Textos más vistos de Villiers de L'Isle Adam | pág. 3

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autor: Villiers de L'Isle Adam


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Historias Insólitas

Villiers de L'Isle Adam


Cuento


Los amantes de Toledo

A Émile Pierre

¿Hubiera sido justo que Dios castigara
al hombre con la dicha?

Una de las respuestas de la teología romana
a la objeción contra el pecado original

Un amanecer oriental enrojecía, en Toledo, las graníticas esculturas del frontis del Tribunal, y particularmente la del Perro con hachón encendido en su boca, el escudo de armas del Santo Oficio.

Dos frondosas higueras daban sombra al broncíneo pórtico: traspasado el umbral, los cuadriláteros del enlosado ascendían a las entrañas del palacio; un enmarañamiento de profundidades calculadas sobre los sutiles desvíos en el sentido de las subidas y bajadas. Estas espirales se perdían, unas, en la salas de consejo, en las celdas de los inquisidores, en la capilla secreta, en los ciento sesenta y dos calabozos, en el huerto incluso y en los aposentos de los familiares; otras, en largos corredores, fríos e interminables, hacia distintos retiros, en los refectorios, en la biblioteca.

En una de esas cámaras, cuyo rico mobiliario, colgaduras cordobesas, arbustos e iluminadas vidrieras contrastaban con la desnudez de las otras estancias, se hallaba, de pie, este amanecer, calzado con sandalias, en el centro del rosetón de una alfombra bizantina, las manos juntas, los dilatados ojos fijos, un enjuto anciano, de estatura gigantesca, ataviado con túnica blanca que llevaba grabada una cruz roja y largo manto negro sobre los hombros, tocado con birrete negro y con un rosario metálico en la cintura. Parecía tener más de ochenta años. Macilento, quebrado por las maceraciones, herido, sin duda, por el cilicio invisible que siempre llevaba consigo, examinaba una alcoba en la que se hallaba, festoneada y envuelta en guirnaldas, una cama opulenta y mullida. Este hombre tenía por nombre Tomás de Torquemada.


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74 págs. / 2 horas, 10 minutos / 58 visitas.

Publicado el 26 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Intersigno

Villiers de L'Isle Adam


Cuento


Al señor abate Victor de Villiers de l’Isle—Adam

Attende, homo, quid fuisti ante ortum et quod eris usque ad occasum. Profecto fuit quod non eras. Postea, de vili materia factus, in otero matris de sanguine menstruali nutritus, tunica tua fuit pellis secundma. Deinde, in vilissimo panno involutus, progressus es ad nos, sic indutus et ornatus! Et non memor es quae sit origo tua. Nihil est aliud humo quam sperma foetidum, saccus stercorum, eibus vermium. Scientia, sapientia, ratio, sine Deo sicut nubes transeunt. Post hominem vermis; post vermem foctor et horror. Sic, in non hominem, vertitur omnis homo. Cur camem tuam adornas et impinguas quam, post paucos dies, vermes devoraturi sunt in sepulchro, animam, vero, tuam non adornas, quae Deo et Angelis ejus praesentenda est in coelis!1

—San Bernardo (Meditaciones, t. II).
Bollandistas (Preparación para el Juicio Final)

Una tarde de otoño en la que, junto a personas con opinión, tomábamos el té alrededor de un buen fuego, en casa de uno de nuestros amigos, el barón Xavier de la V… (pálido joven a quien las largas fatigas militares soportadas en África, siendo joven aún, le habían vuelto de una debilidad de carácter y de un salvajismo de costumbres poco común), la conversación recayó sobre un tema de lo más sombrío: se trataba de la naturaleza de esas coincidencias extraordinarias, asombrosas, misteriosas, que suceden en la existencia de algunas personas.

—He aquí una historia —nos dijo— que no acompañaré con ningún comentario. Es verídica. Quizás les parezca impresionante.

Encendimos unos cigarrillos y escuchamos el siguiente relato:


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17 págs. / 31 minutos / 98 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La aventura de Tse-i-La

Villiers de L'Isle Adam


Cuento


La Esfinge: «Adivina o te devoro».

Al Norte de Tonkín existe, internándose tres leguas, la provincia de Kouang—Si, de ríos auríferos, y cuya grandeza se extiende hasta las fronteras de los principados centrales del Imperio de Enmedio, desparramando sus ciudades en la vasta extensión de la selva.

En esta región, la serena doctrina de Laotsé no ha extinguido aún la violenta credulidad hacia los Poussah, especie de genios populares de la China. Gracias al fanatismo de los bonzos de la comarca, la superstición china, aun en las clases elevadas, fermenta con más vigor que en los estados más próximos a Pekín, y difiere de las creencias de los manchúes en cuanto admite las intervenciones directas de los dioses en los asuntos del país

El penúltimo virrey de esta inmensa dependencia imperial fue el gobernador Tche—Tang, que dejó la memoria de un déspota sagaz, avaro y feroz. Véase a qué ingenioso secreto aquel príncipe, escapando a mil venganzas, debió vivir y morir en paz en medio del odio de su pueblo, al que desafió hasta el fin, sin pena ni peligro, ahogando en sangre el más ligero descontento.

Una vez —quizá ocurriese esto unos diez años antes de su muerte— un mediodía estival, cuyo ardor hacia arder los estanques y rajaba las hojas de los árboles, arrojando destellos de fuego sobre los altos tejados de los quioscos, Tche—Tang, sentado en una de las salas más frescas de su palacio, sobre un trono negro incrustado de flores de nácar y embutido de oro puro, y reclinado con languidez, se acariciaba la barba con su mano derecha, mientras que la izquierda se posaba sobre el cetro tendido en sus rodillas.


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8 págs. / 14 minutos / 32 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Cartelera Celeste

Villiers de L'Isle Adam


Cuento


Al señor Henry Ghys

Eritis sicut dii.
—Antiguo Testamento


Cosa extraña y capaz de despertar la sonrisa de un financiero: ¡se trata del Cielo! Pero entendámonos: del cielo considerado desde el punto de vista industrial y serio.

Ciertos acontecimientos históricos, hoy en día científicamente confirmados y explicados (o algo parecido), por ejemplo: el Labarum de Constantino, las cruces reflejadas en las nubes por unas llanuras nevadas, los fenómenos de refracción del monte Brocken y ciertos espejismos en las regiones boreales, intrigaron notablemente y, por así decirlo, picaron la curiosidad de un sabio ingeniero meridional, el señor Grave, que concibió, hace ya algunos años, el luminoso proyecto de utilizar las anchas extensiones de la noche, y elevar, en una palabra, el cielo a la altura de la época.

En efecto, ¿para qué esas azuladas bóvedas que no sirven sino para desbocar las imaginaciones enfermizas de los últimos visionarios? ¿No se obtendría un legítimo derecho al reconocimiento público, y digámoslo (¿por qué no?), a la admiración de la posteridad, al convertir esos estériles espacios en espectáculos real y fructíferamente instructivos, al utilizar las inmensas llanuras y obtener, al fin, un buen rendimiento a esas Solognes indefinidas y transparentes?

No se trata aquí de sentimentalismos. Los negocios son los negocios. Es preciso pedir la colaboración, y también, si fuese necesario, la energía de gente seria sobre el valor y los resultados pecuniarios del inesperado descubrimiento del que hablamos.


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4 págs. / 7 minutos / 40 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Desconocida

Villiers de L'Isle Adam


Cuento


A la señora condesa de Lacios

El cisne calla durante toda su vida para cantar bien una sola vez.
—Antiguo proverbio

Era el sagrado muchacho a quien un bello verso hace palidecer.
—Andrien Juvigny

Aquella noche, todo París resplandecía en los Italiens. Se representaba Norma. Era la función de despedida de María—Felicia Malibrán.

La sala entera, con los últimos acordes de la plegaria de Bellini, Casta diva, se había levantado y reclamaba a la cantante en un glorioso tumulto. Le arrojaban flores, pulseras, coronas. ¡Un sentimiento de inmortalidad envolvía a la augusta artista, casi moribunda, y que se alejaba, creyendo cantar!

En el centro de las butacas de patio, un joven, cuya fisonomía expresaba un alma resuelta y orgullosa, manifestaba, rompiendo sus guantes a fuerza de aplaudir, la apasionada admiración que experimentaba.

Nadie, en el mundo parisino, conocía a este espectador. No tenía aire provinciano, sino extranjero. Con su vestimenta nueva, pero de lustre apagado y de corte irreprochable, sentado en su butaca, hubiera parecido casi singular, sin la instintiva y misteriosa elegancia que emanaba de su persona. Al examinarlo, se hubiera buscado en torno suyo espacio, cielo y soledad. Era extraordinario: pero París ¿no es la ciudad de lo Extraordinario?

¿Quién era y de dónde venía?

Era un adolescente salvaje, un huérfano señorial —uno de los últimos de este siglo—, un melancólico noble del Norte, escapado de la noche de una casa solariega de Cornualles, desde hacía tres días.


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13 págs. / 24 minutos / 38 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Extraña Historia del Dr. Bonhomet

Villiers de L'Isle Adam


Novela


DEDICATORIA

A mis queridos indiferentes.

ADVERTENCIA AL LECTOR

Para iniciar al público en el carácter del doc­tor Bonhomet, damos hoy a la luz, en primer lugar, tres relatos que reflejan, a grandes rasgos, su íntima personalidad.

Inmediatamente después tomará la palabra el doctor y nos relatará la extrañísima historia de Claire Lenoir, cuya pesada carga de responsabi­lidad dejamos recaer enteramente sobre él.

Además, un EPÍLOGO.

Si, como tenemos motivos para temer, este per­sonaje (incontestable, ¡si hubo alguno!) obtiene cierta fama, pronto publicaremos, a nuestro pe­sar, las anécdotas y los aforismos de los que él es héroe y autor, respectivamente.

VILLIERS DE L’ISLE-ADAM

EL ASESINO DE CISNES

«Los cisnes comprenden los signos.»
VÍCTOR HUGO, Los miserables

Al señor Jean Marras

A fuerza de consultar tomos de historia natural, nuestro ilustre amigo, el doctor Tribulat Bonhomet había acabado por saber que el cisne canta mejor antes de morir.

—En efecto (nos confesaba todavía reciente­mente), sólo esta música, desde el momento en que la había escuchado, le ayudaba a soportar las decepciones de la vida y cualquier otra no le pa­recía más que un guirigay, o «Wagner».

—¿Cómo se había procurado ese placer de afi­cionado?

Del modo siguiente:

En los alrededores de la viejísima ciudad forti­ficada en que vive, habiendo descubierto un buen día el práctico anciano, en un parque secular abandonado, bajo umbrías de grandes árboles, un viejo estanque sagrado —sobre cuyo oscuro re­flejo se deslizaban doce o quince tranquilas aves—, había estudiado cuidadosamente los acce­sos, meditado las distancias, observando sobre todo al cisne negro, su vigilante, que dormía perdido en un rayo de sol.


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Publicado el 26 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Impaciencia de la Multitud

Villiers de L'Isle Adam


Cuento


Al señor Victor Hugo

Hombre, ve a decir a Lacedemonia que aquí
hemos muerto por obedecer sus santas leyes.
—Simonides

La gran puerta de Esparta, con su batiente pegado a la muralla como un escudo de bronce apoyado en el pecho de un guerrero, se abría ante el Taygeto. La polvorienta pendiente del monte enrojecía con fríos fuegos un atardecer de los primeros días del invierno, y la árida ladera enviaba a las murallas de la ciudad de Heracles la imagen de un sacrificio ofrecido en una profunda noche cruel.

Por encima del cívico portal, el muro se erguía pesadamente. En la nivelada cumbre había una multitud, roja por el atardecer. Las luces de hierro de las armaduras, las jabalinas, los carros, las puntas de las lanzas brillaban con la sangre del astro. Únicamente los ojos de esa multitud estaban sombríos: contemplaban fijamente, con miradas agudas como jabalinas, la cima del monte, de donde se esperaba alguna gran noticia.

La víspera, los Trescientos habían marchado con el rey. Coronados con flores, partieron al festín de la Patria. Quienes tenían que cenar en los infiernos habían peinado sus cabelleras por última vez en el templo de Licurgo. Después, los jóvenes, tras coger los escudos y golpearlos con sus espadas, entre los aplausos de las mujeres, habían desaparecido en la aurora mientras cantaban versos de Tirteo… Ahora, sin duda, las altas hierbas del Desfiladero rozaban sus desnudas piernas, como si la tierra que iban a defender quisiera todavía acariciar a sus hijos antes de recogerlos en su verdadero seno.


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Incomprendida

Villiers de L'Isle Adam


Cuento


A Jules Destrée

No golpees nunca a una mujer, ni siquiera con una flor.
—El Corán

Cuando se abrían las últimas rosas de la pasada primavera, Geoffroy de Guerl, llevando con él, de París, a su primera preferida, Simone Liantis, alquiló, a orillas del Loire, una alegre quinta, amueblada al estilo Luis XVI y con jardín cercado, donde unas lijas muy altas, encerrando una vasta extensión central de verdor, se entrecruzaban en largos viales hasta el espacio abierto. Cerca, en las laderas de pequeñas colinas, crecía una espesura de maleza y de fresnos, enrojecidos ahora por el otoño, que parecía lanzar soledad hacia la casa.

A los veinte años —y sólo con unos siete mil francos de renta—, ponerse a vivir con una elegante, con aquella esbelta morena de viva mirada, tez de jazmín y rasgos finos y duros, suponía una locura, ¿no es verdad? Ciertamente. Pero si el señor de Guerl era un gallardo mozo, de maneras amables, famoso por su valor y dotado de un espíritu de artista, un clarividente sentimentalismo lo defendía —armadura oculta, pero a toda prueba— de todas las amorosas concesiones susceptibles de arrastrar a esenciales caídas.


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Más Bella Cena del Mundo

Villiers de L'Isle Adam


Cuento


¡Un golpe del Comendador!
¡Una puñalada trapera!

—Antiguo refrán

Xanthus, el maestro de Esopo, declaró, por sugerencia del fabulista, que, si él había apostado que se bebería el mar, no había apostado beber también los ríos que «entran en su interior», para utilizar el gracioso francés de nuestros traductores universitarios.

Ciertamente, tal escapatoria era muy sagaz; pero, con la ayuda del Espíritu del progreso, ¿no sabríamos encontrar, hoy en día, otras semejantes? Por ejemplo:

«Retiren de antemano los peces, ya que no están comprendidos en la apuesta; ¡filtren! Una vez hecha esta reducción, la cosa es fácil.»

O mejor aún:

«Yo he apostado que me beberé el mar, de acuerdo; ¡pero no de un solo trago! El sabio no debe nunca precipitarse en sus acciones: bebo lentamente. Por lo tanto, será una gota cada año, ¿no es verdad?»

Resumiendo, pocos compromisos hay que no puedan ser mantenidos de alguna manera… y esta manera podría calificarse de filosófica.

—«¡La más bella cena del mundo!»

Tales expresiones utilizó, formalmente, el letrado Percenoix, el ángel de la Enfiteusis, para definir, de un modo conciso, la comida que se proponía ofrecer a los notables de la pequeña ciudad de D…, en la que tenía su despacho desde hacía treinta años o más.

Sí. Fue en el círculo —la espalda al fuego, los faldones de su levita bajo los brazos, las manos en los bolsillos, los hombros estirados y sin relieve, los ojos en el cielo, las cejas levantadas, los lentes de oro en las arrugas de su frente, el birrete hacia atrás, la pierna derecha plegada sobre la izquierda y la punta de su zapato embetunado que apenas tocaba tierra—, donde pronunció esas palabras.


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Reina Isabel

Villiers de L'Isle Adam


Cuento


Al señor conde d’Osmoy

El Guardián del Palacio de los Libros dijo: «La reina Nitocris, la Bella de rosadas mejillas, viuda de Papi I, de la décima dinastía, para vengar el asesinato de su hermano, invitó a los conjurados a cenar con ella en una sala subterránea de su palacio de Aznac, luego, tras desaparecer de la sala, HIZO QUE ENTRARAN EN ELLA, SÚBITAMENTE LAS AGUAS DEL NILO.

—Manethon

Hacia 1404 (me remonto tan atrás para no ofender a mis contemporáneos), Isabel, esposa del rey Carlos VI, regente de Francia, vivía, en París, en el antiguo palacio Montagu, una especie de residencia más conocida por el nombre de la mansión Barbette.

Allí se proyectaban las famosas justas a la luz de las antorchas a orillas del Sena; eran noches de gala, de conciertos, de festines, encantadores tanto por la belleza de las mujeres y de los jóvenes señores como por el inaudito lujo que la corte desplegaba.


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Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

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