Historia rococó
Mi tío, el caballero de T***, vivía en una pequeña
casa que daba por un lado a la triste calle de Tournelles y por el otro
al triste boulevard Saint-Antoine. Entre el boulevard y el cuerpo de la
vivienda, viejos arbustos, devorados por los insectos y el musgo,
estiraban lamentablemente sus brazos descarnados al fondo de una especie
de cloaca encajada entre negras y altas murallas. Algunas pobres flores
marchitas doblaban lánguidamente la cabeza como muchachas tísicas,
esperando que un rayo de sol fuera a secar sus hojas medio podridas. Los
hierbajos habían irrumpido en los senderos, que se reconocían con
dificultad, pues hacía mucho tiempo que el rastrillo no había pasado por
ellos. Uno o dos peces rojos flotaban más que nadaban en un estanque
cubierto de lentejas de agua y de plantas de pantano.
Mi tío llamaba a eso su jardín.
En el jardín de mi tío, aparte de las bellezas que acabamos de
describir, había un pabellón bastante desapacible, al que, sin duda por
antífrasis, le había dado el nombre de Delicias. Se hallaba en un
estado de completa degradación. Las paredes estaban combadas; grandes
placas de argamasa se habían desprendido y yacían por la tierra entre
las ortigas y la avena loca; un moho pútrido verdeaba las partes
inferiores; la madera de los postigos y de las puertas se había
dilatado, y ya no cerraban o lo hacían muy mal. Una especie de enorme
puchero de resplandecientes efluvios formaba la decoración de la entrada
principal; porque en tiempos de Luis XV, época de la construcción de
las Delicias, había siempre, por precaución, dos entradas. Óvolos, hojas
esculpidas y volutas recargaban la cornisa totalmente arrasada por la
infiltración de las aguas pluviales. En resumen, las Delicias de mi tío el caballero de T*** era una construcción lamentable.
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