El Bolero
Serafín Estébanez Calderón
Cuento
Arrimó a un lado la guitarra, y ordenando a sus discípulos diesen principio a ejercitar sus habilidades, empezó la batahola. Unos se agarraron a las cuerdas, y sostenidos por ellas, se ejercitaban en hacer cabriolas; otros paseaban con gravedad el salón, y de rato en rato hacían mil mudanzas diferentes. Éstas, levantando sus guardapieses hasta las rodillas, apoyadas en algún mozalbete, subían y bajaban los pies...
(La Bolerología)
Fila sexta, número onceno, y en cierto corral de comedias de esta corte, tiene cada prójimo por sí solo, y todo el público in solidum
y de mancomún, un sitial holgado y cómodo, de donde poder atalayar con
los ojos y escuchar con las orejas (¡atención!), desde el farsado más
humilde y villanesco hasta lo más encumbrado y estupendo en lo gañido,
tañente y mayado que vulgarmente llamamos canto nosotros los dilettantis.
Todo ello lo puede haber cualquiera por un ducado y algunos cornados
más, suma despreciable para estos tiempos opimos en que corre tanto de
la tal moneda, no contando, en verdad, aquel aliquid amplius
que por aguinaldos y albricias dan en algunos días de crédito,
violentamente gustosos, tal cual caballerete calzafraque y corbata, de
los de algalia en pañuelo y nonada en la faltriquera. Den ellos lo que
gusten y bien les plazca, puesto que quieren disfrutar, y gozan, con
efecto, de las primeras apariciones escénicas y de las estrenas
teatrales, que yo, tan discreta cuanto literariamente, soy
contento con entrar en día no feriado ni notable al hora circumcirca en
que se media o biparte la función, y pagando con un saludo al alojador,
me aprovecha más asentarme sosegadamente y ver el rabo y cabo del
espectáculo, puesto que el fin de una comedia del día no es el peor
plato que se puede servir al gusto.
Dominio público
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Publicado el 20 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.