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textos disponibles fecha: 11-07-2024


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El Árbol de la Ciencia

José Fernández Bremón


Cuento


I

Érase el mes de mayo, a la caída de la tarde, en un hermoso día.

Las muchachas salían a los balcones, las macetas ostentaban esas galas de la primavera con que pueden adornarse las plantas que vegetan a fuerza de cuidados, privadas de la atmósfera libre de los campos, sin espacio donde desarrollar sus raíces y sin jugos con que alimentarse.

Estaba el cielo sereno, si cielo puede llamarse lo que distingue el habitante de la corte por el tragaluz que forman los tejados.

No hacía viento.

Asomada en uno de los balcones de cierta calle había una joven, al parecer de dieciocho años, ocupada en arreglar una maceta; la bella jardinera examinaba con atención los botoncillos de la planta, sonriendo de satisfacción al contemplar su lozanía. Parecía decir con sus sonrisas: «Ésta es mi obra».

Y la planta impertérrita no esponjaba sus hojas, ni erguía sus ramas al contacto de aquellas manos blancas y suaves.

¡Qué ingratas son las plantas!

¿Será ficción la sensibilidad que les atribuyen los poetas bucólicos cuando se trata de las heroínas de sus versos?

¿Será la sensitiva entre los vegetales lo que entre nosotros una niña nerviosa?

¿Tendrán corazón las setas y pensarán las calabazas?

Sientan o no las plantas, como afirman algunos, la que era objeto de tales caricias no se daba por entendida.


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26 págs. / 46 minutos / 63 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Quintar los Muertos

José Fernández Bremón


Cuento


La conversación había llegado a su mayor grado de interés: mientras los diversos contertulios expusimos nuestros planes de gobierno, los debates habían sido lánguidos: unos en nombre de la religión, otros en el de la libertad, o de los intereses permanentes, todos queríamos mandar del mismo modo, es decir, imponiendo cada cual al país sus pensamientos. Pero desde que empezó a hablar don Pancracio, prestamos gran atención a su programa extravagante. En su Constitución la soberanía reside en la mujer, por tradición que empieza en Eva. En sus Cortes discutirán los diputados usando el alfabeto de los mudos, y sólo serán admitidos a votar leyes después de sufrir un examen riguroso. Recordamos entre sus derechos individuales el derecho al pan y al agua: sus presupuestos tenían la sencillez de la cuenta de la lavandera: y en lo tocante a quintas, dijo que sólo admitía la quinta de los muertos.

Esta última base de gobierno produjo gran extrañeza en la reunión. ¿Quería don Pancracio un ejército permanente de fantasmas? ¿Trataba de regularizar por medio de un reemplazo equitativo la desordenada leva de la muerte? ¿Pretendía disminuir administrativamente la mortalidad escandalosa de esta corte? Para quintar los muertos, ¿habría ideado tal vez diezmar los médicos?

—Señores, dejen ustedes de dar tormento a su fantasía —dijo don Pancracio con el orgullo de un reformador—. Mi proyecto es demagógico, como lo fue en otro tiempo la igualdad ante la ley; pero es justo: hoy pido la igualdad ante la muerte. ¿Qué dirían ustedes si para el servicio de las armas, que es una necesidad social, utilizáramos únicamente, cuando tuviesen edad, los niños de la Inclusa y del Hospicio, los pobres de los asilos y cuantos ingresan en los establecimientos oficiales de beneficencia, sin exigir ese tributo a los demás?

—Sería injusto —respondimos.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Los Bolsillos de los Muertos

José Fernández Bremón


Cuento


Pedro Chapa había sido conserje de un cementerio, y estaba rico: vivía retirado y habíamos adquirido mucha confianza. Todas las noches tomábamos juntos el café, y gustaba de narrarme, entre sorbo y sorbo, y taza tras taza, algunos episodios de su vida sepulcral, que así llamaba al período de tiempo que pasó siendo vecino de los muertos.

—Aquí inter nos —le pregunté una noche—, ¿ha violado usted muchas sepulturas?

Chapa respondió sonriéndose:

—Una sepultura es como una carta cerrada; pocos curiosos resisten a la tentación de abrir algunas, y soy algo curioso.

—La verdad es —le dije aparentando pocos escrúpulos para animarlo— que de nada aprovechan a los muertos las alhajillas con que les adornan.

—Está usted equivocado; ya no hay esa costumbre: puedo asegurarle a usted que en todos los cadáveres que he registrado no he hallado más alhaja que aquel reloj, olvidado sin duda en el bolsillo de un chaleco por no tener cadena.

Y Pedro descolgó de la relojera una saboneta de oro.

—Está parada —dije examinándola—; ¿por qué no le da usted cuerda?

—Es inútil: no anda.

—Llévela usted a un relojero.

—Sepa usted que este reloj ha recorrido las mejores relojerías de Madrid: todos los artífices me han dicho: «La máquina es muy buena: todas las piezas están completas y sin lesión, y sin embargo, el mecanismo no funciona. No sabemos en qué consiste».

—No he visto mayor anomalía...

—Yo sé en qué consiste: este reloj no está parado, sino muerto, y marca su última hora.

—¿Cree usted que esos objetos mueren?

—A todas las máquinas les llega su última enfermedad, que no tiene compostura. En fin, no pudiendo componer el reloj, lo colgué de este clavo, y aquí yace —dijo Chapa colocándolo en su sitio.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Mujer de Tres Caras

Narciso Segundo Mallea


Cuento


Vivían en una alegre casita (que hasta un jardineito tenía) tres ladrones, o más bien tres rateros, que coincidencias del oficio llevaron a vivir en estrecha comunidad.

No eran gente de pelo en pecho, ni eran ladrones "con fractura", ni de aquellos de "la bolsa o la vida", no; era gente que tomaba para sí lo ajeno sin dejar rastros de sangre y sin ocasionar mayores ayes.

Los tres eran jóvenes y llevaban a cabo sus hazañas en pueblos o ciudades de menor cuantía, donde la policía es lerda y bisoña. Convertido el producto del robo en dinero contante, volvían al punto de su residencia y entonces entregábanse al juego fullero. Si en el juego les iba bien, el robo se dejaba para otra oportunidad, quedando como un recurso supremo.

A poco de vivir en común, diéronse cuenta nuestros pajarracos de la necesidad que tenían de una criada que les guardara la casa en sus ausencias y que corriera con los quehaceres domésticos. Uno de ellos, Pérez (a) el "Zurdo", propuso para el objeto a una modista sin trabajo que él conocía por haber hecho vida con un amigo suyo.

—Es bonita?, dijo García (un hombręcillo de unos 24 años, cenceño, medio gibado), poniendo los ojos como balas.

—Bonita, no; —respondió el "Zurdo"—; pero simpática sí... Es una mujer de unos 45 años...

—Es vieja; hay que buscar otra, respondió García.

—No, dijo Ramírez. El amor hay que hacerlo fuera de casa. Que venga la modista.

Juana, que asi se llamaba la mujer propuesta por el "Zurdo", era uno de esos seres que nacen con una inquietud peligrosa en el alma. Desde niñera hasta modista (título como doctoral que había adoptado para el último tercio de su galantería) todo había sido, todo había hecho, menos vivir con ladrones. Fué por eso que aceptó gustosa el ir a la misteriosa casita, como escondida en las afueras de la gran metrópoli, en la seguridad de que pronto sería más que una doméstica.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Futuro Dictador

José Fernández Bremón


Cuento


Discutirán los oradores, gritarán hasta los mudos, se harán ridículos todos los sistemas de gobierno, y el órgano del entusiasmo desaparecerá del cerebro de los hombres. «¿Qué hemos hecho?», dirán todos cruzándose de brazos. Pero sólo comprenderán lo que han deshecho. Habrá ??? semanales y gobiernos por horas como los coches de alquiler. El poder será un columpio donde todos suban y bajen meciéndose por turno.

Pero un día pregonarán los ciegos esta Gaceta extraordinaria:


Los accionistas de la compañía anónima El ??? universal han decidido nombrar gerente perpetuo del país al opulento banquero don Próspero Fortuna. La compañía indemnizará a los agraviados: colocará en sus oficinas a todos los escritores que tengan buena letra: adelantará fondos a los hombres de palabra, repartiendo a ??? acción un dividendo: serán satisfechos los atrasos de las clases superiores y se mejorará el rancho de las tropas; sí, ciudadanos, nuestros soldados almorzarán café con leche.

La compañía iluminará por su cuenta la población, para que se vea mejor vuestra alegría.

Madrileños:

Las fiestas durarán tres días: id a los teatros: entrad en los cafés: pedid cubiertos en las fondas: paseaos en los coches de alquiler: tomad lo que se venda: todo está pagado. ¡Viva don Próspero Fortuna!


La Gaceta caerá en Madrid como una bomba. Oigamos a los periódicos de entonces. Fragmentos de un artículo doctrinal de La ???, periódico muy serio:


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Dios de las Batallas

José Fernández Bremón


Cuento


Ello era que algo habíamos de adorar, después de derribado el culto católico o de estar por lo menos arrinconado en ciertas conciencias retrógradas o en el oratorio de algunas viejas tenazmente devotas. La elección de dioses ofrecía muchas dificultades: unos opinaban que se adoptase la religión de Zoroastro, pero rechazaron el culto del fuego todas las compañías de seguros contra incendios. El buey Apis ofrecía la ventaja, para un año de hambre, de poder aparecerse en forma de roast beef a sus devotos; pero tenía el inconveniente esta divinidad de verse expuesta a la mayor de las irreverencias si alguna vez encontrase a la traílla de la plaza. Recordando que los pueblos habían doblado la rodilla ante ciertos vegetales, un cocinero francés propuso el culto de la trufa: su voz fue ahogada por los partidarios del tomate y la cebolla. Un tribuno desgreñado, amenazando al cielo con los puños, aseguró que el hombre debía adorarse a sí mismo: su teoría mereció la reprobación de las mujeres. En fin, buscando dioses nuevos, sucedió lo que sucede con las formas de los trajes y las formas de gobierno: volviose la vista al pasado y decidieron los hombres elegir tres divinidades en el Olimpo, dejando a la libertad individual la creación de los dioses menores y los héroes. He aquí los númenes que obtuvieron mayoría.

Marte: fue votado por todos los hombres, exceptuando los miembros del Congreso de la paz y algunos generales.

Venus: sólo tuvo una leve oposición por parte de las feas.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

La Loca del Barranco

Narciso Segundo Mallea


Cuento


En la orilla boscosa de un torrente que corría en un hondo barranco, vivió una mujer que llamaron "la loca".

Su historia es sencilla. Fué huérfana, y de pequeña siguió un rebaño que la amamantó como un corderillo. Más tarde, ya moza, vagó por las aldeas trastornando a los galanes con su belleza y desdén. Después huyó de las gentes y fuése a vivir en el olvido y el misterio.

Los trajinantes que trepaban o descendían por el camino de la ladera solían detener sus cabalgaduras al divisar allá abajo la figura extraña de la loca recogiendo leña para la lumbre o flores y frutas silvestres, o lavando alguna blanca tela en la mansa espuma que besaba sus pies. Nunea respondía a los requiebros o burlas punzantes que le llegaban desde lo alto. Seguía en su ocupación y sólo a veces lanzaba desde abajo el flechazo de una mirada salida de dos ventanas de cielo claro.

Un día un apuesto mozo quiso bajar a la gruta donde vivía la loca para renovarle de hinojos antiguos ruegos. De industria tuvo que valerse el empecinado para no arriesgar su vida en la empresa de ir hasta el fondo del barranco.

Cuando la loca lo vió echó a correr medrosa; él la siguió de cerca. Ella se doblaba como un junco, y de salto en salto salvaba los precipicios y obstáculos. Al fin el perseguidor llegó a tocarla por la espalda. Ella volvióse como un rayo, tomó dos piedras con sus manos de marfil, y, transfigurándose en una mujer de bronce, díjole:

—Si dais un paso os mato!... os mato!...

—Que yo os amé siempre...

—Yo no os amo... yo no amo a nadie.. Idos!..idos!.... idos!... dijo tres veces.

Vino tal hielo, tal terror al intruso, que dióse a la fuga y jamás pensó en renovar la aventura.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

En San Isidro

José Fernández Bremón


Cuento


Si san Isidro hubiese sido contemporáneo nuestro, la Sociedad Económica matritense le hubiera dado un premio a la virtud, de tres mil reales, creyendo cumplidos todos los deberes del mundo hacia aquel hombre modesto. ¿Somos mejores o peores que en tiempo de san Isidro? Los enemigos de los siglos pasados sostienen que había menos virtud entonces, toda vez que se la recompensaba elevando a un labrador a los altares: no se fijan en que la santidad es algo más de lo que entiended por virtud. Si hoy hubiera santos e hicieran milagros, los creeríamos buenos prestidigitadores y nada más. Esto no evita que nos hallemos dispuestos a creer en el prestidigitador que se anuncia con el pomposo nombre de magnetizador, o en ciertos fenómenos espiritistas.

—Es indudable que aquí hay algo extraordinario —dicen los más incrédulos, cuando ven a la sonámbula adivinar el pensamiento de un espectador.

Yo creo en los milagros y en lo maravilloso: el equilibrio de los mundos, nuestra existencia, nuestra muerte, todo tiene por base un punto nebuloso e inexplicable, al que en vano queremos volver la espalda para no llenar de tinieblas nuestro entendimiento. El empleado que despacha un expediente de roturaciones y deslindes; el comerciante que suma su libro mayor; el político que combina un ayuntamiento, sienten de pronto un aviso misterioso en forma de frialdad extraña, de temblor nervioso o de paralización de la sangre, que advierte ser indispensable dejar aquellas ocupaciones por otra en que no pensaba.

Es la muerte que antes de herirle le da unos golpecitos en el hombro.

Y por aquella imaginación despreocupada pasa una sombra formidable. La eternidad. No hay duda: el mando de lo sobrenatural, de lo incomprensible y de lo absurdo va a abrir sus puertas de par en par.

¿Por qué no hemos de creer en los milagros?


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Primer Sueño de un Niño

José Fernández Bremón


Cuento


I

Una gran movilidad en las cabezas de los muchachos, ciertos ademanes libres e irrespetuosos y murmullos demasiado perceptibles en la clase demostraban que la autoridad del maestro había sufrido algún eclipse, pero no total, porque las conversaciones se sostenían en voz baja, y los gestos y actitudes antiacadémicos no traspasaban ciertos límites. Era una insubordinación prudente, a que daba ocasión un hecho extraordinario.

En efecto, don Hipólito Ablativo, maestro de primeras letras y director de la escuela, había inclinado la cabeza sobre el pupitre y se había quedado dormido explicando por centésima vez a sus discípulos aquella gran inundación bíblica que cubrió de agua toda la Tierra.

No era don Hipólito un profesor vulgar: conocía los sistemas de enseñanza más modernos; pero su escasa dotación no le permitía instalar un jardín Fröbel. Un amigo le había remitido en otro tiempo una de esas cajas enciclopédicas, que explican a los niños las evoluciones de las primeras materias, hasta su última trasformación industrial; pero la mazorca de maíz, los granos de trigo y de arroz, en fin, los objetos más interesantes de la caja, habían sido devorados por los alumnos a quienes dejaba sin comer. El señor Ablativo practicaba en lo posible el método de hacer agradable la enseñanza a los muchachos, y con este objeto había obtenido del alcalde una autorización para restablecer en su escuela los azotes.

Las razones que expuso ante el Ayuntamiento para obtener aquel permiso eran poderosas:


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Manco Rodrigo

Narciso Segundo Mallea


Cuento


Rodrigo llegó a la estación de su pueblo al anochecer, con una cara de estudiada satisfacción. Pero estaba triste. El viaje sólo habíale servido para gastar sus únicos ahorros. Atravesó el andén por entre el ralo gentío y fuése a una fonda vecina.

No pudo conciliar el sueño. Pensaba en lo infructuoso del viaje... Si en vez de pasar dos meses en Buenos Aires en busca de trabajo se hubiera comprado un brazo de palo o de goma que rellenara esa manga hueca, loca, de su saco, que menoscababa su aspecto de mucamo criollo, bien parecido, respetuoso... señoril... El que había soñado siempre con un brazo artificial, de mano eternamente enguantada...

No le quedaba otro recurso que ir al otro día bien temprano a lo del señor Guzmán y rogarle le tomara otra vez. No había estado en su casa veinte años?... "Veinte años!" —exclamaba Rodrigo, y se revolvía en un ímpetu de energía.

Guzmán recibió al antiguo criado tomando el fresvo de la mañana en aquel día de diciembre, bajo el amplio corredor de la casa provinciana, arrellanado en su sillón de paralítico, al que le condenara un grave ataque apoplético.

Refirió Rodrigo a su patrón el viaje con sus peripecias y andanzas. Díjole que había presentado sus cartas de recomendación, pero que todo fué inútil. Se le dijo invariablemente que volviera, que esperara..y el tiempo pasó. El creía que su defecto físico fué el motivo principal de su falta de suerte. Concluyó por arrepentirse de haber dejado la casa donde tantos años sirviera y por pedir a Guzmán le ocupara nuevamente.

Pensó el paralítico unos instantes, y dijo a Rodrigo que lo hablaría con Fernanda (su mujer); que permaneciera en la fonda hasta que él le llamara.


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Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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