La Andriana
Terencio
Teatro, comedia
Acto I
Escena I
SIMÓN, SOSIA, esclavos cargados de provisiones.
SIMÓN.— Llevad vosotros esas viandas allá dentro, caminad. Tú, Sosia, llégate acá; que te quiero decir dos palabras.
SOSIA.— Dalas por dichas: que se aderece bien todo esto.
SIMÓN.— Muy diferente cosa es.
SOSIA.— ¿En qué más puedo yo serte útil con mi arte?
SIMÓN.— No hay necesidad de ese arte para lo que yo pretendo, sino de aquellas virtudes que yo en ti siempre he conocido, que son fidelidad y silencio.
SOSIA.— Suspenso estoy aguardando qué me quieres.
SIMÓN.— Ya sabes cómo después que te compré has tenido en mi casa desde pequeño una moderada y benigna servidumbre. Hícete de esclavo mi liberto, porque me servías hidalgamente: te di la mayor recompensa que pude.
FOBIA.— No lo he olvidado yo.
SIMÓN.— Ni yo tampoco estoy de ello arrepentido.
SOSIA.— Huélgome, Simón, de haber hecho o hacer en tu servicio algo que te agrade: y en haberte dado gusto recibo gran merced. Pero ese recuerdo me da pena; porque traerlo a mi memoria, es como reprenderme de olvidado de las mercedes recibidas. Di, pues, en pocas palabras, qué me quieres.
SIMÓN.— Así lo haré. En primer lugar, te advierto que estas que tú crees verdaderas bodas no son tales bodas.
SOSIA.— ¿Por qué, pues, las finges?
SIMÓN.— Yo te lo contaré todo desde su principio, y así conocerás la vida de mi hijo y mi intento, y también qué es lo que yo quiero en este caso que tú hagas. Porque después que mi hijo salió de la niñez, amigo Sosia, tuvo ocasión para vivir más libremente; que basta entonces ¿quién pudiera saber ni entender su condición, mientras la edad, el miedo y el maestro lo estorbaban?
SOSIA.— Así es.
Dominio público
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Publicado el 13 de octubre de 2020 por Edu Robsy.