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textos disponibles fecha: 06-01-2021


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El Cocinero del Arzobispo

Juan Valera


Cuento


En los buenos tiempos antiguos, cuando estaba poderoso y boyante el Arzobispado, hubo en Toledo un Arzobispo tan austero y penitente, que ayunaba muy a menudo y casi siempre comía de vigilia, y más que pescado, semillas y yerbas.

Su cocinero le solía preparar para la colación, un modesto potaje de habichuelas y de garbanzos, con el que se regalaba y deleitaba aquel venerable y herbívoro siervo de Dios, como si fuera con el plato más suculento, exquisito y costoso. Bien es verdad que el cocinero preparaba con tal habilidad los garbanzos y las habichuelas, que parecían, merced al refinado condimento, manjar de muy superior estimación y deleite.

Ocurrió, por desgracia, que el cocinero tuvo una terrible pendencia con el mayordomo. Y como la cuerda se rompe casi siempre por lo más delgado, el cocinero salió despedido.

Vino otro nuevo a guisar para el señor Arzobispo y tuvo que hacer para la colación el consabido potaje. Él se esmeró en el guiso, pero el Arzobispo le halló tan detestable, que mandó despedir al cocinero e hizo que el mayordomo tomase otro.

Ocho o nueve fueron sucesivamente entrando, pero ninguno acertaba a condimentar el potaje y todos tenían que largarse avergonzados, abandonando la cocina arzobispal.

Entró, por último, un cocinero más avisado y prudente, y tuvo la buena idea de ir a visitar al primer cocinero y a suplicarle y a pedirle, por amor de Dios y por todos los santos del cielo, que le explicara cómo hacía el potaje de que el Arzobispo gustaba tanto.

Fue tan generoso el primer cocinero, que le confió con lealtad y laudable franqueza su procedimiento misterioso.

El nuevo cocinero siguió con exactitud las instrucciones de su antecesor, condimentó el potaje e hizo que se le sirvieran al ascético Prelado.

Apenas éste le probó, paladeándole con delectación morosa, exclamó entusiasmado:


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Canto Gangoso

Juan Valera


Cuento


La madre abadesa no consideraba que el canto era bastante devoto y sentido cuando no era muy gangoso también, especialmente al terminar cada frase.

Las novicias y las monjas jóvenes se obstinaban, sin embargo, en querer lucir la voz y en no ganguear.

Cierto día que estaban en el coro, cantaron sonoramente y sin que el aire pasase por las narices:

... —¡Per omnia saecula saeculorum!

Y notando la abadesa que no la obedecían, dijo gangueando y algo enojada:

¡Niñas, un poco de narices en el culorum!


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Animal Prodigioso

Juan Valera


Cuento


Desde una pequeña aldea de Aragón vino a Madrid un hombre muy observador, aunque rústico, y que por primera vez viajaba.

Cuando volvió a su tierra, le rogaban todos que les contara lo que de más notable había visto.

Contaba él infinitas cosas, muy menudamente y con gran exactitud y despejo; pero lo que más había llamado su atención y lo que más le había sorprendido era un animal, que describía de esta suerte:

—Imaginen ustedes un cochino enorme, doble mayor que un toro, con un rabo muy grueso y con un gancho en la punta del rabo. Con aquel gancho coge nueces, manzanas, naranjas, racimos de uvas, pedazos de pan y otros comestibles, y luego a escape, se lo mete todo en el trasero.

Nadie en el lugar quiso creer en tan extraño fenómeno, pero el viajero juraba y perjuraba que le había visto, y aun se enojaba de que no le diesen crédito sus paisanos.

Resultó de esto una acalorada disputa.

Un anciano muy prudente imaginó, para que resolviese la disputa y los pusiese en paz a todos, ir a consultar al cura párroco, que era letrado y tenía fama de entendido.

Llegados a la presencia del cura, el viajero hizo nuevamente la descripción del animal prodigioso.

El auditorio, apenas acabó, se puso a gritar:

—¡Es grilla! ¡Es grilla!

Y el cura dijo entonces:

—Qué ha de ser grilla: es un elefante.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Doña Bishodie

Juan Valera


Cuento


Al ir a confesarse una beata se jactó mucho con el Padre de que sabía rezar en latín y le rogó que le hiciese rezar algo en dicha lengua.

—Pues diga usted el Padre Nuestro —le dijo el Padre.

La beata empezó a rezar, trabucándolo todo e inventando un latín verdaderamente fantástico e inaudito.

El Padre la oyó con paciencia hasta que la beata llegó a decir:

—Don Cotidiano, Doña Bishodie.

Interrumpió entonces la oración y dijo al Padre:

—Todo lo comprendo, pero no caigo en quién pueda ser esta Doña Bishodie.

—Sí, hija mía, contestó el Padre: es muy sencillo; la mujer de D. Cotidiano.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Conversión de un Heterodoxo

Juan Valera


Cuento


Vivía en Sevilla, hará más de dos siglos, un clérigo tan sabio en Teología y tan gran predicador, que era el pasmo y la gloria de la ciudad, y tan afable con sus iguales, tan modesto con los superiores y tan llano y caritativo con la gente menuda, que se había ganado la voluntad de todo el mundo.

El demonio, que es envidioso y que todo lo añasca, se ingenió de suerte que hizo que el tal clérigo, a fuerza de meditar y de cavilar en las cosas divinas, viniese a caer en uno de los más espantosos errores que pueden afligir a la pobre y limitada inteligencia humana y que pueden dar al traste con los merecimientos y excelencias de un buen cristiano.

Se empeñó nuestro clérigo en considerar absurdo que siendo Dios uno fuese también Trino. Y no sólo se empeñó en considerarlo, sino que se esforzó por demostrar su error y por difundirle y divulgarle con la misma maravillosa elocuencia que había empleado antes en sus piadosos sermones y homilías.

No acertaremos a ponderar la profunda pena y la consternación que se apoderaron del ánimo de los señores inquisidores, del arzobispo, de toda la clerecía y de cuantas personas honradas y devotas había en Sevilla, al enterarse de la tremenda caída de aquel eminente teólogo y de la insolencia infernal con que iba propagando por todas partes una herejía tan perversa como la de Arrio y la de Mahoma.

Mucho lamentaron y lloraron el extravío de nuestro clérigo los numerosos amigos con que contaba y muy singularmente los señores inquisidores; pero la obligación está por cima de todo, y más aún cuando se trata de la pureza de la fe. Una migajilla de levadura puede fermentar toda la masa. Un ligero asomo de corrupción, una pequeña llaguita puede inficionar y gangrenar el cuerpo sano de la república si no se acude pronto al remedio, cauterizando la llaguita, o digamos quemándola.


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Publicado el 6 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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