La Punta del Cigarro
Emilia Pardo Bazán
Cuento
Resuelto a contraer matrimonio, porque es una de esas cosas que nadie deja de hacer, tarde o temprano, Cristóbal Morón se dio a estudiar el carácter de unas cuantas señoritas, entre las que más le agradaban y reunían las condiciones que él juzgaba necesarias para constituir un hogar venturoso.
En primer término, deseaba Cristóbal que la que hubiese de conducir al ara consabida tuviese un genio excelente; que su humor fuese igual y tranquilo y más bien jovial, superior a esos incidentes cotidianos que causan irritaciones y cóleras, pasajeras, sí, pero que, repetidas, no dejan de agriar la existencia común. Una cara siempre sonriente, una complacencia continua, eran el ideal femenino de Cristóbal.
No ignoraba cuánto disimulan, generalmente, su verdadera índole las muchachas casaderas. Por eso quería sorprender a la elegida por medio de uno de esos ardides inocentes, que a veces descubren, como a pesar suyo, el modo de ser auténtico de las personas. Y discurrió algo ingenioso y sencillísimo, que había de dar infalible resultado.
Empezaba Cristóbal por establecer, con la muchacha a quien se dirigía, no trato amoroso en la verdadera expresión de la palabra, sino una galante familiaridad. Al encontrarla en reuniones nocturnas o fiestas diurnas al aire libre, sentábase a su lado, charlaba con ella alegre y dulcemente, la embromaba, la preguntaba sus gustos, sus ideas, y unas veces con festiva contradicción y otras con afectación de simpatía y coincidencia de opiniones, iba tratando de ahondar en su espíritu. Y habiéndola ya explorado un poco, impensadamente cometía con ella una de esas torpezas involuntarias, propias de hombre: un pisotón en el traje, un tropezón con la garzota del peinado, que lo desbarataba por completo: algo, en fin, que pudiese provocar un arrebato instantáneo de enojo, en el cual se trasluciese la natural índole de la niña. Y siempre el arrebato se había producido súbito, violento.
Dominio público
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Publicado el 9 de mayo de 2021 por Edu Robsy.