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autor: Rudyard Kipling


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El Libro de las Tierras Vírgenes

Rudyard Kipling


Cuentos, Colección


Prólogo

Numerosas son las consultas a especialistas generosos que exige una obra como la presente, y el autor faltaría, a todas luces, al deber que le impone el modo como aquéllas han sido contestadas, si dejara aquí de hacer constar su gratitud para que tenga la mayor publicidad posible.

Debo dar gracias, en primer término, al sabio y distinguido Bahadur Shah, elefante destinado a la conducción de bagajes, que lleva el número 174 en el libro de registro oficial de la India, el cual, junto con su amable hermana Pudmini, suministró con la mayor galantería la historia de "Toomai el de los elefantes" y buena parte de la información contenida en "Los servidores de Su Majestad". Las aventuras de Mowgli fueron recogidas, en varias épocas y lugares, de multitud de fuentes, sobre las cuales desean los interesados que se guarde el más estricto incógnito. Sin embargo, a tanta distancia, el autor se considera en libertad para dar las gracias, también, a un caballero indio de los de vieja cepa, a un apreciable habitante de las más altas lomas de Jakko, por su persuasiva aunque algo mordaz crítica de los rasgos típicos de su raza: los presbipitecos (Género de mamíferos cuadrúmanos cuya especie típica vive en Sumatra. N. del T.), Sahi, sabio diligentísimo y hábil, miembro de una disuelta manada que vagaba por las tierras de Seeonee, y un artista conocidísimo en la mayor parte de las ferias locales de la India meridional donde atrae a toda la juventud y a cuanto hay de bello y culto en muchas aldeas, bailando, puesto el bozal, con su amo, han contribuido también a este libro con valiosísimos datos acerca de diversas gentes, maneras y costumbres. De éstos se ha usado abundantemente en las narraciones tituladas: "¡Al tigre! ¡Al tigre!", "La caza de Kaa" y "Los hermanos de Mowgli".


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Dominio público
405 págs. / 11 horas, 49 minutos / 1.826 visitas.

Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

De Cómo Vino el Miedo

Rudyard Kipling


Cuento


Cuando secos están arroyo y laguna,
todos somos hermanos;
mezclados nos ven las riberas,
ardientes las bocas, polvo en los flancos,
sin deseos de caza,
y por temor igual paralizados.
Junto a su madre, puede tímido ver
el cervato al lobo desmedrado;
mira el gamo tranquilo los colmillos
que a su padre mataron.
Cuando secos están charco y arroyo,
todos somos hermanos.
hasta que alguna nube la respetada
"tregua del agua" rompa,
y nos mande lluvia y anhelada caza,
nuestro encanto.


Previstos están, por la ley de la selva (la más antigua del mundo) la máxima parte de los acontecimientos con que su pueblo pudiera enfrentarse, por lo que, hoy por hoy, es un código casi tan perfecto como el tiempo y la costumbre pudieron llegar a constituirlo. Si el lector pasó sus ojos por las narraciones transcritas relativas a Mowgli, recordará sin duda que el muchacho pasó la mayor parte de su vida con la manada de lobos de Seeonee, y que aprendió la ley con Baloo, el oso pardo. Fue el propio Baloo quien le explicó, cuando el muchacho daba muestras de impaciencia por tantas órdenes que recibía constantemente, que la ley era como una enredadera gigante, ya que alcanza a todas las espaldas sin quedar exenta ninguna de sentir su peso.

—Una vez que hayas vivido los años que yo he vivido, hermanito, te darás cuenta de que la selva obedece, a lo menos, a una ley —dijo Baloo—. Esto no te parecerá muy agradable —añadió.

Mowgli no paró mientes en esta conversación, porque cuando un muchacho pasa la vida comiendo y durmiendo, no le importan un ardite las demás cosas, sino hasta que suena la hora de enfrentarse con ellas. Pero hubo un año en que las palabras de Baloo resultaron certísimas y exactas; entonces Mowgli fue testigo de que toda la Selva estaba bajo el imperio de la ley.


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Dominio público
23 págs. / 41 minutos / 438 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Foca Blanca

Rudyard Kipling


Cuento


¡Duérmete, niñito! Llegó la noche;
negra es el agua que verde brillaba.
La luna, sobre las olas, nos mira
recostadas en su seno dormir.
Tu lecho pon donde chocan revueltas,
y allí ve y descansa,
revuélcate bien, la cola torciendo:
no ha de despertarte tormenta airada,
ni tiburón osado hará de ti presa.
¡Duerme al arrullo del mar que te mece!

(Canción de cuna de las focas.)


Lo que voy a narrar ocurrió muchos años hace, en un lugar llamado Novastoshnah, o Cabo del Noreste, en la Isla de San Pablo, allá por el mar de Behring. Todo esto me lo refirió Limmershin, el reyezuelo de invierno, cuando el viento lo arrojó contra la arboladura de un barco que llevaba rumbo al Japón; yo lo recogí y me lo llevé a mi camarote; lo calenté y lo alimenté durante dos días, hasta que se recuperó lo suficiente para volar y regresar a San Pablo. Limmershin es un pajarillo de un carácter bastante raro, pero no sabe mentir.

Nadie acude a Novastoshnah, excepto para negocios y los únicos seres que tienen allí siempre negocios que ventilar son las focas. Acuden en los meses de verano por centenares y por millares, saliendo del mar frío y gris; porque la playa de Novastoshnah tiene las mejores cualidades del mundo para hospedar a las focas.


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Dominio público
25 págs. / 44 minutos / 384 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Perros de Rojiza Pelambre

Rudyard Kipling


Cuento


¡Por nuestras claras, límpidas noches,
por las noches de los rápidos corredores,
por el hermoso batir la selva, la vista
de largo alcance, por la buena caza,
por la astucia de resultados certeros!
¡Por el aroma matinal, que humedece
el rocío aun no evaporado!
¡Por el placer de ir tras las piezas
que con terror incauto locas huyen!
¡Por los gritos de nuestros compañeros
cuando al derrotado sambhur han cercado!
¡Por los riesgos de los excesos de la noche!
¡Por el grato y dulce dormir de día
a la entrada del cubil!
¡Por todo esto vamos a la lucha!
¡Muerte, guerra a muerte juramos!



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Dominio público
32 págs. / 57 minutos / 222 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

¡Al Tigre! ¡Al Tigre!

Rudyard Kipling


Cuento


—¿Qué tal de caza, fiero cazador?
—Largo fue el ojeo; el frío, atroz.
—¿Dónde la pieza que fuiste a cobrar?
—En el bosque, hermano, creo que estará.
—¿Dónde tu orgullo, tu pujanza?
—De ambos la herida trajo mudanza.
—¿Por qué corriendo vienes a mí?
—¡Ah, hermano! A casa voy, a morir.


Retrocedamos ahora hasta la época del primer cuento. Cuando, después de la lucha sostenida por Mowgli con la manada en el Consejo de la Peña, abandonó él la caverna de los lobos, se dirigió a las tierras de labor donde vivían los campesinos; mas no quiso permanecer allí porque se encontraba demasiado cerca de la selva y porque sabía que había dejado un enemigo acérrimo, por lo menos, en el consejo. Por tanto, siguió una mala vereda que conducía hasta el valle, y continuó al trote largo por ella durante unas cinco leguas, y así llegó a un país que le era desconocido.

En ese lugar se abría el valle y se convertía en una gran llanura, salpicada aquí y allá de rocas y cortada de trecho en trecho por barrancos. En un extremo se divisaba una aldea; en el otro, la selva descendía repentinamente hasta los pastizales, y se detenía de golpe, cual si la hubieran cortado con una azada. En la llanura pacían búfalos y ganado; cuando los muchachos que los cuidaban vieron a Mowgli, empezaron a gritar y huyeron en tanto que se ponían a ladrar los perros vagabundos que siempre merodean en torno de las aldeas indias.

Mowgli se sentía hambriento, y por tanto siguió adelante; al llegar a la entrada del pueblo, vio que estaba corrido hacia un lado el gran arbusto espinoso que siempre se coloca frente a ella al oscurecer para interceptar el paso.


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Dominio público
24 págs. / 43 minutos / 341 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El "Ankus" del Rey

Rudyard Kipling


Cuento


Cuatro cosas hay que nunca están contentas,
que siempre son insaciables: la boca de Jacala
el buche del milano; las manos de los monos y
los ojos del hombre.

(Adagio de la selva)


Kaa, la enorme serpiente pitón de la Peña había mudado su piel quizás por ducentésima vez desde su nacimiento, y Mowgli, que nunca olvidó que le debía la vida a Kaa por aquella noche en que ella trabajó tanto en las moradas frías —como acaso recordarán ustedes—, fue a felicitarla. La muda de la piel siempre hace que una serpiente se sienta irritable y deprimida, lo que dura hasta que la piel nueva empieza a mostrarse hermosa y brillante. Ya no volvió Kaa a burlarse de Mowgli, sino que lo aceptó, como lo hacían los demás pueblos de la selva, como amo y señor de ésta, y le traía cuantas noticias podía naturalmente escuchar una serpiente pitón de su tamaño. Lo que Kaa no sabía acerca de la selva media, como la llamaban —la vida que se desliza por encima o por debajo de la tierra entre piedras, madrigueras y troncos de árbol—, podría ser escrito en la más pequeña de sus escamas.

Aquella tarde Mowgli estaba sentado en el círculo que formaban los grandes repliegues del cuerpo de Kaa, manoseando la escamosa y rota piel vieja que estaba entre las rocas formando eses y enroscada, tal como Kaa la había dejado. Kaa, con mucha cortesía, se había hecho un ovillo bajo los anchos y desnudos hombros de Mowgli, de tal manera que el muchacho descansara en un sillón viviente.

—Es perfecta hasta las escamas de los ojos —dijo Mowgli entre dientes, jugando con la piel vieja—. ¡Qué extraño es ver uno mismo, a sus pies, la cubierta de su propia cabeza!

—Sí, pero yo no tengo pies —respondió Kaa—; y como es esta la costumbre de toda mi gente, no lo encuentro extraño. ¿No se te vuelve la piel vieja y áspera?


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23 págs. / 41 minutos / 203 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Servidores de su Majestad

Rudyard Kipling


Cuento


Por quebrados podéis resolverlo,
o también por regla de tres;
pero el camino de Tweedledum,
no es el de Tweedledee.

Torced el problema, revolvedlo,
plegadlo como gustéis;
pero el camino de PillyWinky
no es el mismo que el de WínkiePop.


Copiosa lluvia había estado cayendo durante un mes entero... Había caído sobre un campamento de treinta mil hombres, millares de camellos, elefantes, caballos, bueyes y mulas, reunidos en un lugar llamado Rawal Pindi, para que el virrey de la India le pasara revista. éste recibía la visita del emir de Afganistán, rey salvaje de un salvajísimo país; el emir había traído, acompañándole, una guardia de ochocientos hombres e igual número de caballos que nunca antes habían visto un campamento o una locomotora; hombres salvajes y caballos salvajes también sacados de algún lugar del corazón de Asia Central. Cada noche, un pelotón de esos caballos rompía las cuerdas que los sujetaban y se lanzaban estrepitosamente de un lado al otro del campamento, entre el barro y la oscuridad; o bien los camellos se desataban y corrían por allí tropezando con las cuerdas que sostenían las tiendas; ya puede imaginarse lo agradable que esto sería para los hombres que intentaban dormir. Mi tienda estaba situada lejos de las filas de camellos, y por eso pensaba yo encontrarme en sitio seguro. Pero una noche un hombre asomó la cabeza por mi tienda y gritó:

—¡Salga pronto! ¡Allí vienen! ¡Ya derribaron mi tienda!


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21 págs. / 37 minutos / 364 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Los Hermanos de Mowgli

Rudyard Kipling


Cuento


Desata a la noche Mang, el murciélago;
en sus alas acarréala Rann, el milano;
duerme en el corral la vacada
y de corderos duerme el atajo;
tras las reforzadas cercas se esconden
pues hasta el amanecer con libertad vagamos.

Orgullo y fuerza, zarpazo pronto,
prudente silencio: es nuestra hora.

¡Resuena el grito! ¡Para el que observa
la ley que amamos, caza abundante!

Canción nocturna en la selva.


En las colinas de Seeonee daban las siete en aquella bochornosa tarde. Papá Lobo despertóse de su sueño diurno; se rascó, bostezó, alargó las patas, primero una y luego la otra para sacudirse la pesadez que todavía sentía en ellas. Mamá Loba continuaba echada, apoyado el grande hocico de color gris sobre sus cuatro lobatos, vacilantes y chillones, en tanto que la luna hacía brillar la entrada de la caverna donde todos ellos habitaban.

—¡Augr.! .—masculló el lobo padre—. Ya es hora de ir de caza de nuevo.

Iba a lanzarse por la ladera cuando una sombra, no muy corpulenta y provista de espesa cola, cruzó el umbral y dijo con lastimera voz: —¡Buena suerte, jefe de los lobos, y que la de tus nobles hijos no sea peor! ¡Que les crezcan fuertes dientes y que nunca, en este mundo, se les olvide tener hambre!


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26 págs. / 46 minutos / 136 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Rikki-Tikki-Tavi

Rudyard Kipling


Cuento


Desde el hueco en que entró
Rikki—tikki llamó a Nag;
oíd lo que le dijo:
Nag, ven con la muerte a bailar.

Ojo con ojo, testa con testa,
(lleva el paso, Nag);
termina esto cuando uno muere
(cuanto gustes, durará).

Vuélvete allá, tuécete ahora...
(¡corre y escóndete, Nag!)
¡Ah! ¡Vencido te ha la muerte!
(¡Qué mala suerte, Nag!)


Esta es la historia de la gran guerra que Rikki—tikki—tavi llevó al cabo, sola, en los cuartos de baño del gran bungalow en el acantonamiento de Segowlee. Darzee, el pájaro tejedor, la ayudó, y la aconsejó Chuchundra, el almizclero, que nunca camina por en medio del piso, sino que se arrastra pegado a las paredes; pero Rikki—tikki—tavi llevó el peso de la lucha.

Era una mangosta, muy parecida a un gatito en la piel y en la cola, pero más semejante a una comadreja por su cabeza y sus costumbres.

Sus ojos y el extremo de su inquieto hocico eran de color de rosa; podía rascarse en cualquier parte de su cuerpo con cualquiera de sus patas, ya fueran las anteriores, ya las posteriores; podía enarbolar su cola poniéndola como si fuera un escobillón, y su grito de guerra, mientras se deslizaba por la hierba, era: Rikk—tikk—tikki—tikki—tchik.

Un día, una gran avenida veraniega se la había llevado de la madriguera en que vivía con su padre y su madre, y la arrastró, pateando y cloqueando como una gallina, hasta depositarla en una zanja a la vera del camino. Allí encontró un pequeño haz de hierbas que flotaba en el agua, y se asió de él hasta que perdió el sentido. Cuando revivió, vio que estaba echada al sol en la mitad de un sendero de jardín, muy mal cuidado por cierto, y oyó que un niño decía:

—Aquí está una mangosta muerta. Vamos a enterrarla.

—No —dijo su madre—. Llevémosla adentro para secarla. Quizás no está realmente muerta.


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19 págs. / 34 minutos / 335 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Selva Invasora

Rudyard Kipling


Cuento


Hierba, flor, enredadera,
tended un velo sobre todo esto:
hay que borrar de esta raza
hasta el más mínimo recuerdo.

Negra ceniza cubra sus altares,
luego de la lluvia sutil
la leve huella quede por siempre
impresa en ellos.

El campo yermo sea
del gamo el lecho; nadie a asustarlo vaya
ni a turbar a sus pequeñuelos.

Derrúmbense los muros cediendo
a su propio peso;
que nadie lo sepa,
ni nadie en pie de nuevo los vea.


Después de leer los primeros cuentos de esta obra, debemos recordar que, una vez que Mowgli clavó la piel de Shere Khan en la Peña del Consejo, dijo a cuantos quedaban en la manada de Seeonee que de ahí más, cazaría solo en la Selva; entonces, los cuatro hijos de papá Lobo y de su esposa dijeron que ellos también cazarían en su compañía.

Mas no es cosa fácil cambiar de vida en un momento... sobre todo en la selva. Lo primero que hizo Mowgli cuando se dispersó la manada al marcharse los que la formaban, fue dirigirse a la cueva donde había tenido su hogar y dormir allí durante un día y una noche. Después les refirió a papá Lobo y a la mamá cuanto creyó que podrían entender de todas las aventuras que había corrido entre los hombres. Luego, cuando, por la mañana, se entretuvo en hacer que brillara el sol sobre la hoja de su cuchillo (que le había servido para desollar a Shere Khan), confesaron ellos que algo había aprendido.

Después Akela y el Hermano Gris hubieron de narrar la parte que habían tomado en la gran embestida de los búfalos del barranco; con tal de oírlo todo, Baloo subió penosamente la montaña, y por su parte Bagheera se rascaba de gusto al ver cómo había dirigido Mowgli su batalla.


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Dominio público
36 págs. / 1 hora, 4 minutos / 167 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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