El Convidado de las Últimas Fiestas
Villiers de L'Isle Adam
Cuento
A la señora Nina de Villard
Lo desconocido es la parte del león.
—François Arago
La Estatua del Comendador puede venir a cenar con nosotros; ¡puede tendernos la mano! Se la estrecharemos. Quizás sea él quien tenga frío.
Una noche de carnaval del año 186…, C…, uno de mis amigos, y yo, por una circunstancia absolutamente debida a los azares del tedio «ardiente y vagos», estábamos solos en un palco, en el baile de la Ópera.
Desde hacía algunos instantes admirábamos, entre el polvo, el tumultuoso mosaico de máscaras que aullaban bajo las arañas y se agitaban bajo la sabática batuta de Strauss.
De golpe, se abrió la puerta del palco: tres damas, con un rumor de seda, se aproximaron por entre las pesadas sillas y, tras haberse despojado de sus máscaras, nos dijeron:
—¡Buenas noches!
Eran tres jóvenes de un encanto y una belleza excepcionales. Algunas veces las habíamos encontrado en el mundillo artístico de París. Se llamaban: Clío la Cendrée, Antonie Chantilly y Annah Jackson.
—¿Vienen ustedes aquí para esconderse, señoras? —preguntó C… rogándoles que se sentasen.
—¡Oh! Pensábamos cenar solas, porque la gente de esta fiesta, tan horrible y aburrida, ha entristecido nuestra imaginación —dijo Clío la Cendrée.
—¡Sí, ya nos íbamos cuando los hemos visto! —dijo Antonie Chantilly.
—Así pues, vengan con nosotras, si no tienen nada mejor que hacer —concluyó Annah Jackson.
—¡Luz y alegría!, ¡viva! —respondió tranquilamente C…— ¿Tienen algo en contra de la Maison Dorée?
—¡En absoluto! —dijo la deslumbrante Annah Jackson desplegando su abanico.
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Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.