Esbozo de la vida de un joven rico en París
Conocía yo un poco a aquel señor
Lescale que era tan alto; medía seis pies. Era uno de los hombres de
negocios más ricos de París; tenía una sucursal en Marsella y varios
barcos en la mar. Acaba de morir. No es que fuera un hombre triste,
pero, si llegaba a decir diez palabras en un día, podía considerarse un
milagro. No obstante, le gustaba el buen humor y hacía cuanto fuera
preciso para que lo invitásemos a unas cenas que habíamos fijado los
sábados y que llevábamos muy en secreto. Tenía instinto comercial y, si
se me hubiera presentado un asunto vidrioso, le habría pedido opinión.
Al morir me hizo el honor de escribirme una carta de tres líneas.
Se refería a un joven en quien tenía interés, pero que no llevaba su
apellido. Lo llamaba Philibert.
Su padre le había dicho: «Haz lo que te parezca, me da lo mismo: ya
estaré muerto cuando hagas el tonto. Tienes dos hermanos, dejaré mi
fortuna al menos tonto de los tres; y a los otros dos, cien luises de
renta».
Philibert se había llevado todos los premios en el internado; el
hecho es que al salir no sabía nada. Desde entonces ha sido húsar tres
años y ha ido dos veces a América. En la época del último de esos
viajes, aseguraba que estaba enamorado de una segunda cantante que me
parece una bribona redomada muy capaz de llevar a su amante a
entramparse, a cometer luego falsificaciones e incluso, andando el
tiempo, algún crimen apañadito de esos que llevan derecho al tribunal de
lo criminal, circunstancia que le referí al padre.
El señor Lescale mandó llamar a Philibert, a quien llevaba dos meses sin ver.
—Si sales de París y te vas a Nueva Orleáns —le dijo—, te daré
quince mil francos, pero pagaderos a bordo del barco, en el que serás
sobrecargo.
Información texto 'Philibert Lescale'