Textos más populares esta semana de Vicente Riva Palacio publicados por Edu Robsy disponibles | pág. 2

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autor: Vicente Riva Palacio editor: Edu Robsy textos disponibles


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La Ausencia de Tomasito

Vicente Riva Palacio


Cuento


Apócrifo


Ésta era una pareja que vivía casada por el registro natural. Un día llegó Tomasito, que así se llamaba el varón, a la casa, y le dijo la mujer:

—Oiga don Tomasito, ahí está ya la Semana Santa.

—Bueno, ¿y qué?

—¿Y qué?, que yo ya me he confesado y es fuerza que usted se me mude de aquí, pero luego, luego.

Don Tomasito comprendió la fuerza del argumento, y se conformó con la resolución.

Con muchísima prudencia, y sin desplegar sus labios, hizo un lío de trapitos, enrolló su petate, (porque todo esto pasaba en una accesoria), se puso su sombrero y se dirigió a la puerta.

Iba a salir cuando oyó la voz de su adorado tormento que le llamaba.

—Don Tomasito.

—¿Qué se ofrece?

—Oiga usted, váyase pronto, eh; pero el sábado de gloria que no sea necesario andarlo buscando.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Horma de su Zapato

Vicente Riva Palacio


Cuento


Con sólo que hubiera tenido talento, instrucción, dinero, buenos padrinos y una poca de audacia, habría hecho un gran papel en la sociedad el amigo que me refirió lo que voy a contar. Pero aunque de escasa lectura, como es viejo y no ha salido de Madrid, tiene mucho mundo, y debe creer que es una verdad cuanto me dijo, y allá va ello.

Hay en el infierno jerarquías, lo mismo que en el cielo y en la tierra; y hay diablos que ocupan encumbrados puestos, mereciéndolos o no; al paso que hay otros que se llevan de cesantes, sin tener ni una mala alma de usurero a quien dar tormento, ni reciben siquiera la comisión de pervertir en el mundo, para llevar al reino de las tinieblas el espíritu de algún desesperado mortal.

Uno de éstos, de quien se decía que por pasarse de listo había sido dado de baja, andaba siempre en pretensiones sin poder alcanzar empleo; entre los diablos mejor informados y que estaban al corriente de las intrigas políticas, se aseguraba que este infeliz, que tenía por nombre Barac, que en hebreo tanto quiere decir como Relámpago, debía todos sus infortunios a la enemistad de otro diablo llamado Jeraní (engañador), que le tenía jurado odio mortal y que se había propuesto ponerle siempre en ridículo.

Pero a pesar de este odio y esa mala voluntad, Barac alcanzó al fin contar con buenos padrinos, seguro ya de burlar todas asechanzas de Jeraní, que con esto quedaba vencido.

Un día, Luzbel, aunque poniendo mal ceño, llamó a Barac y le dijo:

—Si usted quiere —porque también en el infierno hay urbanidad— que se le reponga en su destino de tostador de malcasadas, que yo sé que es bastante alegre y socorrido, va usted a salir al mundo, y dentro de quince días, a las doce en punto de la noche, del lugar en que usted estuviese, ha de traer usted un alma de mujer, joven y bonita.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Divorcio

Vicente Riva Palacio


Cuento


Querido lector:

Quizá lo que voy a referirte lo habrás escuchado o leído alguna vez: pero eso me tiene muy sin cuidado, porque recuerdo una de las máximas famosas del barón de Andilla, que dice: Si alguien te cuenta algo, es grosería decirle: por supuesto, lo sabía.

Y como yo estoy seguro de tu buena educación, y además este cuento puede serte de mucha utilidad, prosigo con mi narración, seguro de que, si la meditas, me la tendrás que agradecer más de una vez en el camino de tu vida.

El león, como es sabido, es el rey de los animales cuadrúpedos; llegó a cansarse de la leona, su casta esposa, y buscando medios para repudiarla, o cuando menos de pedir el divorcio, vino a descubrir que el mal aliento de la regia dama causa era, según la opinión de distinguidos jurisconsultos de su reino, más que suficiente para pedir la separación y quedar libre de aquel yugo matrimonial que tanto le pesaba.

Un día, cuando menos lo esperaba la augusta matrona, sin ambages ni circunloquios le dijo el león, que no por ser monarca dejaba de ser animal:

—Mira, hijita, que yo me separo de ti desde hoy, y voy a pedir el divorcio porque tienes el aliento cansado, con un si es no es, tufillo de ajos podridos.

La leona, que con ser animal no dejaba de ser hembra, sintió que el cielo se le venía encima, no tanto por lo del divorcio, cuanto por aquel defectillo que en los banquetes y bailes de la corte podía, sin duda, ponerla en ridículo.

—¿Que tengo el aliento cansado? —exclamó tartarrugiendo de ira—. ¿Que tengo el aliento cansado? Eso no me lo pruebas tú, ni ninguno de los de tu familia; que las hembras de mi raza hemos tenido siempre el aliento más agradable y oloroso que carne de cabrito primal.

—No me exaltes —contestó el león— que yo estoy seguro de lo que digo, y te lo puedo probar, no por mi dicho, sino por el de todos nuestros vasallos.


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2 págs. / 5 minutos / 825 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Gotas de Agua

Vicente Riva Palacio


Cuento


Era un día de los más calurosos en la mitad del verano. El sol derramaba torrentes de fuego y de luz sobre la tierra, cruzando por un cielo profundamente azul, y en el que no flotaba ni la más ligera nubecilla.

Dormían los vientos en las húmedas grutas de los bosques; se abrigaban los pájaros en lo más tupido de la selva; los insectos silbaban entre la hojarasca, y todo en la naturaleza parecía desmayar de sed y de fatiga.

Las hojas lánguidas colgaban en sus tallos, y unas flores cerraban sus corolas y otras se inclinaban lanzando su perfume para pedir la lluvia, porque el perfume es la plegaria de las flores, como es también su canto de amor. Pero ninguna murmuraba en el bosque, y esperaban resignadas a la nube bienhechora que debía traerles la lluvia.

Sólo en uno de los valles, esas pequeñas florecillas que brotan entre la hierba, y que son como niños entre las otras flores, murmuraban y pedían agua con toda la irreflexión de la infancia.

Envuelta en transparentes cendales de color de rosa, cruzó entonces un hada sobre aquellos campos: no hicieron las florecillas más que mirarla, y comenzó entre ellas una especie de sublevación para pedir el agua.

En vano el hada les hizo ver que sin la preparación de la sombra que llega con las nubes antes que la lluvia, y después con esa veladura que a la luz del sol le dan las últimas gasas que deja tras de sí la tempestad, el agua podría serles muy dañosa. Las florecillas no escucharon su razonamiento, y tanto insistieron que el hada se resolvió a darles lo que pedían.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Buen Ejemplo

Vicente Riva Palacio


Cuento


Si yo afirmara que he visto lo que voy a referir, no faltaría, sin duda, persona que dijese que eso no era verdad; y tendría razón, que no lo vi, pero lo creo, porque me lo contó una señora anciana, refiriéndose a personas a quienes daba mucho crédito y que decían haberlo oído de quien llevaba amistad con un testigo fidedigno, y sobre tales bases de certidumbre bien puede darse fe a la siguiente narración:

En la parte sur de la república mexicana, y en las vertientes de la sierra Madre, que van a perderse en las aguas del Pacífico, hay pueblecitos como son en lo general todos aquéllos: casitas blancas cubiertas de encendidas tejas o de brillantes hojas de palmera, que se refugian de los ardientes rayos del sol tropical a la fresca sombra que les prestan enhiestos cocoteros, copudos tamarindos y crujientes platanares y gigantescos cedros.

El agua en pequeños arroyuelos cruza retozando por todas las callejuelas, y ocultándose a veces entre macizos de flores y de verdura.

En ese pueblo había una escuela, y debe haberla todavía; pero entonces la gobernaba don Lucas Forcida, personaje muy bien querido por todos los vecinos. Jamás faltaba a las horas de costumbre al cumplimiento de su pesada obligación. ¡Qué vocaciones de mártires necesitan los maestros de escuela de los pueblos!

En esa escuela, siguiendo tradicionales costumbres y uso general en aquellos tiempos, el estudio para los muchachos era una especie de orfeón, y en diferentes tonos, pero siempre con desesperante monotonía; en coro se estudiaban y en coro se cantaban lo mismo las letras y las sílabas que la doctrina cristiana o la tabla de multiplicar.

Don Lucas soportaba con heroica resignación aquella ópera diaria, y había veces que los chicos, entusiasmados, gritaban a cual más y mejor; y era de ver entonces la estupidez amoldando las facciones de la simpática y honrada cara de don Lucas.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Amor Correspondido

Vicente Riva Palacio


Cuento


Aquella noche que habíamos comido en el club, y a pesar de que los dos no más ocupábamos una pequeña mesa en uno de los ángulos del comedor, la conversación era tan interesante, y la sobremesa tanto se había prolongado, que largo tiempo transcurrió sin que pensáramos en levantarnos.

Yo escuchaba atentamente al conde, en una especie de abstracción, hasta que me hicieron volver en mí once campanadas que lentamente sonaron en el gran reloj de aquel salón.

Levanté la cara y miré en derredor. ¡Qué aspecto más triste y más extraño presenta el comedor de un club o de un hotel, cuando se han retirado ya los últimos concurrentes y a nadie se espera!

Algunos criados conversaban en voz baja en uno de los extremos. Uno que otro, pasaba registrando las mesas, como buscando alguna cosa olvidada. Asomaban por el fondo las cabezas de los cocineros, con el imprescindible gorro blanco.

El jefe del comedor hacía cuentas en una de las mesas, y tenía delante de sí un rimero de papeles.

Algunas luces se habían apagado, las sillas rodeaban aún las mesas, sobre las cuales quedaban las servilletas de los que habían comido, como haciendo el duelo a su soledad, y el silencio sustituía a la animación y al bullicio que reinaba pocas horas antes.

En la atmósfera parecían vagar los dichos agudos y las frases espirituales cruzadas entre los concurrentes, y creeríase que estas frases y esos dichos, como golondrina que se entra por casualidad en una habitación, volaban chocando contra los muros, azotando los techos con sus alas y resbalando por los rincones hasta encontrar una salida.

El conde me había contado aquella noche la historia de unos amores que le traían completamente preocupado; porque aquellos amores eran una especie de novela romántica y por entregas.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Nido de Jilgueros

Vicente Riva Palacio


Cuento


Eran días negros para España.

Los carros de la invasión se guarnecían a la sombra de los palacios de Carlos V y Felipe II; y cruzaban por las carreteras tropas sombrías de soldados extranjeros, levantando nubes de polvo que se cernían pesadamente y se alzaban, condensándose como para formar la lápida de un sepulcro sobre el cadáver de un héroe.

El extranjero iba dominando por todas partes, su triunfo se celebraba como seguro. El pueblo dormía el sueño de la enfermedad, pero un día el león rugió sacudiendo su melena, y comenzó la lucha gloriosa. España caminaba sangrando, con su bandera hecha girones por la metralla de los franceses, por ese doloroso vía crucis que debía terminar en el Tabor y no en el Calvario.

Prodigios de astucia y de valor hacían los guerrilleros, y los días se contaban por los combates y por los triunfos, por los artificios y los dolores.

El ruido de la guerra no había penetrado, sin embargo, hasta la pobre aldea en donde vivía la tía Jacoba con sus tres hijos, Juan Antonio y Salvador, robustos mocetones y honrados trabajadores.

La tía Jacoba había tenido otro hijo también, que murió, dejando a la viuda con tres pequeños, sin amparo y sin bienes de fortuna.

Recogiólos la tía Jacoba, y todos juntos vivían tranquilos, porque la abuela tenía lo suficiente para no necesitar el trabajo personal de las mujeres ni de los niños.

Pero la tía Jacoba era una mujer de gran corazón y de gran inteligencia, y sin haber concurrido a la escuela, ni haber cultivado el trato de personas instruidas, sabía leer, y leía y procuraba siempre adquirir noticias de los acontecimientos de la guerra y de la marcha que llevaban los negocios públicos, entonces de tanta importancia.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Expiación

Vicente Riva Palacio


Cuento


De boca en boca, y rápidamente, se difundió una mañana por el honrado pueblo de Torrepintada la escandalosísima noticia de que Lucía, una de las muchachas más virtuosas y más guapas del lugar, había desaparecido, abaldonando a la tía Ruperta, de quien recibiera cuidados maternales y moral y cristiana educación.

Los móviles de aquella fuga se adivinaban, o, mejor dicho, se habían averiguado por las viejas más curiosas del pueblo que, refiriéndose unas a otras lo que habían visto, y atando cabos, venían a reducirse a que la virtud de la chica había naufragado en el tempestuoso mar de sus amores con el hijo de un indiano que pocos días antes regresó a La Habana, abandonando a la infortunada Lucía.

Torrepintada era un pueblo ejemplar, de costumbres purísimas, y jamás soltera, casada o viuda había dado allí qué decir. Ninguna mujer del pueblo tenía historia, y las familias eran irreprensibles.

La desaparición de Lucía no había sido tan sin conocimiento de la tía Ruperta como en el pueblo se figuraban: buscando un alivio a su dolor, la muchacha contó a la madre adoptiva cuanto le pasaba, sin ocultarle siquiera que iba a ser madre.

Doña Ruperta, riñó y acabó por consolar a la sobrina y aconsejarle que saliese del pueblo sin ser notada y se fuera a la ciudad próxima en donde tenían una parienta lejana.

Lucía fue madre de una preciosa niña, que murió pocos días después de nacida, y ella por todo el oro del mundo no hubiera vuelto a Torrepintada. No hacía más que recordar a sus conocidas y amigas, y al punto sentía encenderse su rostro de vergüenza. ¡Ella! ¡Ella era la única que desde tiempos inmemorables había manchado las honradas tradiciones del pueblo y las nunca bien ponderadas virtudes de las mujeres!

Meditó, se aconsejó y vino al fin en resolverse a servir de nodriza con alguna señora bien acomodada.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Vuelta de los Muertos

Vicente Riva Palacio


Novela


Prólogo. La expedición a las Hibueras

1. La expedición a las Hibueras

Era uno de los primeros días del mes de octubre de 1524, y un gentío inmenso se hallaba reunido delante del palacio del infortunado emperador Moctezuma, ocupado ya, en la época a que nos referimos, por el muy magnífico señor Fernando Cortés.

Aquella muchedumbre se divertía mirando las vistosas danzas que delante del palacio ejecutaban varias comparsas de indios fantásticamente vestidos de leones, de tigres y de aves.

Apenas hacía tres años que la extensa monarquía azteca había caído en poder de los vasallos de Carlos V; aún estaba en prisión Cuauhtémoc el último de los emperadores de México, y los trajes y las costumbres españolas, ni dominaban ni eran dominados aún por los trajes y las costumbres de los naturales del país.

Había ya entre los conquistados y los conquistadores algunos puntos de contacto; pero como dos líquidos de diferentes colores que se vierten en una sola vasija y que no se confunden, podía distinguirse sin dificultad, que aún eran dos pueblos distintos, dos razas diferentes, dos elementos heterogéneos.

Por eso cuando se celebraba una fiesta cualquiera, unos y otros, reunidos, se alegraban y se divertían cada uno a su manera, cada uno con sus trajes, con su música, con sus costumbres particulares.

En el día a que nos referimos, se trataba de celebrar una boda que había apadrinado el mismo Hernán Cortés.

Aquel día se había casado Martín Dorantes, paje favorito de Cortés, con doña Isabel de Paz, doncella mexicana hija de un cacique, grande amigo del conquistador, que había muerto hacía dos años, dejando a éste el cuidado de la joven.


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Publicado el 1 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

Los Piratas del Golfo

Vicente Riva Palacio


Novela


Primera parte. Juan Morgan

I. Brazo-de-acero

Casi en el corazón de la rica y dilatada isla «Española», florecía a mediados del siglo XVII la pintoresca aldea de San Juan de Goave, célebre entonces por la clase de habitantes que contenía.

La aldea de San Juan tenía el aspecto más encantador, rodeada de jardines, de florestas y de prados, en los que se apacentaban a millares las vacas y los toros salvajes.

Sus habitantes eran en lo general o cazadores o desolladores de bestias, que comerciaban sólo con los cueros y el sebo de los animales, y presentaban la más confusa mezcla de negros y blancos, mulatos y mestizos, españoles y franceses, ingleses e indios; pero todos llevando la misma vida, todos tratándose con la igualdad de los hijos de una misma raza, todos trabajando con afán por hacerse de algunos puñados de dinero, que venían a perder entre la multitud de mujeres prostituidas que allí había, o sobre la carpeta de una mesa de juego, o entre los vapores del aguardiente.

La vida de aquellos colonos era una extraña mezcla de asiduidad en el trabajo y prodigalidad en los vicios, de religiosa honradez en sus contratos y de relajación de costumbres en su vida, de franqueza y fraternidad con los desgraciados, y avidez y codicia en el juego.

Los vicios y las virtudes llevados a la exaltación. Los vicios y las virtudes viviendo en los mismos pechos, realizado el ensueño de la edad de oro en que las ovejas y los lobos dormían bajo la misma sombra, el milano y la paloma descansaban en la misma rama, el tigre y el loro bebían en el mismo arroyo. Todo aquello era sin duda inexplicable para la civilización del siglo XIX, en que apenas el ciudadano pacífico duerme tranquilo, cuando está bajo el mismo techo que el gendarme.


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449 págs. / 13 horas, 6 minutos / 647 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

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