1 Levántate, resplandece,
porque llega tu luz
y la gloria del Señor despunta sobre ti,
2 mientras las tinieblas envuelven la tierra
y la oscuridad cubre los pueblos.
3 Las naciones caminarán a tu luz
y los reyes al resplandor de tu aurora.
19 Ya no será tu luz el sol durante el día,
ni la claridad de la luna te alumbrará,
pues el Señor será tu luz eterna y tu Dios, tu esplendor.
20 No se pondrá jamás tu sol, ni menguará tu luna,
porque el Señor será tu luz eterna,
cumplidos ya los días de tu duelo.
ISAÍAS 60, 1:3; 19:20
Estaban
sentados en unas sillas robustas, en el suelo de guijarros, al lado del
jardín, bajo los aleros de la casa de verano. Los separaba una mesa con
vino y vasos, un fajo de papeles, pluma y tinta. El más gordo de los dos
hombres, desabrochado el jubón, la frente amplia manchada y surcada de
cicatrices, fumó un poco antes de tranquilizarse. El otro cogió una
manzana de la hierba, la mordisqueó y retomó el hilo de la conversación
que al parecer habían trasladado al exterior.
—¿A qué perder el tiempo con insignificancias que no te llegan al ombligo, Ben? —preguntó.
—Me da un respiro… me da un respiro entre combate y combate. A ti no te vendrían mal un par de peleas.
—No para malgastar cerebro y versos con ellas. ¿Qué te importaba a ti Dekker? Sabías que te devolvería el golpe… y con dureza.
—Marston y él me han estado acosando como perros… a cuenta de mi
negocio, como dicen ellos, aunque en realidad era por mi maldito
padrastro. «Ladrillos y mortero», decía Dekker, «y ya eres albañil». Se
burlaba de mí en mis propias narices. En mi juventud todo era limpio
como la cuajada. Luego este humor se apoderó de mí.
—¡Ah! ¿«Cada cual y su humor»? Pero ¿por qué no dejas en paz a Dekker? ¿Por qué no lo mandas a paseo como haces conmigo?
Información texto 'Pruebas de las Sagradas Escrituras'