Capítulo 1
No sé si he dicho
en la primera parte de estos verídicos apuntes que Luis Portal, mi
sensato, cuco y oportunista condiscípulo, era bastante feo y
desgarbado, lo cual probablemente influía mucho en su manera de
entender la vida y en su intransigencia para con los sueños, las
ilusiones, la poesía, la pasión y demás cosas bonitas que dan
interés a nuestro existir. Tenía Portal el cuerpo cuadradote y
macizo; las manos anchas y mal puestas; la pierna corta; la cabeza
bien desarrollada, pero redonda cual perilla de balcón; el cuello
sin gallardía, y los hombros altos; las facciones demasiadamente
grandes para su estatura, de lo cual resultaba una facies nada
vulgar, pero de mascarón de proa; una carofla, como le decían para
hacerle rabiar, cuando era chico, sus compañeros en el Instituto de
Orense. El claro entendimiento de Portal le inducía a sufrir con
risueña cachaza las bromas relativas a su físico; pero el amor
propio inherente a la naturaleza humana debía de hacerle sentir a
veces su aguijón, y lo revelaba, sin querer, en cierto afectado
desprecio hacia la belleza masculina, y en las pullas que nos
soltaba a los compañeros a quienes creía mejor tratados por la
naturaleza.
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