El Viejecito del «Heraldo»
Alejandro Larrubiera
Cuento
I
Aquella noche no oímos en la calle la voz para nosotros tan conocida del pobre viejecito del Heraldo.
—¿Qué le pasará? —nos preguntamos sorprendidos.
En los muchos años que llevaba trayéndonos el periódico no había faltado ni una sola noche.
¡Y eso que algunas eran bien crueles!
Ni la nieve ni la ventisca atemorizaban al viejo que, invariablemente, á las nueve y media, lo más tarde á las diez, dejaba oír su vocecita asmática, trémula, corriendo á lo largo de la calle:
—¡El Heraldooo!...
En la última sílaba encajaba una nota aguda, prolongada, que era como un trémolo lamentable.
Oíamosle subir la escalera todo lo más deprisa que le permitían sus cansadas piernas, resoplando fatigoso; tiraba del llamador, y al abrir la puerta destacábase en el pasillo su figura simpática y humilde: debía de tener mucho frío á pesar de la capa en que se envolvía: una capa pardusca que casi le llegaba á los muslos, con los embozos de paño deshilachados y grasientos; una bufanda de color indefinible rodeaba su cuello, y entre la bufanda y un sombrero hongo deformado, antiquísimo, que se le hundía hasta el cogote, veíasele la cara rugosa y escuálida, con el bigote canoso, encrespado, y en los ojillos una mirada de suprema melancolía.
Sonreíase siempre que entregaba el ejemplar del periódico, murmuraba un «hasta mañana» y se iba, resonando al poco tiempo en la calle su vocear trémulo, que se repetía dos ó tres veces, cada vez más débil para nosotros, hasta que concluíamos por sólo oír muy lejana la nota final, aguda y prolongada del pregón.
El no oír éste en aquella noche llegó á preocuparnos: en el azaroso trajín de la vida, había concluido por sernos á todos los de la familia muy simpático el viejecito del Heraldo.
Dominio público
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Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.