Si no existiera la mujer hermosa
fuera un bridón el ídolo del moro.
Mas si los dos al orbe prestan lumbre,
los dos a un tiempo forman un tesoro.
Poesía árabe.
¡Cuán dichoso es el árabe cuando, montado en su corcel, se lanza, desde
las rocas en el desierto; cuando los pies de su bridón, sumergiéndose en
la arena, levantan el mismo murmullo que el hierro ardiendo mojado en el
agua! Vedlo allá cuál nada en el Océano de arena, y cuál hiende las
áridas ondas con su pecho del delfín.
Aprisa, aprisa: apenas toca con sus pies la faz de las arenas: aguija,
aguija: ya se lanza envuelto en un turbillón de polvo.
Es negro el corcel mío como nube de otoño; blanca estrella como la
aurora brilla sobre su frente; da al viento su crin hermosa, como
garzotas ondantes, y sus pies cuatralbos vibran centellas de fuego.
Vuela, vuela, bridón mío, el de la estrella blanca; selvas, montañas,
abrid paso, dadme lugar.
En vano la verde palma se me brinda con sus dátiles y sombra; yo
desprecio su hospedaje.
La palmera avergonzada huye de mí, se oculta en el Oasis, y en el
susurro de sus hojas parece que se burla de la temeridad mía.
Sus altas rocas, custodios de la frontera del desierto, vuelven sobre mí
su faz negra y torva, repiten la carrera de mi caballo, y parece que me
amenazan así.
"El insensato, ¿dónde va? Su cabeza no encontrará ya amparo contra los
dardos del sol, ni bajo la verde caballera de la palma, ni bajo el
blanco pabellón de la tienda. Allí no hay más que una tienda, la bóveda
del cielo. Allí las rocas solas pasan la noche; sólo las estrellas
viajan por allí."
Yo corro más y más: vuelvo la cabeza y miro las rocas huir avergonzadas
de mí, y que se ocultan y bajan sus crestas las unas tras las otras.
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