Textos más vistos de Rudyard Kipling no disponibles

Mostrando 1 a 10 de 40 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Rudyard Kipling textos no disponibles


1234

La Iglesia que Había en Antioquía

Rudyard Kipling


Cuento


Cuando Pedro vino a Antioquía,
yo me enfrenté a él cara a cara y le reprendí.

Carta de san Pablo a los gálatas 2:11

La madre, una viuda romana, devota y de alta cuna, decidió que al hijo no le hacía ningún bien continuar en aquella Legión del Oriente tan próxima a la librepensadora Constantinopla, y así le procuró un destino civil en Antioquía, donde su tío, Lucio Sergio, era el jefe de la guardia urbana. Valens obedeció como hijo y como joven ávido por conocer la vida, y en ese momento llegaba a la puerta de su tío.

—Esa cuñada mía —observó el anciano— sólo se acuerda de mí cuando necesita algo. ¿Qué has hecho?

—Nada, tío.

—O sea que todo, ¿no?

—Eso cree mi madre, pero no es así.

—Ya lo veremos.

—Tus habitaciones se encuentran al otro lado del patio. Tu… equipaje ya está allí… ¡Bah, no pienso interferir en tus asuntos privados! No soy el tío de lengua áspera. Toma un baño. Hablaremos durante la cena.

Pero antes de esa hora «Padre Serga», que así llamaban al prefecto de la guardia, supo por el erario que su sobrino había marchado desde Constantinopla a cargo de un convoy del tesoro público que, tras un choque con los bandidos en el paso de Tarso, entregó oportunamente.

—¿Por qué no me lo dijiste? —quiso saber su tío mientras cenaban.

—Primero debía informar al erario —fue la respuesta.

Serga lo miró y dijo:

—¡Por los dioses! Eres igual que tu padre. Los cilicios sois escandalosamente cumplidores.

—Ya me he dado cuenta. Nos tendieron una emboscada a menos de ocho kilómetros de Tarso. ¿Aquí también son frecuentes esas cosas?


Información texto

Protegido por copyright
21 págs. / 37 minutos / 267 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Hombre que Pudo Reinar

Rudyard Kipling


Cuento


Hermano del príncipe y compañero
del mendigo en caso de merecerlo.

La Ley, tal y como está formulada, establece una conducta vital justa, algo que no es sencillo mantener. He sido compañero de un mendigo una y otra vez, en circunstancias que impedían que ninguno de los dos supiéramos si el otro lo merecía. Todavía he de ser hermano de un príncipe, si bien una vez estuve próximo a establecer una relación de amistad con alguien que podría haber sido un verdadero rey y me prometieron la instauración de un reino: ejército, juzgados, impuestos y policía, todo incluido. Sin embargo, hoy, mucho me temo que mi rey esté muerto y que si deseo una corona deberé ir a buscarla yo mismo.

Todo comenzó en un vagón de tren que se dirigía a Mhow desde Ajmer. Se había producido un déficit presupuestario que me obligó a viajar no ya en segunda clase, que sólo es ligeramente menos distinguida que la primera, sino en intermedia, algo verdaderamente terrible. No hay cojines en la clase intermedia y la población es bien intermedia; es decir, euroasiática o bien nativa, lo cual para un largo viaje nocturno es desagradable; mención aparte merecen los haraganes, divertidos pero enloquecedores. Los usuarios de la clase intermedia no frecuentan los vagones cafetería; portan sus alimentos en fardos y cacerolas, compran dulces a los vendedores nativos de golosinas y beben el agua de las fuentes junto a las vías. Es por esto por lo que en la temporada de calor los intermedios acaban saliendo de los vagones en ataúd y, sea cual sea la climatología, se les observa, motivos hay, con desdén.


Información texto

Protegido por copyright
46 págs. / 1 hora, 22 minutos / 288 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Aficionados

Rudyard Kipling


Cuento


Como la astronomía es aún menos lucrativa que la arquitectura, fue una suerte para Harries que un tío suyo comprara un desierto en un país lejano que resultó contener petróleo. La consecuencia para Harries, su único sobrino, fue una inversión cercana a las mil libras que reportaba sus beneficios anuales.

Una vez que los albaceas se hubieron ocuparon de todo, Harries, a quien bien podría calificarse de ayudante casi sin sueldo del observatorio Washe, invitó a cenar a tres hombres tras evaluarlos y ponerlos a prueba bajo lunas refulgentes y hostiles en Tierra de Nadie.

Vaughan, auxiliar de cirugía en St. Peggoty’s, construía por entonces un consultorio cerca de Sloane Street. Loftie, un patólogo de incipiente reputación, era —pues se había casado con la inestable hija de una de sus antiguas patronas londinenses— asesor bacteriológico de un departamento público, donde ganaba quinientas setenta libras anuales y esperaba alcanzar la antigüedad necesaria para obtener una pensión. Ackerman, que también trabajaba en St. Peggotty’s, recibió en herencia unos cientos de libras al año nada más terminar su carrera y renunció a cualquier trabajo serio que no fuera la gastronomía y sus artes afines.

Vaughan y Loftie estaban al corriente de la suerte de Harries, quien les explicó todos los detalles durante la cena y señaló cuáles serían sus ingresos calculando por lo bajo.

—Tachuelas puede corroborarlo —dijo.

Ackerman se empequeñeció en su silla, como si se tratara del agujero del proyectil donde un día tramara la retirada para todos.

—Nos conocemos bastante bien —empezó a decir—. Nos hemos visto todos diseccionados hasta el último átomo con bastante frecuencia, ¿no es cierto? No necesitamos camuflaje. ¿Estáis de acuerdo? Siempre decís lo que haríais si fuerais independientes. ¿Habéis cambiado de opinión?


Información texto

Protegido por copyright
23 págs. / 41 minutos / 172 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Bee, Bee, Ovejita Negra

Rudyard Kipling


Cuento


Bee, ovejita negra,
dime, ¿tienes lana?
Sí, señor, sí; tres sacos llenos tengo.
Uno para el amo, uno para el ama…
Nada para el niño
que llora en la cama.

Canción infantil

EL PRIMER SACO

Cuando estaba en la casa de mi padre, estaba en un lugar mejor.

Estaban acostando a Punch: el aya, el hamal y Meeta, el muchacho surti del turbante dorado y rojo. Judy ya casi estaba dormida debajo de su mosquitera. A Punch le dejaron quedarse hasta la hora de la cena. Fueron muchos los privilegios que se le concedieron en los últimos diez días, y todos los que integraban su mundo aceptaban de mejor grado sus modales y sus hazañas, normalmente escandalosas. Punch se sentó en el borde de la cama y se puso a balancear las piernas desnudas con aire desafiante.

—¿Nos dará Punch-baba las buenas noches? —le pidió el aya.

—No. Punch-baba quiere el cuento del Ranee que se convirtió en tigre. Que lo cuente Meeta, y el hamal que se esconda detrás de la puerta y que ruja como un tigre cuando corresponda.

—Si hacemos eso despertaremos a Judy -baba —observo el aya.

—Judy-baba está despierta —anunció una vocecilla cantarina desde debajo del mosquitero—. Érase una vez un Ranee que vivía en Delhi. Sigue, Meeta —dijo Judy, y volvió a quedarse dormida mientras Meeta empezaba a contar la historia.

Nunca había conseguido Punch que le contaran el cuento con tan poca resistencia. Reflexionó un buen rato. El hamal hacía los ruidos del tigre en veinte claves distintas.

—¡Para! —ordenó Punch en tono autoritario—. ¿Por qué no viene papá a darme mua-mua?

—Punch-baba se marchará pronto —dijo el aya—. Dentro de una semana ya no estará aquí para tomarme el pelo. —Suspiró ligeramente, pues quería mucho al niño.


Información texto

Protegido por copyright
34 págs. / 1 hora / 215 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Gato que Caminaba Solo

Rudyard Kipling


Cuento infantil


Sucedieron estos hechos que voy a contarte, oh, querido mío, cuando los animales domésticos eran salvajes. El Perro era salvaje, como lo eran también el Caballo, la Vaca, la Oveja y el Cerdo, tan salvajes como pueda imaginarse, y vagaban por la húmeda y salvaje espesura en compañía de sus salvajes parientes; pero el más salvaje de todos los animales salvajes era el Gato. El Gato caminaba solo y no le importaba estar aquí o allá.

También el Hombre era salvaje, claro está. Era terriblemente salvaje. No comenzó a domesticarse hasta que conoció a la Mujer y ella repudió su montaraz modo de vida. La Mujer escogió para dormir una bonita cueva sin humedades en lugar de un montón de hojas mojadas, y esparció arena limpia sobre el suelo, encendió un buen fuego de leña al fondo de la cueva y colgó una piel de Caballo Salvaje, con la cola hacia abajo, sobre la entrada; después dijo:

—Límpiate los pies antes de entrar; de ahora en adelante tendremos un hogar.

Esa noche, querido mío, comieron Cordero Salvaje asado sobre piedras calientes y sazonado con ajo y pimienta silvestres, y Pato Salvaje relleno de arroz silvestre, y alholva y cilantro silvestres, y tuétano de Buey Salvaje, y cerezas y granadillas silvestres. Luego, cuando el Hombre se durmió más feliz que un niño delante de la hoguera, la Mujer se sentó a cardar lana. Cogió un hueso del hombro de cordero, la gran paletilla plana, contempló los portentosos signos que había en él, arrojó más leña al fuego e hizo un conjuro, el primer Conjuro Cantado del mundo.

En la húmeda y salvaje espesura, los animales salvajes se congregaron en un lugar desde donde se alcanzaba a divisar desde muy lejos la luz del fuego y se preguntaron qué podría significar aquello.

Entonces Caballo Salvaje golpeó el suelo con la pezuña y dijo:


Información texto

Protegido por copyright
11 págs. / 20 minutos / 154 visitas.

Publicado el 29 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Kim

Rudyard Kipling


Novela


Capítulo 1

¡Oh, vosotros que tomáis la senda angosta,
guiados por el fulgor del Tofet al Juicio Final!,
¡sed afables cuando «los gentiles» oran
a Buda en Kamakura!

«Buda en Kamakura»

Se encontraba, desafiando las leyes municipales, sentado a horcajadas en el cañón de Zam-Zamma, que estaba montado sobre una plataforma de ladrillo ubicada justo enfrente de la antigua Casa de las Maravillas, como llaman los nativos al museo de Lahore. Quien detenta el control de Zam-Zamma, el «dragón escupefuego», detenta el control del Punjab pues la gran pieza de bronce verde siempre es lo primero en el botín del conquistador.,


Información texto

Protegido por copyright
371 págs. / 10 horas, 50 minutos / 123 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Ciudad de la Noche Atroz

Rudyard Kipling


Cuento


El calor denso y húmedo que cubría como un manto el rostro de la tierra aniquilaba de raíz cualquier esperanza de sueño. Las cigarras ayudaban al calor, y el aullido de los chacales a las cigarras. Era imposible estarse quieto en el eco de la casa oscura y vacía viendo cómo el abanico golpeaba el aire muerto. A las diez de la noche clavé la punta de mi bastón en el centro del jardín y esperé a ver cómo caía. Señaló directamente hacia el camino iluminado por la luna que conduce a la Ciudad de la Noche Atroz. El ruido del bastón al caer asustó a una liebre, que corrió a refugiarse en un cementerio mahometano en desuso, donde los cráneos sin mandíbulas y los fémures de cabeza roma, cruelmente expuestos a las lluvias de julio, refulgían como la madreperla en la tierra acanalada por el agua. El aire caliente y la tierra pesada habían hecho salir incluso a los muertos en busca de frescor. La liebre avanzó renqueando, olisqueó con curiosidad un trozo de cristal ahumado procedente de una lámpara rota, y se perdió en la sombra de unos tamariscos.


Información texto

Protegido por copyright
8 págs. / 14 minutos / 142 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Marca de la Bestia

Rudyard Kipling


Cuento


Tus dioses y mis dioses: ¿sabes tú o sé yo
quiénes son más poderosos?

Proverbio indio

Al este de Suez, sostienen algunos, la Providencia deja de ejercer su control. Los hombres quedan sometidos al poder de los dioses y demonios de Asia, y la Iglesia anglicana se limita a supervisar a los ingleses tan sólo moderada y esporádicamente.

Esta teoría explica una parte de los horrores más innecesarios de la vida en la India, por eso me propongo ampliarla para contar esta historia.

Mi amigo Strickland, que es policía y buen conocedor de los nativos de la India, puede dar fe de los hechos que aquí van a relatarse. Dumoisa, nuestro médico, también presenció lo mismo que Strickland y yo presenciamos. Su interpretación de las pruebas, sin embargo, fue del todo errada. Ahora está muerto; murió de un modo bastante curioso y ya descrito en otro lugar.

Cuando Fleete llegó a la India, tenía algo de dinero y un poco de tierra en el Himalaya, cerca de un lugar llamado Dharamsala. Había heredado ambas cosas de un tío suyo, y tomó la firme decisión de conservarlas. Era un hombre grande, gordo, inofensivo y genial. Su conocimiento de los nativos era, naturalmente, limitado, y se quejaba de las barreras lingüísticas.


Información texto

Protegido por copyright
15 págs. / 26 minutos / 866 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Régulo

Rudyard Kipling


Cuento


El general romano Régulo derrotó a los cartagineses en 256 a. C., pero fue vencido y apresado por ellos un año más tarde, y enviado a Roma con una embajada para solicitar la paz o un intercambio de prisioneros. Tras aconsejar firmemente al Senado romano que no realizara ningún pacto con el enemigo, Régulo regresó a Cartago para ser ejecutado.

Fueron varias las ocasiones en que la Oda Quinta salió a relucir en la vida escolar, en todos los rincones del colegio Horacio. Los examinadores militares concedían por aquel entonces miles de puntos a quienes sabían latín, y la detestada labor del profesor King consistía en derrotarlos.

Oigámoslo una cruda mañana de noviembre, en la segunda hora de clase.

—¡Ajá! —dijo, frotándose las manos—. Cras ingens iterabimus aequor. Hoy nos ocuparemos de la Oda Quinta del Libro Tercero, que habla de un caballero llamado Régulo. ¿Cuántas veces la hemos estudiado?

—Dos, señor —dijo Malpass, el delegado de la clase.

El señor King dio un respingo y dijo:

—Sí, dos, literalmente. Hoy, pensando en vuestros exámenes viva voce, ¡uf!, os pediré una versión más libre y florida. Con sentimiento y comprensión, a ser posible. Eximiré —barrió con la mirada las últimas filas— a nuestro amigo y compañero Beetle, a quien como siempre le pido una traducción absolutamente literal.

La clase entera rió servilmente.

—¡Le ahorraremos sonrojos! Beetle, sea el primero en deleitarnos.

Beetle se puso en pie, confiado al hallarse en posesión de un buen aval, el análisis sintáctico de M’Turk, que ese día estaba resfriado y se encontraba en la enfermería. Beetle era pese a todo un alumno demasiado mediocre para mostrar su confianza.


Información texto

Protegido por copyright
25 págs. / 43 minutos / 73 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Transgresión

Rudyard Kipling


Cuento


El amor no repara en castas ni el sueño en cama rota.
Salí en busca del amor y me perdí.

Proverbio hindú

Todo hombre debiera ceñirse a su propia casta, raza y educación, en cualquier circunstancia. Que vaya el blanco con el blanco y el negro con el negro. En tal caso, cualquier problema que pueda presentarse estará dentro del curso ordinario de las cosas: no será repentino, ni ajeno ni inesperado.

Ésta es la historia de un hombre que deliberadamente traspasó los límites seguros de la vida decente en sociedad, y lo pagó muy caro.

En primer lugar, sabía demasiado, y en segundo lugar vio más de la cuenta. Se interesó en exceso por la vida de los nativos, pero nunca más volverá a hacerlo.

En el recóndito corazón de la ciudad, tras el bustee de Yitha Megyi, se encuentra el callejón de Amir Nath, que muere en una tapia horadada por una ventana con una reja. A la entrada del callejón hay una vaquería, y las paredes a ambos lados carecen de ventanas. Ni Suchet Singh ni Gaur Chand aprueban que sus mujeres se asomen al mundo. Si Durga Charan hubiera sido de la misma opinión, hoy sería un hombre más feliz, y la pequeña Bisesa habría podido amasar su propio pan. Daba la habitación de Bisesa, a través de la ventana enrejada, al angosto y oscuro callejón, donde jamás entraba el sol y las búfalas se revolcaban en el lodo azul. Era una joven viuda, de unos quince años, y día y noche suplicaba a los dioses que le enviaran un nuevo amante, pues no le gustaba vivir sola.

Cierto día, el hombre —Trejago se llamaba— se adentró en el callejón de Amir Nath mientras deambulaba sin rumbo y, tras pasar junto a las búfalas, tropezó con un gran montón de forraje.


Información texto

Protegido por copyright
7 págs. / 12 minutos / 237 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

1234