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autor: Stendhal etiqueta: Cuento


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Vida y Muerte de Mina de Vanghel

Stendhal


Cuento


Cuento imitado del danés, del señor Oehlenschläger

El traductor no supo de este cuento sino por las fogosas críticas de los diarios alemanes, a quienes les parece inmoral el autor, al que reprochan su «sistema». Hemos intentado limar el bulto de esos defectos.

Mina de Vanghel nació en la tierra de la filosofía y de la imaginación, en Kœnigsberg. A finales de la campaña de Francia, en 1814, el conde de Vanghel, general prusiano, se apartó súbitamente de la corte y del ejército. Una noche, estando en Craonne, en Champaña, tras un combate cruento en que las tropas a sus órdenes se habían hecho acerbamente con la victoria, le asaltó una duda: ¿tiene derecho un pueblo a cambiar la forma íntima y racional según la cual desea otro pueblo regular su existencia material y moral? Preocupado por esta trascendental cuestión, el general decidió no volver a desenvainar la espada antes de tenerla resuelta; se retiró a sus posesiones de Kœnigsberg.

La policía de Berlín lo vigilaba de cerca y el conde de Vanghel no se ocupó ya sino de sus meditaciones filosóficas y de Mina, su hija única. Murió pocos años después, joven aún, dejándole a su hija una inmensa fortuna y dejándola también en desgracia en la corte, lo que no es baladí en la orgullosa Germania. Cierto es que, como pararrayos contra esa desdicha, Mina de Vanghel contaba con uno de los apellidos más nobles de la Alemania oriental. Solo tenía dieciséis años; pero lo que por ella sentían ya los militares jóvenes con los que se trataba su padre rayaba en la veneración y el entusiasmo. Les gustaba el temperamento novelesco y adusto que le brillaba a veces en la mirada.


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Publicado el 16 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Novela

Stendhal


Cuento


La escena transcurre en Bolonia, en una casa de campo deliciosa (Desio) cerca de la ciudad de Bolonia. La duquesa de Empoli, durante una fiesta brillante, rabia de celos por una amiga. Un francés, el teniente ***, quiere arrebatarle el corazón de Métilde. Esta, agobiada de pena y sumida en la melancolía, solo es capaz de dar amistad, y estaba a punto de concederle la suya al francés cuando él, presa de una loca pasión, comete locuras e imprudencias. La duquesa, siguiendo los consejos del frío e implacable Talley, incita a la señora *** a que deje sumido en la desesperación al francés. Este renuncia a inspirar un amor como el que lo devora y se conforma con la amistad que le otorga por fin la señora ***, que también lo perdona porque solo su mala cabeza tenía la culpa de todo, y pasan juntos una vejez dichosa entre goces que no conoce el vulgo. El señor *** quiere incluso reconciliarse luego con la duquesa de Empoli; Talley había fallecido y el señor F. le dijo un día:

—Me hizo usted todo el daño que pudo, pero soy tan feliz sencillamente con la amistad de la señora *** que no me queda ya sitio en el corazón para el odio y siento por usted un afecto muy tierno porque es usted amiga suya.

Capítulo I

Daban las doce en el reloj del palacio; iba a concluir el baile. La duquesa recorría con expresión alterada los paseos del jardín inglés, al que daban luz de sobra las estrellas resplandecientes de una noche de verano en Italia y la claridad que salía por los ventanales del salón.


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Publicado el 16 de abril de 2018 por Edu Robsy.

El Caballero de Saint-Ismier

Stendhal


Cuento


Corría el año 1640; Richelieu mandaba en Francia, más temible que nunca. Su voluntad de hierro y sus caprichos de gran hombre intentaban doblegar esos caracteres turbulentos que se entregaban apasionadamente a la guerra y al amor. Aún no había nacido el espíritu galante. Las guerras de religión y las facciones compradas con el oro de los tesoros del tétrico Felipe II habían prendido en los corazones un fuego que no se había apagado aún a juzgar por las cabezas que caían por orden de Richelieu. A la sazón, tenían los campesinos, los nobles y los burgueses una energía que no volvió a verse en Francia tras los setenta y dos años del reinado de Luis XIV. En 1640, el temperamento francés se atrevía aún a desear cosas enérgicas, pero los más valientes le tenían miedo al cardenal: sabían perfectamente que si, tras haberlo ofendido, quien lo hubiera hecho tuviese la imprudencia de quedarse en Francia, era ya imposible escapar de él.


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Publicado el 16 de abril de 2018 por Edu Robsy.

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