En la provincia de Candahar, todo el mundo sabe la aventura del joven
Rustan, que era hijo único de un mirza del país que escomo si dijéramos
marques en Francia, ó barón en Alemania. Su padre el mirza tenía un
decente caudal, y el joven Rustan se iba a casar con una señorita ó
mirzasa igual suya: ambas familias lo deseaban; Rustan había de ser el
consuelo de sus padres, hacer feliz á su mujer, y serlo en su compañía.
Quiso empero la desgracia que viese á la princesa de Cachemira en la
feria de Cabul, que es la feria más famosa del mundo, más concurrida sin
comparación que las de Basora y Astracán.
El motivo devenir á la feria el príncipe viejo de Cachemira con su
hija, fué porque había perdido las dos alhajas más preciosas de su
tesoro: la una era un diamante del tamaño del dedo pulgar, en que por un
arte que poseían á la sazón los indios, y que luego se ha perdido,
estaba grabada su hija; y la otra un venablo que por sí propio iba á
donde se quería; cosa no muy rara en nuestro país, pero que lo era en
Cachemira.
Un faquir de su alteza le robó ambas alhajas, y se las llevó á la
princesa. Guardadlas entrambas con esmero, le dijo, porque pende vuestra
suerte de ellas. Fuese dicho esto, y no se le volvió á ver.
En tanto, desesperado el duque de Cachemira, se resolvió á ir á ver
si entre todos los mercaderes que de las cuatro partes del mundo van á
la feria de Cabul, habría alguno que tuviese su arma y su diamante. En
todos sus viajes le acompañaba su hija. Ésta llevaba su diamante bien
escondido en su cinto, y el venablo que no podía esconder, también le
había dejado en Cachemira encerrado en su arcon de la China.
Viéronse Rustan y ella en Cabul, y se enamoraron uno de otro con todo
el candor de su edad, y la fineza de su país. En prenda de su amor dió
la princesa su diamante á Rustan y éste le prometió, al despedirse, que
iría á verla en secreto a Cachemira.
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