Las Afinidades Electivas
Wolfgang Goethe
Novela
Primera parte
I
Eduardo —damos este nombre a un acaudalado barón, en lo mejor de su edad— había pasado las más bellas horas de una tarde de abril en su vivero, injiriendo en patrones jóvenes unos bien conservados injertos. Acababa de terminar su faena; recogía sus herramientas en el estuche y contemplaba con gran satisfacción su obra, cuando se le acercó el jardinero y se regocijó al ver el celo con que su señor participaba en los trabajos.
—¿No has visto a mi mujer? —preguntó Eduardo, disponiéndose a partir.
—Está al otro lado, en el jardín nuevo —contestó el jardinero—. Terminarán hoy la cabaña de musgo que están construyendo junto al tajo de peñascos, frente al castillo. Todo ha resultado muy bien, y tiene que gustarle al señor. La vista desde allí es hermosísima: al fondo, la aldea; un poco a la derecha, la iglesia, y enfrente, el castillo y los jardines.
—Es verdad —respondió Eduardo—; he visto trabajar a los, obreros desde muy cerca de aquí.
—Después —prosiguió el jardinero— ábrese el valle a la derecha y se descubre una alegre lejanía sobre los magníficos vergeles. La senda, que se encarama por las rocas, está muy bien trazada. La señora sabe lo que tiene entre manos, y todo el mundo trabaja con gusto bajo sus órdenes.
—Ve allá —dijo Eduardo— y ruégale que me espere. Dile que deseo ver su nueva obra y disfrutar de ella.
El jardinero se retiró apresuradamente y pronto lo siguió Eduardo.
Dominio público
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Publicado el 4 de julio de 2018 por Edu Robsy.