La Iglesia que Había en Antioquía
Rudyard Kipling
Cuento
Cuando Pedro vino a Antioquía,
yo me enfrenté a él cara a cara y le reprendí.
Carta de san Pablo a los gálatas 2:11
La madre, una viuda romana, devota y de alta cuna, decidió que al hijo no le hacía ningún bien continuar en aquella Legión del Oriente tan próxima a la librepensadora Constantinopla, y así le procuró un destino civil en Antioquía, donde su tío, Lucio Sergio, era el jefe de la guardia urbana. Valens obedeció como hijo y como joven ávido por conocer la vida, y en ese momento llegaba a la puerta de su tío.
—Esa cuñada mía —observó el anciano— sólo se acuerda de mí cuando necesita algo. ¿Qué has hecho?
—Nada, tío.
—O sea que todo, ¿no?
—Eso cree mi madre, pero no es así.
—Ya lo veremos.
—Tus habitaciones se encuentran al otro lado del patio. Tu… equipaje ya está allí… ¡Bah, no pienso interferir en tus asuntos privados! No soy el tío de lengua áspera. Toma un baño. Hablaremos durante la cena.
Pero antes de esa hora «Padre Serga», que así llamaban al prefecto de la guardia, supo por el erario que su sobrino había marchado desde Constantinopla a cargo de un convoy del tesoro público que, tras un choque con los bandidos en el paso de Tarso, entregó oportunamente.
—¿Por qué no me lo dijiste? —quiso saber su tío mientras cenaban.
—Primero debía informar al erario —fue la respuesta.
Serga lo miró y dijo:
—¡Por los dioses! Eres igual que tu padre. Los cilicios sois escandalosamente cumplidores.
—Ya me he dado cuenta. Nos tendieron una emboscada a menos de ocho kilómetros de Tarso. ¿Aquí también son frecuentes esas cosas?
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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.