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autor: Virgilio etiqueta: Poesía


Églogas

Virgilio


Poesía


ÉGLOGA I

El pastor Títiro encarece al pastor Melibeo su gratitud a un poderoso bienhechor por haberle restituido una heredad que le había sido arrebatada, con cuya ocasión lamentan ambos las desgracias que acarrea la guerra civil a los labradores.

(Melibeo. Títiro)

MELIBEO

¡Títiro!, tú, recostado a la sombra de esa frondosa haya, meditas pastoriles cantos al son del blando caramillo; yo abandono los confines patrios y sus dulces campos; yo huyo del suelo natal, mientras que tú, ¡oh Títiro!, tendido a la sombra, enseñas a las selvas a resonar con el nombre de la hermosa Amarilis.

TÍTIRO

A un dios, ¡oh Melibeo!, debo estos solaces, porque para mí siempre sera un dios. Frecuentemente empapará su altar la sangre de un recental de mis majadas; a él debo que mis novillas vaguen libremente, como ves, y también poder yo entonar los cantos que me placen al son de la rústica avena.

MELIBEO

No envidio, en verdad, tu dicha; antes me maravilla, en vista de la gran turbación que reina en estos campos. Aquí me tienes a mí, que, aunque enfermo, yo mismo voy pastoreando mis cabras, y ahí va una, ¡oh Títiro!, que apenas puedo arrastrar, porque ha poco parió entre unos densos avellanos dos cabritillos, esperanza, ¡ay!, del rebaño, los cuales dejó abandonados en una desnuda peña. A no estar obcecado mi espíritu, muchas veces hubiera previsto esta desgracia al ver los robles heridos del rayo . Mas dime, Títiro, ¿quién es ese dios?

TÍTIRO


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Publicado el 3 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Geórgicas

Virgilio


Poesía, Tratado


Libro I

Después de una breve exposición, invoca el poeta a las divinidades protectoras de la agricultura, y a Augusto como a una de ellas, y entra seguidamente en la materia del libro, la cual divide en seis partes: la primera trata de la naturaleza de las tierras y de los métodos de cultivo; la segunda, del origen de la agricultura; la tercera, de los instrumentos de la labranza; la cuarta del tiempo propicio para las labores del campo; la quinta, de los pronósticos que pueden sacar los labradores del aspecto de los astros, y la sexta contiene una admirable digresión sobre los prodigios que siguieron a la muerte de César. Concluye con un epílogo, en que implora para Octavio y el pueblo romano el favor de los dioses.


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73 págs. / 2 horas, 9 minutos / 612 visitas.

Publicado el 23 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Eneida

Virgilio


Poesía, Poema épico, Clásico


LIBRO I

Canto las armas y a ese hombre que de las costas de Troya
llegó el primero a Italia prófugo por el hado y a las playas
lavinias, sacudido por mar y por tierra por la violencia
de los dioses a causa de la ira obstinada de la cruel Juno,
tras mucho sufrir también en la guerra, hasta que fundó la ciudad
y trajo sus dioses al Lacio; de ahí el pueblo latino
y los padres albanos y de la alta Roma las murallas.
Cuéntame, Musa, las causas; ofendido qué numen
o dolida por qué la reina de los dioses a sufrir tantas penas
empujó a un hombre de insigne piedad, a hacer frente
a tanta fatiga. ¿Tan grande es la ira del corazón de los dioses?
Hubo una antigua ciudad que habitaron colonos de Tiro,
Cartago, frente a Italia y lejos de las bocas
del Tiber, rica en recursos yviolenta de afición a la guerra;
de ella se dice que Juno la cuidó por encima de todas las tierras,
más incluso que a Samos. Aquí estuvieron sus armas,
aquí su carro; que ella sea la reina de los pueblos,
si los hados consienten, la diosa pretende e intenta.
Pero había oído que venía una rama de la sangre troyana
que un día habría de destruir las fortalezas tirias;
para ruina de Libia vendría un pueblo poderoso
y orgulloso en la guerra; así lo hilaban las Parcas.
Eso temiendo y recordando la hija de Saturno otra guerra
que ante Troya emprendiera en favor de su Argos querida,
que aún no habían salido de su corazón las causas del enojo
ni el agudo dolor; en el fondo de su alma
clavado sigue el juicio de Paris y la ofensa de despreciar
su belleza y el odiado pueblo y los honores a Ganimedes raptado.
Más y más encendida por todo esto, agitaba a los de Troya
por todo el mar, resto de los dánaos y del cruel Aquiles,
y los retenía lejos del Lacio. Sacudidos por los hados
vagaban ya muchos años dando vueltas a todos los mares.


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Publicado el 15 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Hechicera

Virgilio


Poesía


Poeta.

Quiero el alterno canto y los amores
Imitar de Damón y Alfesibeo,
A cuyo dulce són la becerrilla,
Olvidada del pasto, absorta estuvo,
Y atónitos los linces atendían,
Y el curso revolviendo de sus ondas
En silencio á escuchar llegóse el río.
Quiero el alterno canto y los amores
De Damón imitar y Alfesibeo.

Tú, ó ya las rocas del Timavo undoso,
Folión, superes, ó rayendo vayas
Del Ilírico golfo las riberas.
Oye mi voz. ¡Oh! ¿al fin vendrá aquel día
En que tus heclios diga, y por el orbe

Pueda tus cantos divulgar, que solos
El coturno de Sófocles merecen?
Tomó principio en ti la Musa mía,
Y en tu honor sonará su voz postrera.
Acoge en tanto los humildes versos
Que ensayo obedeciéndote, y permite
Que en torno se deslice de tu frente
Aquesta hiedra entre gloriosos lauros.

Habíanse del cielo las nocturnas
Frígidas sombras ahuyentado apenas,
Hora en que alegra fúlgido rocío
Sobre la fresca hierba á los ganados,
Cuando en polido báculo de oliva
Apoyado Damón, así cantaba:


Damón.

Sal tú, lucero, precursor del día,
Sal presuroso, y el lamento escúcha
De este amante infelice, hoy despreciado
Por Nisa, la que ayer llamaba esposa.
En mi hora postrimera, á las deidades
Testigos de mi amor y su perjurio,
Yo me lamento, y me lamento en vano.
Flauta, ensayemos pastorales tonos.

Tonos conmigo ensáya, flauta mía.
Como en Ménalo se oyen, donde suenan
Bosques silbosos y parleros pinos:
Allí zagales, que de amores cantan;

Allí el músico Pan, que dió el primero
A las cañas inertes ejercicio.
Flauta, ensayemos pastorales tonos.


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Publicado el 3 de marzo de 2019 por Edu Robsy.

Bucólicas

Virgilio


Poesía, Égloga


I. Títiro

MELIBEO. — ¡Títiro! Recostado tú bajo la fronda de una extendida haya ensayas pastoriles aires con tenue caramillo; nosotros abandonamos los lindes patrios y nuestros dulces campos; de la patria huimos; tú, Títiro, despreocupado a la sombra, enseñas a las selvas a repetir el nombre de tu hermosa Amarilis.

TÍTIRO. — ¡Oh Melibeo! Un dios fue quien nos concedió este descanso, pues él será siempre para mí un dios; su altar, un tierno corderillo de nuestros rebaños lo bañará frecuentemente con su sangre. Él fue quien, como ves, permitió que mis vacas vagasen libremente y que yo mismo, con rústica zampoña, cantase lo que me viniera en gana.

MELIBEO. — Ciertamente no te envidio, más bien me maravillo; ¡tan grande es la turbación que en toda la extensión de la campiña reina! A mí mismo aquí me tienes arreando con aflicción mis cabras; ésta también con dificultad, ¡oh Títiro!, la llevo, pues aquí entre los espesos avellanos con duro esfuerzo acaba de parir, ¡ay!, sobre la desnuda roca dos gemelos, esperanza de mi rebaño. Muchas veces, recuerdo, estuviera entonces mi espíritu obcecado, nos predijeron este mal las encinas heridas por el rayo. Mas dinos ya, Títiro, qué clase de dios es ese tuyo.

TÍTIRO. — La ciudad que llaman Roma, ¡oh Melibeo!, pensé yo, necio de mí, que era semejante a esta ciudad nuestra adonde solemos con frecuencia los pastores llevar los tiernos recentales destetados de las ovejas. De esta manera era como yo veía parecerse los cachorros a las perras y los cabritos a sus madres, así tenía por costumbre comparar lo grande con lo pequeño. Pero esta ciudad levantó tanto su cabeza entre las demás ciudades cuanto acostumbran entre las flexibles mimbreras los cipreses.

MELIBEO. — ¿Y cuál fue la causa tan importante de visitar tú Roma?


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Publicado el 22 de junio de 2018 por Edu Robsy.