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Bocetos y Apuntes

Vicente Blasco Ibáñez


Crónica, artículo, colección


El amor y la muerte

Con gran frecuencia ocurren los llamados crímenes de amor. Relatan los periódicos casi a diario sucesos dramáticos, en los que hiere la mano a impulso de los celos; describen suicidios, en los cuales una vida se suprime fríamente, abandonando las filas humanas por miedo a la soledad, después de las dulzuras del idilio, por el desesperado convencimiento de que ya no podrá marchar sintiendo el contacto de la carne amada, roce embriagador que mantiene lo que algunos filósofos llaman estado de ilusión y ayuda a soportar la monotonía de la existencia.

¡El Amor y la Muerte!… Nada tan antitético, tan opuesto, y, sin embargo, los dos caminan juntos, en estrecho maridaje, desde los primeros siglos de la Humanidad, tirando uno del otro, cual inseparables cónyuges, como marchan a través del tiempo la noche y el día, el invierno y la primavera, el dolor y el placer, no pudiendo existir el uno sin el otro.

«Te amo más que a mi vida», dice el jovenzuelo, despreciando su existencia, apenas formula los primeros juramentos de amor.. «¡Morir!, ¡morir por tí!», murmura el hombre junto a una oreja sonrosada, cuando, agotadas las frases de adoración, se esfuerza por concentrar en una definitiva y suprema frase todo su apasionamiento. «¡No volver a la vida! ¡Quedar así por siempre!», suspiran los enamorados, mirándose en el fondo de los ojos, mientras corre por sus nervios el estremecimiento del más dulce de los calofríos; y este deseo de anularse, de no despertar jamás del grato nirvana, surge inevitablemente, como si el amor sólo pudiera crecer y esparcirse a costa de la vida.

Tal vez reconoce su fragilidad, y adivinando que puede desvanecerse antes que acabe la existencia de los enamorados, implora, por instinto de conservación, el auxilio de la muerte.


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Dominio público
29 págs. / 51 minutos / 20 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

Bocoy de Caña

Javier de Viana


Cuento


Santos La Luz fué una equivocación de la naturaleza. Poseía cualidades sobresalientes, pero sin aplicación posible en el medio hostil donde nació y del cual no podía evadirse.

Carecía de músculos para poder traducir en hechos lo que su inteligencia concebía. No erraba nunca un tiro de lazo, pero, sin fuerzas para sujetar al bruto, la res se iba siempre, con lazo y todo.

Le sobraba coraje; pero su valor sólo le servía para hacerse golpear,—lastimar a veces,—por los otros, que eran más fuertes.

Tenía un cuerpo pequeño, de gracilidad femenina. Su rostro era bello, delicado, denunciando inteligencia en la frente amplia, con los ojos llameantes y en los labios de expresiva movilidad.

Una flor, un pájaro.

Como leía cuanto papel impreso caía en sus manos, sabía mucho; y como sus ocupaciones eran pocas, dedicaba largas horas al cultivo de las facultades intelectuales, perfectamente inútiles en el agreste escenario donde le tocó actuar.

Poeta y músico y cantor, componía tiernas endechas, las musicaba y las cantaba en la guitarra con arte y con pasión.

Los gauchos, cuando no tenían nada que hacer, cuando los temporales les obligaban a permanecer ociosos «verdeando» en el galpón, lo obligaban a cantar. No le obligaban: él accedía, gustoso de demostrar su superioridad en algo.

Cantaba con el alma, diciendo cosas muy lindas en frases muy torpes; y cuando esperaba tener subyugado por la emoción al auditorio, alguno exclamaba en voz alta:

—¡Le digo qu'el malacara 'e Robustiano no le hace ni la cola al overo de Umpierrey!

—¿En trescientas varas?

—Ni en veinte.

Y otro del grupo:

—Che, Feliciano, a ver si me devolvés el sobeo que te presté l'otro día!...

Nadie le hacía más caso que el caso que allí se hacía a los pájaros y a las flores. Y él sufría.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 30 visitas.

Publicado el 7 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Bodas de Sangre

Federico García Lorca


Teatro


PERSONAJES

Madre.
Novia.
Suegra.
Mujer de Leonardo.
Criada.
Vecina.
Muchachas.
Leonardo.
Novio.
Padre de la novia.
Luna.
Muerte (como Mendiga)
Leñadores.
Mozos

ACTO PRIMERO

CUADRO PRIMERO

Habitación pintada de amarillo.

NOVIO (Entrando).
Madre.

MADRE
¿Qué?

NOVIO
Me voy.

MADRE
¿Adónde?

NOVIO
A la viña. (Va a salir).

MADRE
Espera.

NOVIO
¿Quieres algo?

MADRE
Hijo, el almuerzo.

NOVIO
Déjalo. Comeré uvas. Dame la navaja.

MADRE
¿Para qué?

NOVIO (Riendo).
Para cortarlas.

MADRE (Entre dientes y buscándola).
La navaja, la navaja... Malditas sean todas y el bribón que las inventó.

NOVIO
Vamos a otro asunto.

MADRE
Y las escopetas y las pistolas y el cuchillo más pequeño, y hasta las azadas y los bieldos de la era.

NOVIO
Bueno.

MADRE
Todo lo que puede cortar el cuerpo de un hombre. Un hombre hermoso, con su flor en la boca, que sale a las viñas o va a sus olivos propios; porque son de él, heredados...

NOVIO (Bajando la cabeza).
Calle usted.

MADRE
... y ese hombre no vuelve. O si vuelve es para ponerle una palma encima o un plato de sal gorda para que no se hinche. No sé cómo te atreves a llevar una navaja en tu cuerpo, ni cómo yo dejo a la serpiente dentro del arcón.

NOVIO
¿Está bueno ya?


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Dominio público
37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 9.377 visitas.

Publicado el 10 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Bodas Reales

Benito Pérez Galdós


Novela


I

Si la Historia, menos desmemoriada que el Tiempo, no se cuidase de retener y fijar toda humana ocurrencia, ya sea de las públicas y resonantes, ya de las domésticas y silenciosas, hoy no sabría nadie que los Carrascos, en su tercer cambio de domicilio, fueron a parar a un holgado principal de la Cava Baja de San Francisco, donde disfrutaban del discorde bullicio de las galeras y carromatos, y del grande acopio de vituallas, huevos, caza, reses menores, garbanzos, chorizos, etc., que aquellos descargaban en los paradores. Escogió D. Bruno este barrio mirando a la baratura de las viviendas; fijose en él por exigencia de su peculio (que con las dispendiosas vanidades de la vida en Madrid iba enflaqueciendo), y por dar gusto a su esposa, la señora Doña Leandra, cuyo espíritu con invencible querencia tiraba hacia el Sur de Madrid, que entonces era, y hoy quizás lo es todavía, lo más septentrional de La Mancha. En mal hora trasplantada del cortijo a la corte, aliviaba la infeliz mujer su inmenso fastidio poniéndose en contacto con arrieros y trajinantes, con zagalones y mozos de mulas, respirando entre ellos el aire de campo que pegado al paño burdo de sus ropas traían.


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Dominio público
234 págs. / 6 horas, 50 minutos / 518 visitas.

Publicado el 19 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Bohemia en Prosa

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Cuando se supo que había fallecido Vieyra —de una enfermedad consuntiva, latente toda su vida y declarada al final—, la gente no se preguntó la causa de tal suceso. «¡Hombre, todos hemos de pasar por ahí!». Lo que se dieron a investigar durante media hora en la Pecera, en la reunión de amigos y otros círculos locales fue, no cómo había muerto el bueno de Vieyra, sino cómo había vivido.

Encontraban en su vivir una paradoja realizada. Había vivido... sin poder. Por todo recurso contaba con dos o tres heredades que le producían una renta irrisoria, y un vago destino, de esos que a fuerza de reducciones y descuentos, suspensiones y amagos de supresión, no sólo parece que no deben mantener a un hombre, sino que dan la idea de que será preciso poner dinero encima. Vieyra era intérprete en el Lazareto... y no es lo bueno que lo fuese, sino que lo era sin saber idioma alguno.

—Yo tengo resuelta esa dificultad —declaraba a los que le daban bromas—. Si vienen americanos, claro es que me expreso en español... Si portugueses o brasileños, en gallego del más puro... Y si son franceses o ingleses..., ¡demonio!, entonces... Entonces..., ustedes reconocerán que a esos tíos nadie les ha hablado jamás en su lengua. Les presento picadura, maryland, una botellita de cerveza o de jerez... y me entienden en seguida.

Con tales botellitas, adquiridas a un precio y revendidas a otro; con algo de negocio de picadura y tabaco, ciertas pequeñas ganancias realizaba Vieyra; pero era tan eventual todo ello, tan mermado y, sobre todo, tan dependiente de su capricho y de su humor, asaz tornadizos y muy poco industriales, que continuaba igualmente problemático cómo había podido sustentarse aquel hombre —sin pedir a nadie nada, sin deber tampoco—, y el gran lujo español, ¡fumándose buenos puros!


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Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 63 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Bola de Sebo

Guy de Maupassant


Cuento




Durante muchos días consecutivos pasaron por la ciudad restos del ejército derrotado. Más que tropas regulares, parecían hordas en dispersión. Los soldados llevaban las barbas crecidas y sucias, los uniformes hechos jirones, y llegaban con apariencia de cansancio, sin bandera, sin disciplina. Todos parecían abrumados y derrengados, incapaces de concebir una idea o de tomar una resolución; andaba sólo por costumbre y caían muertos de fatiga en cuanto se paraban. Los más eran movilizados, hombres pacíficos, muchos de los cuales no hicieron otra cosa en el mundo que disfrutar de sus rentas, y los abrumaba el peso del fusil; otros eran jóvenes voluntarios impresionables, prontos el terror y al entusiasmo, dispuestos fácilmente a huir o acometer; y mezclados con ellos iban algunos veteranos aguerridos, restos de una división destrozada en un terrible combate; artilleros de uniforme oscuro, alineados con reclutas de varias procedencias, entre los cuales aparecía el brillante casco de algún dragón tardo en el andar, que seguía difícilmente la marcha ligera de los infantes.

Compañías de francotiradores, bautizados con epítetos heroicos: Los Vengadores de la Derrota, Los Ciudadanos de la Tumba, Los Compañeros de la Muerte, aparecían a su vez con aspecto de facinerosos, capitaneados por antiguos almacenistas de paños o de cereales, convertidos en jefes gracias a su dinero —cuando no al tamaño de las guías de sus bigotes—, cargados de armas, de abrigos y de galones, que hablaban con voz campanuda, proyectaban planes de campaña y pretendían ser los únicos cimientos, el único sostén de Francia agonizante, cuyo peso moral gravitaba por entero sobre sus hombros de fanfarrones, a la vez que se mostraban temerosos de sus mismos soldados, gentes del bronce, muchos de ellos valientes, y también forajidos y truhanes.

Por entonces se dijo que los prusianos iban a entrar en Ruán.


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Dominio público
41 págs. / 1 hora, 12 minutos / 1.592 visitas.

Publicado el 18 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Bondad de la Plegaria

Juan Valera


Cuento


El boticario del lugar era un filósofo racionalista y descreído. Apenas había acto piadoso que él no condenase como superstición o ridícula impertinencia. Contra lo que más declamaba, era contra el rezo en que se pide a Dios o a los santos que hagan alguna cosa para cumplir nuestro deseo. La censura del boticario subía de punto cuando trataba de plegarias que iban acompañadas de promesas.

Según es costumbre en los lugares, en la trastienda de nuestro boticario filósofo había tertulia diaria. Allí se jugaba al tresillo, a la malilla y al tute, se leían los periódicos y se hablaba de religión, de política y de cuanto hay que hablar.

El señor cura asistía también en aquella tertulia, pero esto no refrenaba el prurito de impiedad del boticario, sino que le excitaba más en sus disertaciones, a fin de que el señor cura se lanzase a la palestra y disputase con él.

El señor cura distaba no poco de ser muy profundo en teología, y cuando no se preparaba escribiendo de antemano lo que había de decir, como escribía los sermones, era mucho menos elocuente que el boticario, pero le aventajaba en dos excelentes cualidades: tenía fe vivísima y gran dosis de sentido común para resolver cuanto la fe no resuelve.

—Dios —decía el cura—, no infringe ni trastorna las leyes de la naturaleza, cediendo a nuestras súplicas y para satisfacer nuestros antojos. Para Dios no hay milagros improvisados. Desde la eternidad los previó todos y los ordenó por infalible decreto. Y en este sentido, tan conforme con la ley divina y tan de acuerdo está con el orden prescrito desde ab eterno que salga mañana el sol como que no salga. Y en cuanto a las súplicas que los hombres dirigimos a Dios, siempre deben agradarle como no sean contrarias a la moral, ya que dan testimonio de la fe que en Él tenemos y de la esperanza y del amor que nos inspira.


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Dominio público
1 pág. / 3 minutos / 59 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Bonifacio

Miguel de Unamuno


Cuento


Bonifacio vivió buscándose y murió sin haberse hallado; como el barón del cuento, creía que tirándose de las orejas se sacaría del pozo.

Era un muchacho, por su desgracia, listo, empeñadísimo en ser original y parecer extravagante, hasta tal punto que dejaba de hacer lo que hacían otros por la misma razón que éstos lo hacen: porque ven hacerlo. Empeñado en distinguirse de los hombres, no conseguía dejar de serlo.

Yo no quiero hacer ningún retrato; declaro que Bonifacio es un ser fantástico que vive en el mundo inteligible del buen Kant, una especie de quinto cielo; pero la verdad es que cada vez que pienso en Bonifacio siento angustia y se me oprime el pecho.

«¿Cuál será mi aptitud?», se preguntaba Bonifacio a solas.

Escribió versos y los rompió por no hallarlos bastante originales; éstos recordaban los de tal poeta, aquéllos los de cual otro; le parecía cursi manifestarse sentimental, más cursi aún romántico (¿qué quiere decir romántico?), mucho más cursi, escéptico y soberanamente cursi, desesperado. Escribió unas coplas irónicas, llenas de desdén hacia todo lo humano y lo divino, y leyéndolas un mes más tarde las rompió, diciéndose: «¡Vaya una hipocresía!, pero si yo no soy así». Luego escribió otras tiernísimas en que hablaba del hogar, de su familia, de su rincón natal, cosa de arrancar lágrimas a un canto, y las rompió también: «Sosadas, sosadas; ¡esto es música celestial!».

¡Pobre Bonifacio! Cada mañana la luz hacía brotar de su mente un pensamiento nuevo, que moría poco más o menos a la hora en que muere el sol.

Bonifacio era muy alegre entre sus amigos; a solas se empeñaba en ser triste, se tiraba con furia de las orejas, pero ¡como si no!, siempre tranquila la superficie del pozo y él metido allí.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 124 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Boroña

Leopoldo Alas "Clarín"


Cuento


En la carretera de la costa; en el trayecto de Gijón a Avilés, casi a mitad de camino, entre ambas florecientes villas, se detuvo el coche de carrera al salir del bosque de la Voz, en la estrechez de una vega muy pintoresca, mullida con infinita hojarasca de castaños y robles, pinos y nogales, con los naturales, tapices de la honda pradería de terciopelo verde oscuro que desciende hasta refrescar sus lindes en un arroyo que busca deprisa y alborotando el cauce del Aboño. Era una tarde de agosto, muy calurosa aún en Asturias; pero allí mitigaba la fiebre que fundía el ambiente una dulce brisa que se colaba por la angostura del valle, entrando como tamizada por entre ramas gárrulas e inquietas del robledal espeso de la Voz que da sombra en la carretera en un buen trecho.

Al detenerse el destartalado vehículo, como amodorrado bajo cien capas de polvo, los viajeros del interior, que dormitaban cabeceando, no despertaron siquiera. Del cupé saltó como pudo, y no con pies ligeros ni piernas firmes, un hombre flaco, de color de aceituna, todo huesos mal avenidos, de barba rala, a que el polvo daba apariencia de cana, vestido con un terno claro, de verano, traje de buena tela, cortado en París, y que no le sentaba bien al pobre indiano, cargado de dinero y con el hígado hecho trizas.

Pepe Francisca don José Gómez y Suárez en el comercio, buena firma, volvía a Prendes, su tierra, después de treinta años de ausencia; treinta años invertidos en matarse poco a poco, a fuerza de trabajo, para conseguir una gran fortuna, con la que no podía ahora hacer nada de lo que él quería: curar el hígado y resucitar a Pepa Francisca de Francisquín, su madre.


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Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 246 visitas.

Publicado el 28 de noviembre de 2016 por Edu Robsy.

Boy

Luis Coloma


Novela


En la vida del hombre, sólo dos mujeres tienen cabida legítima: su madre y la madre de sus hijos. Fuera de estos dos amores puros y santos, son los demás divagaciones peligrosas ó culpables extravíos.

I

Llegué al baile á las diez y cuarto, cuando comenzaba á excitar la animación la entrada del personaje político en cuyo honor se celebraba. Recorría éste las salones y las anchas y suntuosas galerías, guiado por el general Belluga, que hacía veces de cicerone, y le presentaba á los notables de la provincia. Venía detrás la personaja, con pujos y aires de gran dama de la antigua corte, dando el brazo á mi tío el Duque de Sos, rancia figura decorativa en todos los actos solemnes del partido de Isabel II; y rodeadas de pollos y damiselas, cerraban la marcha dos personajitas, hijas del personaje: morenilla la una y pintorescamente bizca; rubia desteñida la otra, con una boquita de que pudo decir Bussy lo que de Mlle. Mancini dijo:


“...aquel piquito amoroso.
Que llega de oreja á oreja.”


Sucedía esto en Marzo de 1869, cuando á raíz de la Revolución organizábanse isabelinos y carlistas, y tendían la caña con igual empeño, á fin de pescar entre sus filas los personajes políticos vacantes que las turbias olas desbordadas en el pasado Septiembre no habían zambullido del todo. Agasajábanles tirios y troyanos, y dejábanse ellos querer, comiendo con unos, cenando con otros, sacando el jugo á todos y no soltando prenda con ninguno, hasta ver, sin duda, de qué lado caían las pesas, y sacar entonces al mejor postor la consecuencia de su política y la firmeza de su lealtad.


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Dominio público
195 págs. / 5 horas, 41 minutos / 192 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

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