I
Mohamad II, de la familia de los Naceritas, reinaba en Granada lleno de
poder, gloria y juventud; pues por la muerte de su padre se miraba a los
veinticinco años sentado ya en el trono de la Alhambra.
Cuentan las historias que este príncipe, antes de heredar el título de
Sultán, andaba perdidamente enamorado de la hermosísima Híala, hija del
primero de los Wazires de su padre, hombre principal y poderoso, pero
que aunque deudo de la familia real, no entraba en los cálculos del
Sultán viejo el permitir tal enlace. Ello es que el Sultán Alamar quería
casar al príncipe su hijo con una infanta de Fez para afirmar con tal
alianza el imperio muslímico en España, y poder, con la ayuda de las
cabilas africanas, rechazar a los cristianos, que a más andar le venían
invadiendo y ocupando su territorio, como las olas incesantes de un mar
ambicioso e insaciable.
La muerte de Alamar cortó en flor proyectos tan prudentes, y dejó en
libertad al nuevo Sultán para seguir las dulces inclinaciones de su
corazón, contando éste que, con un brazo fuerte y una voluntad firme,
podría hacer frente al de Aragón por la parte oriental, y al de Castilla
por la parte del Algarbe de su reino.
Así, pues, al mismo tiempo que hizo llamamiento de sus alcaides y
capitanes, y que sus escuadrones y jinetes, así africanos como
andaluces, se juntaban, apresuraba el Sultán mancebo sus bodas, que
habían de ser con todo el boato, gala y riquezas que los monarcas
granadinos acostumbraban ostentar y derramar en las ocasiones solemnes,
y por cierto que para un corazón enamorado nada de más solemnidad y
grandeza que el día en que iba a poseer el objeto por quien tanto se ha
anhelado.
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