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autor: Silverio Lanza etiqueta: Cuento textos disponibles


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Heredípeta

Silverio Lanza


Cuento


Primera parte

Por lo demás, era deber mío asistir á aquel viejo en sus últimos momentos. Sobre todo, le debía dinero, y sabido es con cuánto cuidado acompañamos nuestros ingleses al sepulcro. El señor Conde había hecho la campaña de Italia con mí abuelo; había obtenido para mí padre sus mejores empleos. Había sido mi curador. Había, y principalmente yo la debía algunas cantidades que nunca me recordaba. Teniente general, millonario, Grande de España, y ya casi decrépito, tuvo la extravagante idea de tomar en matrimonio una deliciosa jovencita, sobrina y heredera de la marquesa de Romancos. La suerte parecía perseguir al señor Conde. A los tres meses de matrimonio murió su tía política, y nuevos capitales aumentaron el de la casa. La joven condesa era tan bella como bondadosa; pero á pesar de todos pus encantos la murmuración llegó á las puertas de su honra y no encontró pretexto para seguir adelante. Conchita había sido perfectamente educada por su tía: sus sentimientos religiosos eran sinceros.

Odiaba la sociedad como todo lo desconocida cuyo mérito deseamos que se niegue. Con estas condiciones forzosamente debía ser virtuosa la linda condesita. Á mí me miraba con mirada maternal. En la expresión de sus ojos habla algo de regañona condescendencia, á menudo solía reprenderme por mis bromas y se inquietaba por mi salud si me veía formal y serio. Aquella niña se me impuso de todas veras. Ella era mi madre, y el general mi abuelo. De todo lo dicho provenía mi entrañable cariño á esta familia.

En la mañana del 22 de Enero del año tantos recibí un recado de Conchita advirtiéndome que el señor Conde habla pasado muy mala noche y se encontraba bastante enfermo. En seguida me presenté en la casa. Efectivamente el general estaba en estado grave. El médico había hecho su diagnóstico; según él, una pulmonía fulminante me dejaría huérfano.


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Dominio público
16 págs. / 28 minutos / 61 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

La Muerte de la Verdad

Silverio Lanza


Cuento


Fui un estúpido.

Quizás no.

Desde que tuve aquella pesadilla he cambiado de ideas.

Ya no encuentro gusto ni á la Federación ni al tabaco.

¡Horrible pesadilla!

No sé cómo me encontré en una larga tabla inclinada que unía la cumbre de una montaña con el fondo del valle. Me deslizaba con la rapidez de las revoluciones.

—¡Al valle! ¡Al valle! —gritaba yo.

—¡Al valle! ¡Al valle! —respondían detrás de mí.

Me separé de la tabla y me sostuve en el aire para ver quien me seguía, pero en un instante pasaron por delante de mí muchos miles de personas.

Después creí ver á un amigo que me debe dinero y poniéndome sobre la tabla me deslicé tras él.

—¡Al valle! ¡Al valle! —se gritaba por todas partes. Ya divisé al mal pagador, llegué á alcanzarle y me dispuse á cobrar.

¡Veintitrés reales no se deben perder! Volví la cabeza; detrás de mí venía mi vecina del entresuelo. Entonces grité á mi amigo. «¡No huyas! Todas las cantidades que me debes te las perdono.»

—¡Al valle! ¡Al valle!

Pero yo me separé de la tabla porque ví un ángel rubio que aguardaba en el espacio teniendo de la brida un caballo blanquísimo.

—¿Eres Dios? —me preguntó el ángel.

—Acaso lo sea.

—¿Eres el demonio?

—Lo he sido.

—A tí espero.

Y monté sobre aquel corcel más hermoso que el de Santiago. El ángel se sujetó á la cola del caballo, y como esto me pareciera poco elegante, dile orden de caminar delante de mí. Tampoco esto lo hallé bien, y entonces hice de él una brillante estrella y la coloqué en mi frente.

Hermosas mujeres, con rostros de serafines, cubrieron mi cuerpo y el de mi tordo.

Beatriz se posó en mis labios y el Dante puso sus espaldas para que mi caballo apoyase en ellas las pezuñas.


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Dominio público
10 págs. / 17 minutos / 58 visitas.

Publicado el 13 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Tres Casos

Silverio Lanza


Cuento


Aunque los curanderos están perseguidos por las leyes, declaro que lo soy, y no extrañara á ustedes lo que voy á referir.

Primer caso

El Sr. D. José Zúñiga é Iriarte, individuo del Cuerpo diplomático, observa, á los dos meses de casado, que su esposa presenta síntomas de demencia. Los doctores P. y Q. recomiendan que la enferma se distraiga, y el Sr. Zúñiga viaja con su esposa.

Convencido de que su mujer se agrava, y teniendo noticia de mis prodigiosas curas, me dispensa el honor de su visita, y, de común acuerdo, voy el siguiente día á almorzar con el diplomático y con su esposa.

La señora está muy delgada, es rubia, tiene los ojos azules, la boca grande y el cutis finísimo. Se fatiga fácilmente y se distrae á menudo.

El Sr. Zúñiga me presenta como poeta y hombre de ciencia. Yo me hago el chiquitín, y la señora no me invita á recitar versos. Observo que hay un piano en el gabinete, suplico á la enferma que nos recuerde alguna obra de las aplaudidas en la última temporada de conciertos, y la señora de Zúñiga contesta con alguna acritud, que el piano está desafinado y que ella toca muy mal. Entablo conversación sobre las bellezas de Nápoles y de Colonia; pido á la esposa su opinión acerca de las orillas del Rhin y de los lagos de Suiza, y me contesta con monosílabos.

Empieza el almuerzo, y la señora reprende al criado porque los huevos están partidos á lo ancho y no á lo largo, y encarga que otra vez sirvan la Bechamel aparte. Las conversaciones se suspenden, y mi copa de vino se tambalea porque la señora de Zúñiga tira del mantel para acercarse el plato.

El sirviente presenta el pescado, y la señora lo rechaza de tal modo, que un lenguado cae sobre la alfombra, y el criado se excusa de no haber traído antes las pechugas á la Financiere.

La señora se serena un poco y me refiere que aquel Burdeos les cuesta á cincuenta reales la botella.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 57 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

¡Y Tan Ciertos!

Silverio Lanza


Cuento


«Ayer, á las cuatro de la madrugada, detuvo un vigilante de la Higiene, en la buñoleria de El Mangue, á una señora embriagada, al parecer.

«Conducida á la prevención resultó ser doña N. N., viuda de D. N. N., y casada actualmente con D. N. N.

»El vigilante fué reprendido severamente y la señora puesta en libertad.»

Bien hecho. Ya que las señoras no procuran diferenciarse de las prostitutas bueno será que los agentes las diferencien.

De todas maneras, ciertos son los toros.


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Dominio público
1 pág. / 1 minuto / 57 visitas.

Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

El Cuento de la Dinamita

Silverio Lanza


Cuento


—¡Un cuento, un cuento! ¡Que cuente un cuento!

—Voy á complaceros. Os contaré el cuento de la dinamita.

—Venga, venga.

—Pues, señor... Había un pueblo muy rico porque tenía muchas fábricas y se cuidaba el campo, y no había mohina porque había harina.

Y cátate que llega una familia de gitanos al pueblo y empiezan á decir la buenaventura y á curar con unas recetas muy extrañas y á echar maldiciones que se cumplían, y muchas cosas más.

Y los vecinos del pueblo empezaron á gastarse su dinero con los gitanos, y se cerraron las fábricas y se abandonó el campo, y los jornaleros tuvieron hambre.

—Como aquí.

—Si interrumpís no sigo.

—Silencio.

—Y los que pudieron se marcharon á otros pueblos, y se marchó el tio Colorao, y anduvo tierras y tierras, y en un lado se dejó la vergüenza y cogió la osadía, y en otro lado se dejó la razón y guardó un poco de mal instinto, y después de andar mucho se volvió otra vez al pueblo.

Y cuando volvió estaba todo peor que cuando se había ido. Nadie le daba trabajo ni él quería trabajar y explotaba á los pobres.

—Poco sería.

—Que te calles.

—Déjale, que voy á explicárselo. ¿Has visto la encina grande de Campo Redondo?

—Sí, señor.

—¿Tiene mucho fruto?

—Ya no lo da.

—Pero tendrá hojas.

—Muchas.

—¿Y cuando no las tenga?

—Pues, pa leña.

—¿Y cuando se queme la leña?

—Pues, ná.

—¿Y la ceniza?

—Es cierto.

—Todo sirve para algo. Y continúo.

Y como nadie se cuidaba de los pobres estos se hicieron a...

—¿Anarquistas?

—No, hijo; otra cosa muy distinta, aunque también empiece con a: se hicieron asesinos. Y mataron y robaron, porque Colorao los animaba. Y se acostumbraron al crimen, y fueron criminales por serlo.


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2 págs. / 3 minutos / 55 visitas.

Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

San Martín

Silverio Lanza


Cuento


Archilla es un delicioso pueblecito de la provincia de Guadalajara. Es como un blanco cordero abandonado. Visto desde las cumbres de los montes parece cuatro blancos trapitos acabados de lavar en el río y puestos á secar sobre una loma. Por esto conoceréis el pueblo que describo. Figuráos un hermoso valle atravesado por el río Tajuña. A la derecha de la corriente, y en la falda del monte, una colina, á la que dan verde color muchos y frondosísimos nogales. A las aguas del río van á unirse las de tres fuentes distintas. Siguiendo cauce arriba se encuentran Romancos y luego Brihuega. Cauce abajo se halla Tomellosa y después Valfermoso. Archilla tiene ochenta casas, medía docena de calles, una diminuta plaza cuadrada, casa ayuntamiento, escuela, iglesia, dos ermitas, cementerio, carnicería, posada, un molino de grano y otro de aceite. Archilla constituye uno de mis grandes descubrimientos. Si algún poeta va allí le suplico que me dedique un recuerdo. Por lo demás, no os imaginéis serenatas, mozos gallardos que canten trovas, ni hermosas con ojos


azules como el cielo despejado,


y trenzas rubias como


las mazorcas en el granero.


Yo prescindí de todas estas cosas durante mi estancia en aquel pueblo. Nada tengo que decir respecto á los habitantes de Archilla, y esto probará su parecido con los demás habitantes del globo.


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Dominio público
10 págs. / 18 minutos / 55 visitas.

Publicado el 31 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Verbena de San Juan

Silverio Lanza


Cuento


—¡Olé! ¡Viva la alegría! señor Rafael, tráigase usted la fuente de la plaza, echando vino.

—Ojo con emborracharse, que luego, á la noche, hay alguno que rompe tres primas sin haber templado.

—Aquí nadie se emborracha; el que lo hace, paga la convidada por todos.

—Mucho, mucho; muy bien dicho.

—¡Que se escriban esas palabras!

—Oye. ¿A quién le has oído tú eso?

—Al diputado.

—¡Bravo! ¡Bravo! Que haga el diputado.

—Figúrate que estás en las Cortes.

—Que se suba encima de la mesa.

—Escucha. Zurdo. ¿Cómo van vestidos los ministros?

—Si no me dejáis, no digo nada.—

—¡Silencio!

—Antes necesito beber un poco.

—Oye. ¿Los diputados beben vino?

—Estultus, como dice el sacristán. En Madrid, la gente gorda, bebe agua de Colonia.

—Menuda chispa tendrán los señoritos.

—Ca, hombre. Ahí tienes ese chistera con el color de restrojo lo mismo que un difunto. Parece un hombre porque lleva patillas y va muy tieso; el otro día le dieron aguardiente del bajo en casa del escribano; y, apenas lo cato, lloraba cada lagrimón más grande que el chico de mi hermana.

—Dicen que sabe mucho.

—No digo que no; pero ayer no sabía cuantos celemines tiene una fanega.

—Pues eso lo sabe todo el mundo.

EL maestro le dijo á mi madre que el tal señorito es mala persona, y que hay que vigilar á las mozas.,

—Leandro, eso va contigo. Desde que vino al pueblo anda detrás de Rosica.

—Ya sabe ella lo que tiene que hacer.

—Si no dices otra cosa... Rosa es una chica honrada, y si tu lo haces mal con ella, ni las piedras te van á querer en el pueblo; pero ya sabes que donde hay gallinas es adonde van las zorras.

—Vosotros sabéis algo y no queréis decírmelo.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 54 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

La Justicia que Da Miedo

Silverio Lanza


Cuento


—Silverio, estate quietecito.
—Pero, mamá, siempre me pide usted que me esté quieto.
—Porque es lo único que necesito de tí.


Dejé la pluma y subí á cubierta porque oí rotar la caña.

El piloto me llamó desde el puente para ofrecerme una taza de café. El capitán, que se paseaba por el alcázar, me detuvo:

—No acepte usted; el café le excita, ¿sabe? mañana veremos tierra de Puerto Rico. Si va malo, le dejo allí.

—¡No lo quiera Dios!

—Ni yo le dejare, ¿sabe? ¿Qué ha escrito esta noche?

—Un artículo acerca de las autoridades.

—¿Y á usted que le importan si es usted bueno?

—No basta. Es mi obsesión. Temo siempre morir inocente en un patíbulo.

—¡Vaya! ¡Cálmese, niño!

—Eso mataría á mi santa madre, que tanto se ha esforzado en hacerme caballero. Y mi esposa sería la mujer de un presidiario. Y mi nene bonito maldeciría á su padre.

—Pero, cálmese. Eso no ocurrirá nunca; eso no es posible.

—¿Qué no es posible? ¿Es posible que aquí, en esta inmensa soledad del Océano y del firmamento, que se reúnen en un horizonte no interrumpido, podamos rompernos la cabeza contra tierra?

—Sí, señor.

—¿Cómo?

—Dando en un bajo.

—¿Y qué es un bajo?

—Un punto que...

—Un punto que está demasiado alto. Pues todas las grandezas que la Humanidad lleva consigo al navegar por el mar de la vida pueden perecer súbitamente, porque los bajos están muy altos.

—¿Lo dice usted por mí?—me preguntó el piloto desde el puente.

—No, señor.

—Pues camará, suba usted á tomar café. Y á esos bajos, ¡qué los balicen!


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Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

¡Peste de Huesos!

Silverio Lanza


Cuento


Cuando los reyes eran encarnaciones del alma de sus pueblos, ocurrió lo que voy á referir.

Alejandro II, último príncipe de una dinastía que aún no ha reinado en España, vió morir á su padre en un cadalso (es inútil decir que murió por ser liberal), y soporto resignadamente la crueldad con que se le obligo á presenciar la muerte de su padre.

Cumplió el verdugo con encantadora destreza el inapelable fallo de los caballeros que por aquel entonces se ganaban la vida condenando al prójimo con arreglo á la ley de moda, sin perjuicio de cometer ellos los delitos que se castigaban en las leyes antiguas y los que se castigaron en las leyes posteriores.

Cuando el reo concluyo de pagar todos los tributos que impone el Estado, el príncipe examino la cuerda que suspendía el cadáver del rey, y dijo tranquilamente:

—Con esto no contaba Dios.

Por eso Alejandro II, cuando fué monarca, no quiso serlo por derecho divino; tenía miedo á las herejías del cáñamo.

Como es naiural, los revolucionarios gobernaron pésimamente, y se pensó en la restauración.

La mudanza es el placer de la vida; y la Humanidad sería feliz si las variaciones estuvieran regularizadas legalmente. Yo he obedecido á cuatro reyes, dos regentes, dos repúblicas y un gobierno provisional, y todos me han dado un día de esperanza al llegar, un día de dolor al gobernarme y un día de placer cuando se fueron. Lo mismo me ha ocurrido con mis conocidos y con mis amadas. Pero!cuantos sustos en cada mudanza! Dios, en su infinita sabiduría, regularizo los cambios en la Naturaleza; el invierno se marcha alegre porque sabe que ha de volver, y nosotros le recibimos á gusto porque sabemos que se marchara oportunamente. Por eso dije á ustedes que la mudanza es el placer de la vida, y por eso ustedes y yo nos damos el placer de cambiar de asunto.


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Publicado el 28 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Hemodinámica

Silverio Lanza


Cuento


Un hermoso día del mes de Febrero; las diez de la mañana. En la naturaleza que rodea á la capital hay orgías de los órganos emborrachándose de luz y de calor.

Madrid no forma parte de la naturaleza; es á la vida lo que el tísico al atleta. Madrid trabaja quejándose. Las córneas denuncian un estado patológico del hígado. La vaguedad de la mirada y la indolencia de la marcha denuncian un estado patológico del estómago. Gabanes y capas para resguardarse del sol que abrasa; los madrileños tienen frío: un estado patológico de la circulación. Ya encuentro la definición: Madrid es un órgano enfermo de mi patria.

Por la puerta del ministerio de la Gobernación van entrando los empleados y los pretendientes. En la acera se pasean algunos individuos de la ronda secreta. Veo un hombre ciego y viejo sentado en una silla de tijera y tocando la flauta. Me parece que se esmera, procura afinar y siente aquel ritmo que nadie escucha. Anoto en mi cuaderno lo siguiente: "Recorred la Historia y veréis que la prosperidad del arte denuncia la grandeza de los pueblos. Después de malgastar su actividad tantas generaciones empleándola en convencionalismos estúpidos, llega la decadencia y el arte sirve solamente para suplicar con lágrimas en los ojos una moneda con que defender la vida.»

Más allá otro viejo que vende bustos, aunque nadie los compre, porque estas futesas sirven entre personas cultas para recordar el cariño ó satisfacer un placer de estética; la canalla que nos rodea ha resuelto manifestar sus afectos de este modo: el odio con la calumnia y la amistad con la adulación.

En la esquina un puesto de corbatas: el símbolo del siglo XIX, el sabio jactancioso que ha pasado cien años matando los hombres por el cuello como se matan las bestias que sirven para alimentarnos.

¿Dónde voy? Donde haya mucho sol y mucha alegría. Desde luego, extramuros de Madrid.


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5 págs. / 9 minutos / 52 visitas.

Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

34567