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autor: Théophile Gautier


12

Arria Marcella, Recuerdo de Pompeya

Théophile Gautier


Cuento


Tres jóvenes, tres amigos que habían viajado juntos a Italia, visitaban el año pasado el museo Studii de Nápoles donde se hallan reunidos los diversos objetos antiguos exhumados de las excavaciones de Pompeya y Herculano.

Se habían dividido a través de las salas y contemplaban los mosaicos, los bronces, los frescos de las paredes de la ciudad muerta, según les dictaba su capricho, y cuando uno de ellos había hecho un descubrimiento curioso, llamaba a sus compañeros con gritos de alegría, escandalizando a los taciturnos ingleses y a los tranquilos burgueses dedicados a hojear su catálogo.

Pero el más joven de los tres, detenido ante una vitrina, parecía no oír las exclamaciones de sus amigos, absorto como estaba en una contemplación profunda. Lo que examinaba con tanta atención, era un fragmento de ceniza negra solidificada que tenía una forma especial: era como un pedazo de molde de estatua roto por la fundición; la mirada experta de un artista hubiera reconocido fácilmente la silueta de un seno admirable y de un costado de estilo tan puro como el de una estatua griega. Se sabe, y la más sencilla guía del viajero lo indica, que la lava, endurecida alrededor del cuerpo de una mujer, ha conservado su maravilloso contorno, Gracias al capricho de la erupción que destruyó cuatro ciudades, aquella noble forma, reducida a polvo desde hace casi dos mil años, ha llegado hasta nosotros; la curva de una garganta ha atravesado los siglos cuando tantos imperios desaparecidos no han dejado ni rastro… Aquel sello de belleza, puesto por el azar sobre la escoria de un volcán, no se ha borrado.

Al ver que se obstinaba en su contemplación, los dos amigos de Octavien se dirigieron hacia él, y Max, tocándole en el hombro, le hizo estremecerse como a un hombre sorprendido en su secreto. Evidentemente Octavien no había oído llegar a Max ni a Fabio.


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Dominio público
34 págs. / 59 minutos / 318 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Viaje por Rusia

Théophile Gautier


Viajes


I. El invierno en Rusia

Moscú. Apuntes de viaje

Aunque la vida en San Petersburgo resultaba agradable, nos espoleaba el deseo de ver la verdadera capital rusa, la gran ciudad moscovita, empresa que el ferrocarril hacía fácil.

Estábamos lo bastante aclimatados como para no temer un viaje a veinte grados bajo cero. Habiéndose presentado la ocasión de ir a Moscú en agradable compañía, nos dispusimos afrontar su blanco manto de hielo y nos endosamos la típica ropa de invierno: pelliza de visón, gorro de piel de castor, botas forradas que subían por encima de las rodillas. Un trineo se hizo cargo de nuestro equipaje, otro recibió a nuestra persona debidamente empaquetada y pronto estábamos en la inmensa estación a la espera de la salida del tren, la cual estaba señalada a las doce del día; pero los ferrocarriles rusos no alardean como los nuestros de puntualidad cronométrica. Si algún personaje importante debe formar parte del tren, la locomotora modera su impaciencia algunos minutos, un cuarto de hora si hace falta, para que le dé tiempo a llegar. A los viajeros los acompañan familiares y amigos; y la separación, cuando suena la última campanada, no tiene lugar sin antes un montón de apretones de mano, abrazos y palabras tiernas, a menudo entrecortadas por las lágrimas.

Incluso a veces todo el grupo saca billetes, sube al vagón y acompaña al que se va hasta la próxima estación, para volver en el primer convoy.


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83 págs. / 2 horas, 25 minutos / 96 visitas.

Publicado el 18 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Retrato de Balzac

Théophile Gautier


Biografía, crítica


I

Hacia 1835 ocupaba yo una habitación compuesta de dos cuartitos, en el callejón del Doyenné, situado más o menos en el sitio que hoy ocupa el pabellón Mollien. Aunque situado en el centro de París, frente a las Tullerías, a dos pasos del Louvre, el lugar era desierto y salvaje, necesitándose en verdad tener sumo empeño en ello para descubrir mi residencia. Sin embargo, una mañana vi traspasar mis umbrales, dando excusas por presentarse a sí mismo, a un joven de maneras distinguidas, de franco e inteligente aspecto. Era Jules Sandeau; venía a buscarme de parte de Balzac para invitarme a colaborar en La crónica de París, un periódico semanal que acaso no haya sido olvidado, pero que no tuvo el éxito pecuniario del que era digno. Me dijo Sandeau que Balzac había leído La señorita de Maupin, la cual a la sazón acababa de aparecer, y había admirado mucho su estilo; que por ese motivo deseaba contar con mi colaboración en el semanario patrocinado y dirigido por él. Se concertó una entrevista para ponernos en contacto, y desde ese día data entre nosotros una amistad que sólo la muerte pudo romper.


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81 págs. / 2 horas, 21 minutos / 140 visitas.

Publicado el 18 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Onuphrius

Théophile Gautier


Cuento


Croyoit que nues feussent pailles d’arain, et que vessies feussent lanternes.

Gargantúa, lib. I, cap. XI
 

¡Clin, clin, clin!

No hubo respuesta.

—¿No estará? —dijo la joven.

Tiró por segunda vez del cordón de la campanilla; no se oyó ningún ruido en el apartamento: no había nadie.

—¡Qué extraño!

Se mordió el labio, un rubor de desagrado le pasó de la mejilla a la frente; comenzó a bajar las escaleras una por una, muy despacio, como a disgusto, volviendo la cabeza para ver si se abría la puerta fatídica. Nada.

Al doblar la esquina de la calle, vio a lo lejos a Onuphrius, que caminaba por el lado del sol, con el aspecto más despreocupado del mundo, deteniéndose a cada paso para ver cómo se peleaban los perros y los chiquillos jugaban al castro, leyendo las inscripciones de las paredes, deletreando los carteles, como el hombre que tiene una hora por delante y no siente la necesidad de apresurarse.

Cuando llegó junto a ella, el asombro le hizo abrir desmesuradamente los ojos: no contaba con encontrarla allí.

—¡Cómo! Eres tú… ¿ya? Pero ¿qué hora es?

—¡Ya! La palabra es muy galante. En cuanto a la hora, deberías saberla, y no me corresponde a mí decírtela —contestó en tono serio la muchacha, cogiéndole del brazo—; son las once y media.

—Imposible —repuso Onuphrius—. Acabo de pasar ante Saint-Paul y no eran más que las diez; no hace ni cinco minutos, pondría la mano en el fuego; apuesto cualquier cosa.

—No pongas la mano en ninguna parte y no apuestes, perderías.

Onuphrius no quiso dar su brazo a torcer; como la iglesia sólo estaba a cincuenta pasos, Jacintha, para convencerle, aceptó ir hasta allí con él. Onuphrius estaba triunfante. Llegaron ante el pórtico.

—Y ahora, ¿qué? —le dijo Jacintha.


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34 págs. / 1 hora / 55 visitas.

Publicado el 18 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Ónfala

Théophile Gautier


Cuento


Historia rococó

Mi tío, el caballero de T***, vivía en una pequeña casa que daba por un lado a la triste calle de Tournelles y por el otro al triste boulevard Saint-Antoine. Entre el boulevard y el cuerpo de la vivienda, viejos arbustos, devorados por los insectos y el musgo, estiraban lamentablemente sus brazos descarnados al fondo de una especie de cloaca encajada entre negras y altas murallas. Algunas pobres flores marchitas doblaban lánguidamente la cabeza como muchachas tísicas, esperando que un rayo de sol fuera a secar sus hojas medio podridas. Los hierbajos habían irrumpido en los senderos, que se reconocían con dificultad, pues hacía mucho tiempo que el rastrillo no había pasado por ellos. Uno o dos peces rojos flotaban más que nadaban en un estanque cubierto de lentejas de agua y de plantas de pantano.

Mi tío llamaba a eso su jardín.

En el jardín de mi tío, aparte de las bellezas que acabamos de describir, había un pabellón bastante desapacible, al que, sin duda por antífrasis, le había dado el nombre de Delicias. Se hallaba en un estado de completa degradación. Las paredes estaban combadas; grandes placas de argamasa se habían desprendido y yacían por la tierra entre las ortigas y la avena loca; un moho pútrido verdeaba las partes inferiores; la madera de los postigos y de las puertas se había dilatado, y ya no cerraban o lo hacían muy mal. Una especie de enorme puchero de resplandecientes efluvios formaba la decoración de la entrada principal; porque en tiempos de Luis XV, época de la construcción de las Delicias, había siempre, por precaución, dos entradas. Óvolos, hojas esculpidas y volutas recargaban la cornisa totalmente arrasada por la infiltración de las aguas pluviales. En resumen, las Delicias de mi tío el caballero de T*** era una construcción lamentable.


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10 págs. / 17 minutos / 72 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Mademoiselle de Maupin

Théophile Gautier


Novela


PREFACIO DEL AUTOR

Una de las cosas más burlescas de la gloriosa época en que tenemos la suerte de vivir es, sin lugar a dudas, la incontestable rehabilitación de la virtud emprendida por todos los periódicos, sean del color que fueren: rojo, verde o tricolor.

La virtud es, con certeza, algo muy respetable, y no es nuestra intención faltarle. ¡Dios nos libre! ¡La buena y digna señora! Encontramos cierto brillo en sus ojos a través de los impertinentes, que lleva las medias bien puestas, que toma el tabaco de su cajita de oro con toda la gracia imaginable y que su caniche hace las reverencias como un maestro de baile. Así la vemos. Hasta estamos de acuerdo en que no está tan mal para su edad y lleva sus años de un modo inmejorable. Es una abuela muy agradable, pero una abuela. Me parece natural que se prefiera, sobre todo si se tienen veinte años, alguna pequeña inmoralidad ligera, pimpante, coqueta, buena chica, con cabello mal rizado, la falda más corta que larga, el pie y el ojo impacientes, la mejilla ligeramente encendida, la risa en la boca y el corazón en la mano. Los periodistas más monstruosamente virtuosos no sabrían pronunciarse de manera diferente, y si dicen lo contrario es muy probable que no lo piensen. Pensar una cosa y escribir otra es algo que sucede todos los días, sobre todo entre gente virtuosa.

Me acuerdo de las pullas lanzadas antes de la revolución (me refiero a la de julio) contra aquel desdichado y virginal vizconde Sosthène de La Rochefoucauld, que tuvo la ocurrencia de alargar los vestidos de las bailarinas de la Ópera y aplicó con sus manos patricias un púdico emplasto en el centro de todas las estatuas. El señor vizconde Sosthène de La Rochefoucauld ha quedado superado. El pudor se ha perfeccionado mucho desde aquel entonces, y ahora alcanza refinamientos que ni siquiera él hubiese imaginado.


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376 págs. / 10 horas, 59 minutos / 226 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Pipa de Opio

Théophile Gautier


Cuento


El otro día, encontré a mi amigo Alphonse Karr sentado en su diván, con una vela encendida, aunque era pleno día, y en la mano, un tubo de madera de cerezo provisto de un hongo de porcelana en el que echaba una especie de pasta oscura parecida al lacre; la pasta ardía y chisporroteaba en la chimenea del hongo, y él aspiraba por una pequeña boquilla de ámbar amarillo el humo que al instante se extendía por la habitación con un vago olor a perfume oriental.

Cogí, sin decir nada, el aparato de las manos de mi amigo, y acerqué mis labios a uno de sus extremos; después de varias bocanadas, experimenté una especie de agradable aturdimiento, que se parecía bastante a las sensaciones de la primera borrachera.

Como aquel día no estaba de humor y no tenía tiempo para embriagarme, colgué la pipa de un clavo y bajamos al jardín, a ver las dalias y a jugar un poco con Schutz, dichoso animal que no tiene otra función que la de ser negro sobre una alfombra de verde césped.

Regresé a mi casa, cené y fui al teatro a soportar no sé qué obra. Luego volví y me acosté, porque hay que alcanzar y hacer, mediante la muerte de unas horas, el aprendizaje de la muerte definitiva.

El opio que había fumado, lejos de producir el efecto de somnolencia que esperaba, me sumió en agitaciones nerviosas como si hubiera tomado enormes cantidades de café, y daba vueltas en la cama como una carpa sobre una parrilla o un pollo en un asador, produciendo un perpetuo balanceo de mantas, ante el gran descontento de mi gato que estaba acurrucado en una esquina del edredón.

Por fin el sueño, largo rato esperado, cubrió mis pupilas con su polvo de oro y mis ojos se volvieron cálidos y pesados; me dormí.

Después de una o dos horas completamente inmóviles y negras, tuve un sueño.

Es el siguiente:


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8 págs. / 15 minutos / 106 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Novela de la Momia

Théophile Gautier


Novela


Señor Ernest Feydeau

Le dedico este libro, que por derecho le pertenece; al permitirme acceder a su erudición y a su biblioteca, me ha hecho creer usted que yo era sabio y que conocía el antiguo Egipto lo bastante para poder describirlo; siguiendo sus pasos, me he paseado por los templos, los palacios, los hipogeos, por la ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos; usted levantó ante mí el velo de la misteriosa Isis y resucitó una gigantesca civilización desaparecida. La historia es suya, la novela mía; sólo he tenido que engastar con mi estilo, como con el cemento de un mosaico, las piedras preciosas que usted me proporcionó.

Th. G

Prólogo

—Tengo el presentimiento de que encontraremos en el valle de Biban al-Moluk una tumba inviolada —decía a un joven inglés de porte aristocrático un personaje mucho más humilde, mientras secaba con un gran pañuelo a cuadros azules su frente calva perlada de gotas de sudor, lo que hacía que pareciese una vasija de arcilla de Tebas a la que hubiesen llenado de agua.

—Que Osiris le oiga —respondió al doctor alemán el joven lord—. Es una invocación que podemos permitirnos delante de la antigua Diospolis Magna; pero son ya muchas las veces en que acabamos frustrados; los ladrones de tumbas siempre se nos han adelantado.

—Una tumba que no haya sido excavada ni por los reyes pastores, ni por los medos de Cambises, ni por los griegos, ni por los romanos, ni por los árabes, y que reserve para nosotros sus riquezas intactas y su misterio —continuó el sabio con un entusiasmo que hacía relucir sus pupilas detrás de los cristales azules de sus gafas.

—Y sobre la que usted publicará un artículo erudito que le situará en la ciencia de la arqueología a la altura de Champollion, de Rosellini, de Wilkinson, de Lepsius y de Belzoni —dijo el joven lord.


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182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 275 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Muerta Enamorada

Théophile Gautier


Cuento


Me preguntas, hermano, si he amado; sí. Es una historia singular y terrible, y, a pesar de mis sesenta y seis años, apenas me atrevo a remover las cenizas de este recuerdo. No quiero negarte nada, pero no referiría una historia semejante a otra persona menos experimentada que tú. Se trata de acontecimientos tan extraordinarios que apenas puedo creer que hayan sucedido. Fui, durante más de tres años, el juguete de una ilusión singular y diabólica. Yo, un pobre cura rural, he llevado todas las noches en sueños (quiera Dios que fuera un sueño) una vida de condenado, una vida mundana y de Sardanápalo. Una sola mirada demasiado complaciente a una mujer pudo causar la perdición de mi alma; pero, con la ayuda de Dios y de mi santo patrón, pude desterrar al malvado espíritu que se había apoderado de mí. Mi vida se había complicado con una vida nocturna completamente diferente. Durante el día yo era un sacerdote del Señor, casto, ocupado en la oración y en las cosas santas. Durante la noche, en el momento en que cerraba los ojos, me convertía en un joven caballero, experto en mujeres, perros y caballos, jugador de dados, bebedor y blasfemo. Y cuando, al llegar el alba, me despertaba, me parecía lo contrario, que me dormía y soñaba que era sacerdote. Me han quedado recuerdos de objetos y palabras de esta vida sonámbula, de los que no puedo defenderme y, a pesar de no haber salido nunca de mi parroquia, se diría al oírme que soy más bien un hombre que lo ha probado todo, y que, desengañado del mundo, ha entrado en religión queriendo terminar en el seno de Dios días tan agitados, que un humilde seminarista que ha envejecido en una ignorada casa de cura, en medio del bosque y sin ninguna relación con las cosas del siglo.

Sí, he amado como no ha amado nadie en el mundo, con un amor insensato y violento, tan violento que me asombra que no haya hecho estallar mi corazón. ¡Oh, qué noches! ¡Qué noches!


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34 págs. / 59 minutos / 191 visitas.

Publicado el 20 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Cafetera

Théophile Gautier


Cuento


Cuento fantástico

I

El año pasado me invitaron, junto a dos de mis compañeros de trabajo, Arrigo Cohic y Pedrino Borgnioli, a pasar unos días en un lugar remoto de Normandía.

El tiempo que, cuando nos pusimos en marcha, prometía ser excelente, cambió de repente, y cayó tanta lluvia, que los tortuosos caminos por los que avanzábamos eran como el lecho de un torrente.

Nos hundimos en el cieno hasta las rodillas, una capa espesa de tierra resbaladiza se pegó a la suela de nuestras botas, y su peso aminoró de tal modo nuestros pasos, que llegamos a nuestro lugar de destino una hora después de la puesta del sol.

Estábamos agotados; así es que nuestro anfitrión, al comprobar los esfuerzos que hacíamos para reprimir los bostezos y mantener los ojos abiertos, una vez que hubimos cenado, mandó que nos condujeran a cada uno a nuestra habitación.

La mía era muy amplia; sentí, al entrar en ella, como un estremecimiento febril, porque me pareció que entraba en un mundo nuevo.

Realmente, uno podía creerse en tiempos de la Regencia, viendo los dinteles de Boucher que representaban las cuatro Estaciones, los muebles de estilo rococó del peor gusto, y los marcos de los espejos torpemente tallados.

Nada estaba desordenado. El tocador cubierto de estuches de peines, de borlas para los polvos, parecía haber sido utilizado la víspera. Dos o tres vestidos de colores tornasolados, un abanico sembrado de lentejuelas de plata alfombraban el entarimado bien encerado y, ante mi gran asombro, una tabaquera de concha, abierta sobre la chimenea, estaba llena de tabaco todavía fresco.


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7 págs. / 13 minutos / 239 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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