de todos,
ni aguas, ni bosques, ni siquiera brisas;
es la isla de Merlin, la isla de Gramarye,
donde nosotros dos vamos a ir.


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203 págs. / 5 horas, 55 minutos / 151 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Pruebas de las Sagradas Escrituras

Rudyard Kipling


Cuento


1 Levántate, resplandece,
porque llega tu luz
y la gloria del Señor despunta sobre ti,
2 mientras las tinieblas envuelven la tierra
y la oscuridad cubre los pueblos.
3 Las naciones caminarán a tu luz
y los reyes al resplandor de tu aurora.

19 Ya no será tu luz el sol durante el día,
ni la claridad de la luna te alumbrará,
pues el Señor será tu luz eterna y tu Dios, tu esplendor.
20 No se pondrá jamás tu sol, ni menguará tu luna,
porque el Señor será tu luz eterna,
cumplidos ya los días de tu duelo.

ISAÍAS 60, 1:3; 19:20

Estaban sentados en unas sillas robustas, en el suelo de guijarros, al lado del jardín, bajo los aleros de la casa de verano. Los separaba una mesa con vino y vasos, un fajo de papeles, pluma y tinta. El más gordo de los dos hombres, desabrochado el jubón, la frente amplia manchada y surcada de cicatrices, fumó un poco antes de tranquilizarse. El otro cogió una manzana de la hierba, la mordisqueó y retomó el hilo de la conversación que al parecer habían trasladado al exterior.

—¿A qué perder el tiempo con insignificancias que no te llegan al ombligo, Ben? —preguntó.

—Me da un respiro… me da un respiro entre combate y combate. A ti no te vendrían mal un par de peleas.

—No para malgastar cerebro y versos con ellas. ¿Qué te importaba a ti Dekker? Sabías que te devolvería el golpe… y con dureza.

—Marston y él me han estado acosando como perros… a cuenta de mi negocio, como dicen ellos, aunque en realidad era por mi maldito padrastro. «Ladrillos y mortero», decía Dekker, «y ya eres albañil». Se burlaba de mí en mis propias narices. En mi juventud todo era limpio como la cuajada. Luego este humor se apoderó de mí.

—¡Ah! ¿«Cada cual y su humor»? Pero ¿por qué no dejas en paz a Dekker? ¿Por qué no lo mandas a paseo como haces conmigo?


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15 págs. / 27 minutos / 90 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Zorritos

Rudyard Kipling


Cuento


Un zorro salió de su madriguera en las orillas del gran río Gihon, que fluye por Etiopía. Vio a un hombre blanco cabalgando entre los agostados campos de mijo y, para que el hombre pudiera cumplir su destino, el zorro aulló.

El jinete se detuvo entre los campesinos y se volvió, apoyándose en el estribo.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Eso —respondió el jefe de la aldea— es un zorro, su excelencia nuestro gobernador.

—¿No es un chacal?

—Nada de chacal. Es Abu Hussein, el Padre de la Astucia.

—Soy el mudir de esta provincia —dijo el hombre blanco alzando un poco la voz.

—Cierto —exclamaron los campesinos—. Ya, Saart el Mudir («su excelencia nuestro gobernador»).

El gran río Gihon, acostumbrado a los caprichos de los reyes, fluía entre sus riberas de más de un kilómetro de ancho en dirección al mar, mientras el gobernador alababa a Dios con un grito inquisitivo y sonoro jamás oído por el río.

Cuando el gobernador hubo retirado el dedo índice de detrás de la oreja derecha, los aldeanos le hablaron de sus cosechas de centeno, de mijo, de cebollas y otros cultivos similares. El gobernador estaba de pie sobre los estribos. Veía al norte una franja de sembrados verdes de varios metros de ancho, tendida como una alfombra entre el río y la línea rojiza del desierto. Esta franja se extendía por espacio de noventa kilómetros ante sus ojos y otros tantos a sus espaldas.


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24 págs. / 43 minutos / 64 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Servidores de su Majestad

Rudyard Kipling


Cuento


Por quebrados podéis resolverlo,
o también por regla de tres;
pero el camino de Tweedledum,
no es el de Tweedledee.

Torced el problema, revolvedlo,
plegadlo como gustéis;
pero el camino de PillyWinky
no es el mismo que el de WínkiePop.


Copiosa lluvia había estado cayendo durante un mes entero... Había caído sobre un campamento de treinta mil hombres, millares de camellos, elefantes, caballos, bueyes y mulas, reunidos en un lugar llamado Rawal Pindi, para que el virrey de la India le pasara revista. éste recibía la visita del emir de Afganistán, rey salvaje de un salvajísimo país; el emir había traído, acompañándole, una guardia de ochocientos hombres e igual número de caballos que nunca antes habían visto un campamento o una locomotora; hombres salvajes y caballos salvajes también sacados de algún lugar del corazón de Asia Central. Cada noche, un pelotón de esos caballos rompía las cuerdas que los sujetaban y se lanzaban estrepitosamente de un lado al otro del campamento, entre el barro y la oscuridad; o bien los camellos se desataban y corrían por allí tropezando con las cuerdas que sostenían las tiendas; ya puede imaginarse lo agradable que esto sería para los hombres que intentaban dormir. Mi tienda estaba situada lejos de las filas de camellos, y por eso pensaba yo encontrarme en sitio seguro. Pero una noche un hombre asomó la cabeza por mi tienda y gritó:

—¡Salga pronto! ¡Allí vienen! ¡Ya derribaron mi tienda!


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21 págs. / 37 minutos / 336 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Hermanos de Mowgli

Rudyard Kipling


Cuento


Desata a la noche Mang, el murciélago;
en sus alas acarréala Rann, el milano;
duerme en el corral la vacada
y de corderos duerme el atajo;
tras las reforzadas cercas se esconden
pues hasta el amanecer con libertad vagamos.

Orgullo y fuerza, zarpazo pronto,
prudente silencio: es nuestra hora.

¡Resuena el grito! ¡Para el que observa
la ley que amamos, caza abundante!

Canción nocturna en la selva.


En las colinas de Seeonee daban las siete en aquella bochornosa tarde. Papá Lobo despertóse de su sueño diurno; se rascó, bostezó, alargó las patas, primero una y luego la otra para sacudirse la pesadez que todavía sentía en ellas. Mamá Loba continuaba echada, apoyado el grande hocico de color gris sobre sus cuatro lobatos, vacilantes y chillones, en tanto que la luna hacía brillar la entrada de la caverna donde todos ellos habitaban.

—¡Augr.! .—masculló el lobo padre—. Ya es hora de ir de caza de nuevo.

Iba a lanzarse por la ladera cuando una sombra, no muy corpulenta y provista de espesa cola, cruzó el umbral y dijo con lastimera voz: —¡Buena suerte, jefe de los lobos, y que la de tus nobles hijos no sea peor! ¡Que les crezcan fuertes dientes y que nunca, en este mundo, se les olvide tener hambre!


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26 págs. / 46 minutos / 118 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Constructores del Puente

Rudyard Kipling


Cuento


Lo menos que esperaba Findlayson, funcionario del Departamento de Obras Públicas, era la distinción de compañero del Imperio indio, aunque soñaba con la de compañero de la Estrella india; de hecho, sus amigos aseguraban que merecía más. Había soportado por espacio de tres años el frío y el calor, la decepción y la ausencia de comodidades, el peligro y la enfermedad, y cargado con una responsabilidad casi excesiva para un solo par de hombros; y día tras día, a lo largo de ese período, el gran puente de Kashi sobre el Ganges había crecido bajo su dirección. En menos de tres meses si todo iba bien, su excelencia el virrey inauguraría el puente vestido de gala, un arzobispo lo bendeciría, el primer tren cargado de tropas pasaría sobre él y se pronunciarían discursos.


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41 págs. / 1 hora, 13 minutos / 203 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Vigilia de Gow

Rudyard Kipling


Cuento


Acto V, escena tercera

Después de la batalla.

La PRINCESA junto al estandarte en el fortín.

Entra GOW, con la corona del reino.

GOW: He aquí la muestra de que la reina se ha rendido.
Presuroso la trajo su último emisario.

PRINCESA: Ya era nuestro. ¿Dónde está la mujer?

GOW: Huyó con su caballo. Con el albor partieron.
No ha dado el mediodía y ya eres reina.

PRINCESA: Por ti… gracias a ti. ¿Cómo podré pagarte?

GOW: ¿Pagarme a mí? ¿Por qué?

PRINCESA: Por todo… todo… todo…
¡Desde que el reino sucumbió! ¿Lo habéis oído? «Me pregunta ¿por qué?».
Tu cuerpo entre mi pecho y el cuchillo de ella,
tus labios en la copa con la que quiso ella envenenarme;
tu manto sobre mí, esa noche en la nieve
de vigilia en el paso de Bargi. Cada hora
nuevas fuerzas, hasta este inconcebible desenlace.
«¿Honrarlo?». Te honraré… te honraré…
Es tu elección.

GOW: Niña, eso queda muy lejos.

(Entra FERDINAND, como recién llegado a caballo).

Éste hombre sí es digno de todos los honores. ¡Sé bienvenido, Zorro!

FERDINAND: Y tú, Perro Guardián. Es un día importante para todos.
Lo planeamos y lo hemos conseguido.

GOW: ¿La ciudad se ha tomado?

FERDINAND: Lealmente. Ebrios de lealtad están en ella.
El ánimo virtuoso. Tus bombardeos han contribuido…
Pero traigo un mensaje. La Dama Frances…

PRINCESA: Enferma la he dejado en la ciudad. Ningún quebranto, espero.

FERDINAND: Nada que a ella así le pareciera. Muy poco, en realidad, lo que (a gow) vengo a decirte. Que estará aquí enseguida.

GOW: ¿Es ella quien lo ha dicho?

FERDINAND: Escrito.
Esto. (Le da una carta). En la noche de ayer.
En mis manos lo puso el sacerdote…
La acompañó en su hora.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Radio

Rudyard Kipling


Cuento


LA CANCIÓN DE RASPAR, EN «VARDA»

Alta la mirada ante los peligros,
los muchachos siguen el vuelo de Psyche,
vueltos hacia arriba los rostros sudorosos,
con redes azotan los vacíos cielos.

Sigue su caída entre los zarzales,
se pinchan los dedos con copas de pinos.
Tras mil arañazos y otros tantos golpes
enjugan sus frentes, y la caza cesa.

Viene luego el padre a tranquilizarlos
y calma el derroche de dolor y pena,
diciendo: «Hijos míos, id hasta mi huerto
y de él traedme una hoja de col.

»Hallaréis en ella montones de huevos
grises y sin lustre, que, bien protegidos
en larva se tornan y luego en docenas
de Pysches radiantes y resucitadas».

«El Cielo es hermoso; es fea la Tierra»,
dijo el sacerdote tridimensionado.
No busques a Psyche nacer donde yacen
babosa y lombriz… ¡Ésa es nuestra muerte!

ERIK JOHAN STAGNELIUS

—¿ No le resulta raro este asunto de Marconi? —preguntó el señor Shaynor, con tos ronca—. Al parecer no le afecta nada, ni tormentas, ni montañas… nada; si es verdad, mañana lo sabremos.

—Pues claro que es verdad —respondí, pasando detrás del mostrador—. ¿Dónde está el anciano señor Cashell?

—Ha tenido que irse a la cama por la gripe. Dijo que seguramente vendría usted por aquí.

—¿Y su sobrino?

—Dentro, preparándolo todo. Me ha contado que en su último intento instalaron una antena en el tejado de uno de los grandes hoteles; las baterías electrificaron el agua y —soltó una risotada— las damas recibieron calambrazos al tomar sus baños.

—No lo sabía.


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21 págs. / 38 minutos / 64 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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