Textos más populares este mes de Vicente Riva Palacio etiquetados como Cuento | pág. 4

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autor: Vicente Riva Palacio etiqueta: Cuento


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La Expiación

Vicente Riva Palacio


Cuento


De boca en boca, y rápidamente, se difundió una mañana por el honrado pueblo de Torrepintada la escandalosísima noticia de que Lucía, una de las muchachas más virtuosas y más guapas del lugar, había desaparecido, abaldonando a la tía Ruperta, de quien recibiera cuidados maternales y moral y cristiana educación.

Los móviles de aquella fuga se adivinaban, o, mejor dicho, se habían averiguado por las viejas más curiosas del pueblo que, refiriéndose unas a otras lo que habían visto, y atando cabos, venían a reducirse a que la virtud de la chica había naufragado en el tempestuoso mar de sus amores con el hijo de un indiano que pocos días antes regresó a La Habana, abandonando a la infortunada Lucía.

Torrepintada era un pueblo ejemplar, de costumbres purísimas, y jamás soltera, casada o viuda había dado allí qué decir. Ninguna mujer del pueblo tenía historia, y las familias eran irreprensibles.

La desaparición de Lucía no había sido tan sin conocimiento de la tía Ruperta como en el pueblo se figuraban: buscando un alivio a su dolor, la muchacha contó a la madre adoptiva cuanto le pasaba, sin ocultarle siquiera que iba a ser madre.

Doña Ruperta, riñó y acabó por consolar a la sobrina y aconsejarle que saliese del pueblo sin ser notada y se fuera a la ciudad próxima en donde tenían una parienta lejana.

Lucía fue madre de una preciosa niña, que murió pocos días después de nacida, y ella por todo el oro del mundo no hubiera vuelto a Torrepintada. No hacía más que recordar a sus conocidas y amigas, y al punto sentía encenderse su rostro de vergüenza. ¡Ella! ¡Ella era la única que desde tiempos inmemorables había manchado las honradas tradiciones del pueblo y las nunca bien ponderadas virtudes de las mujeres!

Meditó, se aconsejó y vino al fin en resolverse a servir de nodriza con alguna señora bien acomodada.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Cuatro Esquinas

Vicente Riva Palacio


Cuento


Los hombres más juiciosos no son más que locos mansos. Oigan ustedes esta historia. Tengo desde hace muchos años íntima amistad con el conde del Sarmiento; un hombre inteligente, instruido, caballeroso y del que puede decirse que si no es un genio, es por lo menos un escritor distinguido.

Una mañana entró en mi alcoba cuando acababa yo de despertar.

—Perdóname —dijo— que tan temprano venga a molestarte. Quiero que seas mi padrino.

—¿Pero vas a batirte?

—Sí; he tenido anoche algunas palabras con un caballero que se llama Román Santiurce.

—Le conozco bien. ¿Y qué palabras han sido ésas?

—Bueno…, cualquier cosa; pero yo necesito batirme con él.

—No, poco a poco; explícame primero, y después resolveré si te ayudo o no.

—Pues óyeme, y fíjate para que veas que me sobra razón. Tú sabes que tengo relaciones con Clotilde y estoy apasionado de ella hasta la locura. Clotilde tiene en el Real una butaca en el turno primero y como debes suponer, me encanta estarla mirando durante la representación. ¡Pues ahí va lo grande! Yo veo a Clotilde desde mi platea; pero en la butaca que está delante de ella se sienta ese hombre, y como le hace el amor a Lucía, ya la conoces, que está al lado de él, inclina la cabeza y me oculta siempre a Clotilde, me la eclipsa; dirijo para ella mis gemelos, y en vez de encontrarme el rostro de Clotilde, siempre es la horrible cara de ese hombre la que estoy mirando, y esa contrariedad cada turno primero, me ha hecho crear un fondo de odio contra él, que le mataría con mucho gusto por no volver a ver esa cara. Por su parte, él debe estar enamorado de Lucía, y se supone que yo miro para donde ellos están por hacerle el amor a ella, y me detesta; sí, me detesta; se lo conozco.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Las Madreselvas

Vicente Riva Palacio


Cuento


Conocí a Ben-Hamín, a bordo del Scotia, en un viaje que hicimos de Liverpool a Nueva York. Estaba siempre sobre la cubierta envuelto en una especie de bata, mostrando unas babuchas de tela tan extraña como la de la bata, con el rojo tarbuch inclinado hacia atrás. No leía, pero meditaba; su larga y rizada barba blanca le cubría la mitad del pecho, y sus grandes ojos negros se escondían debajo de las cejas, tan largas y pobladas que parecían dos alas de pichón blanco.

No sé qué negocio le trajo a Madrid, porque jamás le pregunté, primero porque no me lo había dicho, y luego porque no me importaba; pero éramos viejos conocidos, y venía a comer conmigo algunas veces a mi casa, en la calle de Serrano.

Una noche, era en verano, le noté alguna preocupación, y durante toda la comida pude observar que evitaba cuidadosamente el contacto de las flores de madreselva que se colgaban fuera del ramo que adornaba el centro de la mesa.

Picó esto mi curiosidad, y no era hombre de quedarme con la duda; esperé que sirvieran el café, y cuando ya los criados se habían retirado, le dije:

—Si no lo tiene usted por indiscreción, le ruego que me diga por qué le causan disgusto las flores de la madreselva.

—¡Oh! —me dijo—, no son las flores las que me repugnan; es toda la planta.

—¿Y por qué?

—Es una historia que nada tiene de secreta; por el contrario, desearía que todos vosotros, europeos y americanos, la supieran; quizá os sea útil

—Cuéntela usted, cuéntela usted —dijimos todos.

—Pues voy a complaceros, refiriéndoosla tal como la aprendí en un viejo manuscrito.

Ben-Hamín cerró los ojos como para reconcentrarse en sí mismo, e inclinó la cabeza; la luz eléctrica daba a las canas de su barba el brillo de la plata bruñida.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Bestia Humana

Vicente Riva Palacio


Cuento


No en París, en toda Francia era imposible encontrar un corazón más limpio y un carácter más dulce que el del señor Ramón.

Aquel pantalón azul pálido; aquella levita color de castaña, descolorida por los años y abotonada a todas horas, pero dejando ver el cuello y los puños de la camisa irreprochablemente limpios y brillantes siempre, envolvían el compendio más perfecto de la bondad y de la mansedumbre.

Desde el director de la compañía, desde el empresario hasta el último de los tramoyistas del teatro de La Gaité, adonde tenía un empleo, todos le llamaban papá Ramón, y ni hubo superior que tuviera motivo de reñirle, ni compañero a quien diese ocasión de disgusto.

Papá Ramón vivía para servir a los demás, y a pesar de sus cincuenta y cinco años y de su exterior endeble, porque era de pequeña estatura, tenía resistencia para trabajar todo el día, y no contaba ni con hora fija siquiera para almorzar, pero en la noche, cuando terminaba la función, papá Ramón recobraba su autonomía y comenzaba a pertenecerse a sí mismo.

Todas las noches, y era ya costumbre inveterada, al salir del teatro entraba en un modesto pero aseado restaurante, ocupaba siempre la misma mesa, a la derecha de la puerta de entrada, y allí, instalándose cómodamente, sacaba del bolsillo El Fígaro del día, y comenzaba la lectura, en tanto que el criado, que conocía el invariable gusto de papá Ramón, después de darle las buenas noches, iba colocando unos tras otros los platos que constituían aquella cena cotidiana.

Papá Ramón no abandonaba el periódico; leía mientras estaba comiendo, o mejor dicho, comía instintivamente, mientras que saboreaba la lectura.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Zapatero y su Competidor

Vicente Riva Palacio


Cuento


Apócrifo


Había en una calle un zapatero que vendía en su tienda tanto, que era gusto ver cómo la gente hasta se tropezaba para ir a comprarle. Aquel zapatero vivía allí muy contento y feliz, cuando de la noche a la mañana, ¡zas! otra zapatería en frente.

¡Aquí fue Troya! El zapatero primitivo daba las botas, a cinco pesos, el advenedizo a cuatro y medio.

—No, pues no —dijo el antiguo—; ese recién venido no me desbanca; yo lo arruinaré. Y al otro día puso: «Botas a cuatro pesos».

El otro quién sabe qué diría, pero fijó en su rótulo: «Botas a tres pesos y medio».

—A tres pesos —anunció el antiguo.

—A dos con cuatro —el antagonista.

—A dos —el uno.

—A doce reales —el otro.

—A peso —el primero.

—A cuatro reales —el segundo.

Aquello era para volverse loco; el primer zapatero estaba por darse un tiro, se arruinaba, y sin embargo, el otro tenía en su casa a todos los marchantes.

El hombre se puso triste, pálido, sombrío, hasta que una noche dijo:

—Ea, pelillos a la mar; es preciso tomar una resolución extrema.

Y tomó su sombrero (que sin duda llamaría al sombrero resolución extrema) y se dirigió a la casa de su adversario.

—Buenas noches, vecino —dijo.

—Dios se las dé mejores —contestó el otro—. ¿Qué milagro es verle por esta suya?

—Extrañará usted mi visita; pero vengo a que nos arreglemos.

—Como usted quiera, vecinito; tome asiento.

—Gracias; pues es el caso que vengo a hablarle con toda claridad. ¿Vamos a formar compañía para no perjudicamos?

—Muy bien, estoy conforme.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Consultar con la Almohada

Vicente Riva Palacio


Cuento


Tradición mexicana


Allá por los años de gracia de 1651 y 52 andaban en la península yucateca muy revueltas y confusas las cosas públicas y aun las particulares.

Peleaban y pleiteaban los frailes con los obispos, los obispos con los gobernadores, los gobernadores con los encomenderos, los encomenderos con los indios, y los indios, no teniendo muchas veces con quien pelear, y no contentos con pelear entre sí, volvían a dar principio a la tanda, emprendiéndola a su vez con los frailes; dejábanles hasta la fe del bautismo y sin decir ahí quedan las llaves, se iban a los montes volviendo allí a sus antiguas creencias, y reconociendo a sus antiguos dioses, que si no eran tan buenos como el de los españoles, en cambio no les habían dado tan malos ratos.

Entre tanto, el «hambre» se daba gusto; andaba el maíz por los cielos, lo que más era volar, que andar. Los hombres, las mujeres y los niños salían a los caminos a pedir limosna, y allí se encontraban con que había muchos que a ellos se la pidieran, y no pocos morían de necesidad y de miseria en las encrucijadas y a la entrada de los pueblos, gastándose los ayuntamientos en dar sepultura a aquellos cuerpos más de lo que, invertido en maíz, hubiera bastado para conservarles la vida; que así es, por lo común, la beneficencia oficial en todas partes.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Un Buen Negocio

Vicente Riva Palacio


Cuento


Pocas veces el Lafayette, vapor de la Compañía Trasatlántica francesa, había sufrido, al cruzar el océano con rumbo a América, un temporal más largo y más espantoso. Las olas, semejando montañas negras, pasaban en vertiginosa carrera, chocando contra el casco del buque, levantándose hasta barrer la cubierta, precipitándose por las escaleras y saliendo por los imbornales, en los que se producía un ruido pavoroso y un hervor siniestro. El huracán cruzaba por la arboladura, gimiendo, rugiendo, silbando, remedando algunas veces el ruido de un carro de bronce sobre una bóveda de acero; otras, el aullido de un lobo; otras, el agudo silbar de la serpiente. Densas nubes de color indefinible se arremolinaban en el cielo, tan bajas, que casi envolvían el cataviento de la embarcación.

Bailaba el vapor, perdido en aquella inmensidad, como una hoja de árbol arrebatada por un torbellino. Los marineros, cubiertos con sus vestidos amarillentos de lona embreada y empapados por la lluvia, corrían precipitados de un lado a otro. Todas las escotillas y todas las puertas estaban cerradas y clavadas; los pasajeros, encerrados, unos se agrupaban en el salón, y otros se habían retirado a sus camarotes; pero todos llenos de pavor, oían cada crujido de la catástrofe. Las mujeres rezaban, los hombres estaban silenciosos.

Entre los pasajeros que el vapor Lafayette conducía a Veracruz, iba don Rosendo de Figueroa, que, por nacimiento, era mexicano, pero por su aspecto le hubiera tomado cualquiera por uno de esos ingleses que han enriquecido con los climas tropicales, perdiendo el color del rostro de los hijos de Albión para adquirir el moreno y tostado cutis de los hombres que nacen en aquellas ardientes regiones.


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Publicado el 29 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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