Cuento fantástico
I
El año pasado me invitaron, junto a dos de mis
compañeros de trabajo, Arrigo Cohic y Pedrino Borgnioli, a pasar unos
días en un lugar remoto de Normandía.
El tiempo que, cuando nos pusimos en marcha, prometía ser
excelente, cambió de repente, y cayó tanta lluvia, que los tortuosos
caminos por los que avanzábamos eran como el lecho de un torrente.
Nos hundimos en el cieno hasta las rodillas, una capa espesa de
tierra resbaladiza se pegó a la suela de nuestras botas, y su peso
aminoró de tal modo nuestros pasos, que llegamos a nuestro lugar de
destino una hora después de la puesta del sol.
Estábamos agotados; así es que nuestro anfitrión, al comprobar los
esfuerzos que hacíamos para reprimir los bostezos y mantener los ojos
abiertos, una vez que hubimos cenado, mandó que nos condujeran a cada
uno a nuestra habitación.
La mía era muy amplia; sentí, al entrar en ella, como un
estremecimiento febril, porque me pareció que entraba en un mundo nuevo.
Realmente, uno podía creerse en tiempos de la Regencia, viendo los
dinteles de Boucher que representaban las cuatro Estaciones, los muebles
de estilo rococó del peor gusto, y los marcos de los espejos torpemente
tallados.
Nada estaba desordenado. El tocador cubierto de estuches de peines,
de borlas para los polvos, parecía haber sido utilizado la víspera. Dos
o tres vestidos de colores tornasolados, un abanico sembrado de
lentejuelas de plata alfombraban el entarimado bien encerado y, ante mi
gran asombro, una tabaquera de concha, abierta sobre la chimenea, estaba
llena de tabaco todavía fresco.
Información texto 'La Cafetera'