I
Mediaba la tarde cuando empezó á llover. La misma violencia inicial del
aguacero, engañó á los vecinos; creían todos que el chaparrón, como de
Mayo, amainaría pronto; pero no fué así, y la voz gradualmente más
fuerte y cercana del trueno, y ciertas nubes grises, semejantes á
columnas de humo, que velaban la crestería de los montes mayores,
aseguraron la persistencia del mal tiempo.
Es Puertopomares un lugarejo salmantino de seis mil habitantes, situado
en las ondulaciones menos ariscas de la fragosa sierra de Gredos.
Hállase enclavado sobre el lomo de un altozano estrecho y largo,
circuído por una breve campiña que, muy luego, arrepentida de su
humildad apacible, trepa veloz y ambiciosa por todos lados hasta ser
orgullosa montaña; y así el pueblo queda hundido en el centro de un
anfiteatro ciclópeo alrededor del cual los altos cerros coronados de
castañares, de alisos, de copudos tejos, de nogales y de chopos,
componen fabulosas graderías. En aquel escenario abrupto, puesto á cerca
de mil metros sobre el nivel del mar, los accidentes atmosféricos
tienen energía extraordinaria: las nevadas son terribles, el calor
asfixiante, las lluvias torrenciales y furiosas, y los vientos y el
trueno suscitan en las concavidades graníticas de la cordillera ululeos
y resonancias imponentes.
Y como la región, son sus habitantes: acaso un tanto imaginativos y
movedizos en sus ideas, determinaciones y afectos; pero, llegado el
caso, duros de voluntad, exaltados en sus deseos, en ofrecer y cumplir
lo ofrecido, generosos é hidalgos, y, finalmente, nobles, sufridos y
bravos, cual corresponde á la tradición, tantas veces centenaria, de la
ejemplar Castilla.
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