El Hijo del Sordomudo
José Fernández Bremón
Cuento
I
(Recorte de un periódico.)
El individuo que murió ayer arrollado por el salvavidas de un
tranvía eléctrico llamábase don Juan Ruilópez; era sordomudo, de
posición independiente, y habitaba en una propiedad aislada de Chamberí,
sin más compañía, según creencia general, que sus perros: esto no era
exacto: en el registro que hizo la Autoridad en la casa del difunto, se
halló dormido en un felpudo un muchacho como de trece años, que al
despertar ladró al Juzgado, y concluyó por lamer la mano a un guardia
del orden público. En vano se hicieron preguntas al niño, porque no las
entendía, y así lo manifestó, valiéndose del idioma de los mudos, aunque
no lo es.
El caso no puede ser más raro: educado por un padre sordomudo que temía exponer a su hijo a los riesgos de la calle con sus bicicletas y tranvías, no salió nunca de casa, ni oyó la voz humana, sino en algún grito lejano y sin sentido. Comprende, pues, el castellano y se expresa en él por señas, pero no lo puede hablar ni entender de viva voz, y le extraña ver salir las palabras de la boca del hombre. En cambio, el haber vivido siempre rodeado de mastines le ha acostumbrado a manifestar sus impresiones a la manera de los perros, con tal propiedad, que al guardia, con quien ha intimado, se le escapó esta barbaridad al oír cómo ladraba:
—Ladra como un ángel.
En cambio, el niño Ruilópez, viendo que el secretario sacaba recado de escribir, tomó la pluma y trazó en buena letra esta respuesta, presentándola al juez que le había interrogado:
—No entiendo lo que ladras.
Para el desgraciado joven el ladrido es el lenguaje oral, y el castellano un idioma silencioso que se expresa por señas o por escrito nada más.
Dominio público
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Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.