Novela moral y costumbrista
Obra póstuma del señor Ducray Dumesnil
PERSONAJES
SEÑORA DE CANTALL
CÉLESTE, SU HIJA
EL DUQUE DE BELÈVRE
RIOCI
Era en 1804; la diligencia, cuyo cabriolé
ocupaba yo con …, recorría bastante despacio una cuesta larga, en un
bosque. Era bonita la vista del valle, pero no la miraba; sabía que
desde lo alto de la colina por la que estábamos subiendo vería el lago
de Ginebra.
El lago de Ginebra. ¡Qué palabras para un corazón de dieciocho años! ¡Las rocas de Meillerie, J.-J. Rousseau, Vevey, La nueva Héloïse!
La pedantería no había mancillado las aguas del lago de Ginebra.
Divisé por fin aquel lago inmenso desde lo alto de las colinas de
Changy; tiene en verdad apariencia de mar; se avista el lago, a lo
largo, con una extensión de doce leguas por lo menos. El aire era tan
limpio que veía cómo el humo de las chimeneas de Lausana, a siete
leguas, subía en columnas ondulantes y verticales.
—¿Tienes diez céntimos para el postillón?
Thélinge repetía esas palabras, de mal humor, por tercera o cuarta
vez; le di dos monedas de seis ochavos, es decir, quince céntimos.
—En bonita situación me has puesto —repitió cuando se alejó el
postillón—. ¿Pretendes que le pida a un niño que me devuelva cinco
céntimos? Además, ya se sabe lo que van a contestar, que no llevan
suelto.
Información texto 'El Lago de Ginebra'