Pilarito
Emilia Pardo Bazán
Cuento
Pilarito
Este diminutivo, castizo y salado, expresaba cariño y simpatía. Era equivalente a otros apodos —Mimí, Lulú, Fifí— por los cuales la sociedad conoce a sus flores animadas, a las vivientes rosas de sus arriates, a las cuales el tiempo ha de robar lozanías y perfumes, dejándoles, —¡oh, ironía!— el juvenil sobrenombre.
Yo la conocí en un balneario, el gran balneario gallego de Mondariz, que hervía en fiestas, preparando la de su Patrona, la Virgen del Carmen. Las tardes eran sosegadas y cálidas; las noches, de luna. Bajo el ingente arbolado del parque cruzaba ella, y su paso era como el del esquife ligero sobre agua tranquila. A gallardía nadie pudo ganarla. Cada día ostentaba nuevos atavíos; pero sencillos, propios de sus años, que no llegarían a dieciséis. Lo incomparable de la línea prestaba valor a unas galas hasta modestas, y también el instinto artístico que había presidido a su elección. Vistiese como vistiese, Pilarito era siempre «un cuadro», «una portada en colores», «un tipo de estudio».
Y como a objeto de arte la miraba yo. (Porque si me dejo llevar de mi inclinación, en el arte pienso). Inducía a la descripción aquella criatura. Especialmente el día de la Virgen.
Para acompañar a la Reina de los Ángeles todo el mujerío sacó el fondo del baúl. Hubo quien se colgó perlas y brillantes, y quien se cubrió de seda crujidora. Mantillas blancas no faltaron. Lo que faltó fueron ojos para mirar a nadie, excepto a Pilarito. Iba tocada con negras blondas, y bajo las castañuelas del encaje español había agrupado unas hortensias azules, cortadas a la frescura del atardecer, y que coronaban como un trozo de cielo su lisa frente. Su traje era color de arena, y sus pies jugaban con soltura en los zapatitos de tafilete, cuyas galgas dibujaban la forma airosa del tobillo. Tobillo de niña; propiamente de tobillera.
Dominio público
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Publicado el 9 de mayo de 2021 por Edu Robsy.