Vendeana
Emilia Pardo Bazán
Cuento
(De vieja raza).
A cada salto de la carreta en los baches de las calles enlodadas y
sucias, las sentencias a muerte se estremecían y cruzaban largas
miradas de infinito terror. Sí, preciso es confesarlo: las infelices
mujeres no querían que las degollasen. Aunque por entonces se ejercitaba
una especie de gimnasia estoica y se aprendía a sonreír y hasta lucir
el ingenio soltando agudezas frente a la guillotina, en esto, como en
todo, las provincias se quedaban atrasadas de moda, y los que
presentaban su cabeza al verdugo en aquella ciudad de Poitou no solían
hacerlo con el elegante desdén de los de la «hornada» parisiense.
Además, las víctimas hacinadas en la carreta no se contaban en el número
de las viriles amazonas del ejército de Lescure, ni habían galopado
trabuco en bandolera con las partidas del Gars y de Cathelineau.
Señoras pacíficas sorprendidas en sus castillos hereditarios por la
revolución y la guerra, briznas de paja arrebatadas por el torrente, no
se daban cuenta exacta de por qué era preciso beber tan amargo cáliz.
Ellas ¿qué habían hecho? Nacer en una clase social determinada. Ser
aristócratas, como se decía entonces. Nada más. Los cuatro cuarteles de
su escudo las empujaban al cadalso. No lo encontraban justo. No
comprendían. Eran «sospechosas», al decir del tribunal; «malas
patriotas». ¿Por qué? Ellas deseaban a su patria toda clase de bienes:
jamás habían conspirado. No entendían de política. ¡Y dentro de un
cuarto de hora…!
Dominio público
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Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.