Textos más vistos de Théophile Gautier | pág. 2

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autor: Théophile Gautier


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La Pipa de Opio

Théophile Gautier


Cuento


El otro día, encontré a mi amigo Alphonse Karr sentado en su diván, con una vela encendida, aunque era pleno día, y en la mano, un tubo de madera de cerezo provisto de un hongo de porcelana en el que echaba una especie de pasta oscura parecida al lacre; la pasta ardía y chisporroteaba en la chimenea del hongo, y él aspiraba por una pequeña boquilla de ámbar amarillo el humo que al instante se extendía por la habitación con un vago olor a perfume oriental.

Cogí, sin decir nada, el aparato de las manos de mi amigo, y acerqué mis labios a uno de sus extremos; después de varias bocanadas, experimenté una especie de agradable aturdimiento, que se parecía bastante a las sensaciones de la primera borrachera.

Como aquel día no estaba de humor y no tenía tiempo para embriagarme, colgué la pipa de un clavo y bajamos al jardín, a ver las dalias y a jugar un poco con Schutz, dichoso animal que no tiene otra función que la de ser negro sobre una alfombra de verde césped.

Regresé a mi casa, cené y fui al teatro a soportar no sé qué obra. Luego volví y me acosté, porque hay que alcanzar y hacer, mediante la muerte de unas horas, el aprendizaje de la muerte definitiva.

El opio que había fumado, lejos de producir el efecto de somnolencia que esperaba, me sumió en agitaciones nerviosas como si hubiera tomado enormes cantidades de café, y daba vueltas en la cama como una carpa sobre una parrilla o un pollo en un asador, produciendo un perpetuo balanceo de mantas, ante el gran descontento de mi gato que estaba acurrucado en una esquina del edredón.

Por fin el sueño, largo rato esperado, cubrió mis pupilas con su polvo de oro y mis ojos se volvieron cálidos y pesados; me dormí.

Después de una o dos horas completamente inmóviles y negras, tuve un sueño.

Es el siguiente:


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8 págs. / 15 minutos / 107 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Retrato de Balzac

Théophile Gautier


Biografía, crítica


I

Hacia 1835 ocupaba yo una habitación compuesta de dos cuartitos, en el callejón del Doyenné, situado más o menos en el sitio que hoy ocupa el pabellón Mollien. Aunque situado en el centro de París, frente a las Tullerías, a dos pasos del Louvre, el lugar era desierto y salvaje, necesitándose en verdad tener sumo empeño en ello para descubrir mi residencia. Sin embargo, una mañana vi traspasar mis umbrales, dando excusas por presentarse a sí mismo, a un joven de maneras distinguidas, de franco e inteligente aspecto. Era Jules Sandeau; venía a buscarme de parte de Balzac para invitarme a colaborar en La crónica de París, un periódico semanal que acaso no haya sido olvidado, pero que no tuvo el éxito pecuniario del que era digno. Me dijo Sandeau que Balzac había leído La señorita de Maupin, la cual a la sazón acababa de aparecer, y había admirado mucho su estilo; que por ese motivo deseaba contar con mi colaboración en el semanario patrocinado y dirigido por él. Se concertó una entrevista para ponernos en contacto, y desde ese día data entre nosotros una amistad que sólo la muerte pudo romper.


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Publicado el 18 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Dos Actores Para un Papel

Théophile Gautier


Cuento


I. UNA CITA EN EL JARDÍN IMPERIAL

Eran los últimos días de noviembre: el Jardín imperial de Viena estaba desierto, un aire cortante arremolinaba las hojas color azafrán, secas a causa de los primeros fríos; los rosales de los arriates, castigados y rotos por el viento, arrastraban su ramaje por el barro. Sin embargo el gran paseo, gracias a la arena que lo recubre, estaba seco y practicable. Aunque devastado por la proximidad del invierno, el Jardín imperial no carecía de un cierto encanto melancólico. El largo paseo prolongaba hasta muy lejos sus arcos rojizos, dejando adivinar confusamente al fondo un horizonte de colinas ya invadidas por los vapores azulados y la bruma de la noche; más allá, la vista se extendía sobre el Prater y el Danubio; era un lugar muy a propósito para un poeta.

Un joven, con señales visibles de impaciencia, iba y venía por el paseo; su atuendo, de una elegancia un poco teatral, consistía en una levita de terciopelo negro con galones de oro ribeteada de piel, pantalones grises de punto, botas suaves de borlas, que llegaban hasta media pierna. Podía tener de veintisiete a veintiocho años; sus rasgos pálidos y regulares estaban llenos de delicadeza, y la ironía se ocultaba en los pliegues de sus ojos y las comisuras de su boca; en la Universidad, de la que parecía recién salido, porque todavía llevaba la gorra con hojas de roble de los estudiantes, debía haber dado mucha guerra a los filisteos y brillado en la primera fila de los veteranos y los novatos.

El pequeñísimo espacio en el que circunscribía su paseo demostraba que estaba esperando a alguno o más bien a alguna, porque el Jardín imperial de Viena, en el mes de noviembre, no es muy adecuado para las citas de negocios.


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9 págs. / 17 minutos / 78 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Pie de la Momia

Théophile Gautier


Cuento


No tenía otra cosa que hacer y entré en la tienda de uno de esos comerciantes de curiosidades llamados comerciantes de bric-à-brac en el argot parisino, cosa perfectamente ininteligible en el resto de Francia.

Sin duda habéis echado un vistazo, a través de los cristales, en alguna de esas tiendas tan numerosas desde que está de moda comprar muebles antiguos, pues el más insignificante agente de cambio y bolsa se cree obligado a tener una habitación de estilo medieval.

Son algo así como una mezcla del taller del chatarrero, el almacén del tapicero, el laboratorio del alquimista y el estudio del pintor; en esos misteriosos antros donde los postigos filtran una prudente media luz lo más notoriamente antiguo es el polvo; allí las telarañas son más auténticas que los encajes, y el viejo peral más joven que la caoba llegada ayer de América.

La tienda del vendedor de baratillo era un verdadero Cafarnaúm; todos los siglos y todos los países parecían haberse dado cita allí; una lámpara etrusca de barro rojo descansaba sobre un armario de Boule de madera de ébano severamente listada de filamentos de cobre; un canapé de la época de Luis XV estiraba lánguidamente sus patas de ciervo bajo una sólida mesa del reinado de Luis XIII, de pesadas espirales de madera de roble, con relieves de follaje y quimeras entremezclados.

Una armadura damasquinada de Milán hacía resplandecer en un rincón el vientre encintado de su coraza; amorcillos y ninfas de porcelana, figuras de China, cornetas de celedón y cerámica, tazas de Sajorna y de Sévres abarrotaban las estanterías y los rincones.

En las repisas denticuladas de los aparadores, brillaban inmensos platos de Japón, de dibujos rojos y azules, sombreados con trazos de oro, al lado de esmaltes de Bernard Palissy, que representaban culebras, ranas y lagartos en relieve.


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12 págs. / 22 minutos / 422 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Jettatura

Théophile Gautier


Novela corta


I

El Leopoldo, magnífico barco de vapor toscano que hace el trayecto de Marsella a Nápoles, acababa de doblar la punta de Procida. Todos los pasajeros estaban en el puente, curados del mal de mar ante la vista de la tierra, remedio más eficaz que los dulces de Malta y otras recetas utilizadas en tales casos.


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99 págs. / 2 horas, 53 minutos / 120 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Onuphrius

Théophile Gautier


Cuento


Croyoit que nues feussent pailles d’arain, et que vessies feussent lanternes.

Gargantúa, lib. I, cap. XI
 

¡Clin, clin, clin!

No hubo respuesta.

—¿No estará? —dijo la joven.

Tiró por segunda vez del cordón de la campanilla; no se oyó ningún ruido en el apartamento: no había nadie.

—¡Qué extraño!

Se mordió el labio, un rubor de desagrado le pasó de la mejilla a la frente; comenzó a bajar las escaleras una por una, muy despacio, como a disgusto, volviendo la cabeza para ver si se abría la puerta fatídica. Nada.

Al doblar la esquina de la calle, vio a lo lejos a Onuphrius, que caminaba por el lado del sol, con el aspecto más despreocupado del mundo, deteniéndose a cada paso para ver cómo se peleaban los perros y los chiquillos jugaban al castro, leyendo las inscripciones de las paredes, deletreando los carteles, como el hombre que tiene una hora por delante y no siente la necesidad de apresurarse.

Cuando llegó junto a ella, el asombro le hizo abrir desmesuradamente los ojos: no contaba con encontrarla allí.

—¡Cómo! Eres tú… ¿ya? Pero ¿qué hora es?

—¡Ya! La palabra es muy galante. En cuanto a la hora, deberías saberla, y no me corresponde a mí decírtela —contestó en tono serio la muchacha, cogiéndole del brazo—; son las once y media.

—Imposible —repuso Onuphrius—. Acabo de pasar ante Saint-Paul y no eran más que las diez; no hace ni cinco minutos, pondría la mano en el fuego; apuesto cualquier cosa.

—No pongas la mano en ninguna parte y no apuestes, perderías.

Onuphrius no quiso dar su brazo a torcer; como la iglesia sólo estaba a cincuenta pasos, Jacintha, para convencerle, aceptó ir hasta allí con él. Onuphrius estaba triunfante. Llegaron ante el pórtico.

—Y ahora, ¿qué? —le dijo Jacintha.


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34 págs. / 1 hora / 55 visitas.

Publicado el 18 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Viaje por Rusia

Théophile Gautier


Viajes


I. El invierno en Rusia

Moscú. Apuntes de viaje

Aunque la vida en San Petersburgo resultaba agradable, nos espoleaba el deseo de ver la verdadera capital rusa, la gran ciudad moscovita, empresa que el ferrocarril hacía fácil.

Estábamos lo bastante aclimatados como para no temer un viaje a veinte grados bajo cero. Habiéndose presentado la ocasión de ir a Moscú en agradable compañía, nos dispusimos afrontar su blanco manto de hielo y nos endosamos la típica ropa de invierno: pelliza de visón, gorro de piel de castor, botas forradas que subían por encima de las rodillas. Un trineo se hizo cargo de nuestro equipaje, otro recibió a nuestra persona debidamente empaquetada y pronto estábamos en la inmensa estación a la espera de la salida del tren, la cual estaba señalada a las doce del día; pero los ferrocarriles rusos no alardean como los nuestros de puntualidad cronométrica. Si algún personaje importante debe formar parte del tren, la locomotora modera su impaciencia algunos minutos, un cuarto de hora si hace falta, para que le dé tiempo a llegar. A los viajeros los acompañan familiares y amigos; y la separación, cuando suena la última campanada, no tiene lugar sin antes un montón de apretones de mano, abrazos y palabras tiernas, a menudo entrecortadas por las lágrimas.

Incluso a veces todo el grupo saca billetes, sube al vagón y acompaña al que se va hasta la próxima estación, para volver en el primer convoy.


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83 págs. / 2 horas, 25 minutos / 96 visitas.

Publicado el 18 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

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