Textos más descargados disponibles publicados el 28 de marzo de 2020 | pág. 2

Mostrando 11 a 17 de 17 textos encontrados.


Buscador de títulos

textos disponibles fecha: 28-03-2020


12

La Fuga

Julia de Asensi


Cuento


La casa era espaciosa, con la fachada pintada de azul; se componía de tres pisos, tenía dos puertas y muchas ventanas, algunas con reja. Una torre con una cruz indicaba dónde se hallaba la capilla. Rodeaba el edificio un extenso jardín, no muy bien cuidado, con elevados árboles, cuyas ramas se enlazaban entre sí formando caprichosos arcos, algunas flores de fácil cultivo y una fuente con una estatua mutilada.

Una puerta de hierro daba a una calle de regular apariencia; otra pequeña, bastante vieja y que no se abría casi nunca, al campo. Este presentaba en aquella estación, a mediados de la primavera, un bello aspecto con sus verdes espigas, sus encendidas amapolas y sus Poéticas margaritas.

¿Se celebraba alguna fiesta en aquella morada? Un gallardo joven tocaba la guitarra con bastante gracia y de vez en cuando entonaba una dulce canción. Al compás de la música bailaban dos alegres parejas, mientras un caballero las contemplaba sonriendo, como recordando alguna época no muy lejana en que se hubiera entregado a esas gratas expansiones.

Un anciano de venerable aspecto, el jefe sin duda de aquella numerosa familia, se paseaba melancólicamente en compañía de un hombre de menos edad, y algunos otros se encontraban sentados en bancos de piedra o sillas rústicas, hablando animadamente.

Lejos del bullicio, sola, triste, contemplando las flores de un rosal, se veía a una joven de incomparable hermosura, vestida de blanco. Era tal su inmovilidad, que de lejos parecía una estatua de mármol.

Tenía el cabello rubio, los ojos negros; era blanca, pálida, con perfectas facciones, manos delicadas, pies de niña.

¿Estaba contando sus penas a las rosas? ¿Vivía tan aislada que no tenía a quién referir la causa de su dolor?

Más de un cuarto de hora permaneció en el mismo sitio y en la misma postura, hasta que la sacó de su ensimismamiento un bello joven que se aproximó cautelosamente a ella.


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 10 minutos / 449 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

El Vals de Fausto

Julia de Asensi


Cuento


El vals del Fausto Manuel, Luis y Alberto habían estudiado juntos en Madrid; el primero había seguido la carrera de médico y los dos últimos la de abogado. Poco más o menos los tres tenían la misma edad, y las circunstancias habían hecho que, terminados sus estudios casi al propio tiempo, se hubiesen separado en seguida para habitar distintas poblaciones. Manuel había partido para Barcelona, Luis para Sevilla, Alberto para un pobre lugar de Extremadura. Todos prometieron escribirse y lo cumplieron durante algunos años, siendo el primero que faltó a lo convenido el joven Alberto, del que ni Manuel ni Luis pudieron obtener noticia ninguna, a pesar de sus continuas cartas que, dirigidas a su antiguo compañero, no tuvieron contestación por espacio de un año.

Llegado el mes de Diciembre, Luis y Manuel decidieron pasar juntos las Pascuas en Madrid, habitando la misma fonda, en la que hicieron a un amigo suyo que les encargase dos buenos cuartos. Ambos entraron en la corte el día 24; se abrazaron con efusión, se contaron lo que no habían podido escribirse, reanudaron sus paseos, frecuentaron los cafés y los teatros, viendo las funciones más notables, alabaron las mejoras introducidas en la capital, comieron en los principales hoteles, se presentaron sus nuevos conocidos y así se pasó una semana. Al cabo de ella, el 1.º de Enero, Luis y Manuel, yendo por el Retiro no vieron al pronto que un joven de hermosa presencia, de fisonomía pálida y melancólica y de elevada estatura, los observaba atentamente; Luis fue el primero que lo advirtió y fijó sus ojos con asombro en el caballero.

—Juraría que es Alberto —murmuró.

—¿Dónde está? —preguntó Manuel.

—Allí, enfrente de nosotros; no es posible que dejes de verle porque se halla solo.

—Es cierto —dijo el médico—; aunque está bastante cambiado es nuestro amigo, le reconozco. ¡Parece que sufre!

—¿Quieres que vayamos en su busca?


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 351 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Sor María

Julia de Asensi


Cuento


Casado Bernardo, ¿qué le importaba a ella el mundo ya? Había sido el compañero de su infancia, el que había enjugado sus primeras lágrimas, producido su sonrisa primera y recogido el primer suspiro que exhaló su pecho virginal. Ella le había amado con toda su alma, con todo el entusiasmo de la primera juventud.

¿Cómo él no la había correspondido? Blanca tenía algunos años menos que él; aún era niña cuando Bernardo era hombre; una mujer malvada y astuta conquistó el corazón del joven y logró ser conducida al pie de los altares, donde fueron unidos en eterno lazo.

Blanca buscó un consuelo en la religión; no había en la tierra remedio a su pesar y volvió los ojos al cielo. En la ciudad donde habitaba se elevaba un sombrío convento, de altos muros, fuertes rejas y espesas celosías, y allí se encerró la infortunada niña, sin ver las lágrimas de su madre, ni atender a los consejos de su padre, ni escuchar los ruegos de sus amigos.

El día en que fue llevada al templo, vio a Bernardo en el camino. Él la miró con una indefinible expresión, y Blanca creyó adivinar que el hombre a quien tanto quería no debía ser feliz.

Acaso si Blanca no hubiese ido en carruaje, él la hubiera detenido, dirigiéndole la palabra, quién sabe si le hubiera pedido perdón por su conducta, porque Bernardo era culpable, había adivinado el amor de Blanca, lo había alentado con vanas esperanzas, abandonándola sin remordimientos después.

La niña trocó sus galas por el severo traje religioso; la novicia, sin libertad de palabra ni de acción, empezó la vida de convento resignada y acaso indiferente; martirizó su cuerpo con ayunos y penitencias, y pasó casi todas las horas dedicada a las oraciones.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 101 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Las Estaciones

Julia de Asensi


Cuento infantil


Parte 1. La primavera

Todos los años, a poco de empezar la primavera, hacía su primera visita al pueblo que le vio nacer y en el que tenía hermosas fincas y extensas tierras de labranza don Mario Peñalver, al que retenían numerosas ocupaciones en la capital de España que abandonaba únicamente para cobrar cada tres meses las rentas que le debían sus colonos, introducir algunas mejoras en sus posesiones y descansar, aunque fuera por breve tiempo, de la agitada vida madrileña. Tenía en el lugar como administrador a un sobrino suyo, hombre probo y sencillo que, nacido y criado en el campo, podía y sabía ocuparse con más acierto que su propio dueño de aquellas vastas tierras, secundado por numerosos jornaleros.

Era casado y padre de dos preciosos niños ambos ahijados de don Mario y que llevaban en memoria de antepasados de éste, los nombres de Mercedes y Rafael. Vivían en una bonita casa de campo rodeada de un gran jardín y a ella iba a parar el anciano tío cuando se detenía en el pueblo, ocupando sus principales habitaciones.

Siempre era un día de fiesta para la familia aquel en que llegaba el querido padrino de los niños, y en aquella estación la naturaleza se unía a ellos para festejarle. Estaban las calles de lilas llenas de aromáticas flores, en flor también los almendros, los otros árboles luciendo sus hojas de esmeralda y ostentando las acacias sus blancos racimos. Las rosas de diversas clases y diferentes matices, perfumaban el ambiente, cantaban los pájaros, revoloteaban las mariposas y zumbaban los insectos. El sol iluminaba con sus rayos de oro la escena, el cielo estaba azul y despejado y una brisa suave mecía las plantas en sus tallos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
74 págs. / 2 horas, 10 minutos / 116 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

El Monaguillo

Julia de Asensi


Cuento infantil


I

El pueblo aquel era de tan escasa importancia que sólo conocían su nombre sus habitantes y algunos de los que vivían en los lugares más cercanos. Tenía una plaza grande, pocas calles, cortas y estrechas, un paseo con dos docenas de árboles y una fuente, un convento ruinoso y una iglesia. Ésta era bastante espaciosa, con columnas de piedra, ventanas con cristales de colores, rotos los unos y sucios los otros, varios altares con imágenes de escaso mérito, lámparas de cristal o de metal dorado, cuatro arañas antiguas, floreros adornados con rosas y azucenas hechas por manos más piadosas que hábiles y algunos bancos de madera que ocupaban los días festivos las mujeres y los niños, porque eran contados los hombres que iban a oír misa en aquel lugar.

El retablo del altar mayor, medio borrado ya por la acción del tiempo, representaba la Anunciación y casi lo ocultaba una Virgen de talla, con el niño Jesús en los brazos, que tenía delante. Llevaba la imagen una corona de plata sobre sus negros cabellos e iba vestida con una túnica azul y un manto encarnado, obra todo de un escultor notable, aunque de nombre desconocido. El rostro de la Virgen era muy bello, lleno de dulzura y mansedumbre. Miraban sus hermosos ojos al divino infante y algunos ángeles estaban a los pies del grupo del que eran ornato y complemento.

A los dos lados del altar había muchos exvotos de cera, y sobre él dos candelabros y algunos jarrones y vasos con flores naturales. En aquella iglesia había poco culto; una misa a las seis y otra a las nueve, una función solemne a mediados de mayo en que se celebraba la fiesta principal del pueblo y una novena los días anteriores costeada por las devotas del lugar, sin sermón y sin música.


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 138 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Cosme y Damián

Julia de Asensi


Cuento


Ambos habían nacido el mismo día en un pueblo de los más pobres de la Coruña. Sus padres eran parientes lejanos, y cada cual tenía ya, al venir los muchachos al mundo, seis o siete chiquillos, que vivían mal alimentados y casi desnudos junto a las vacas que constituían toda la fortuna de aquellas familias.

Les pusieron por nombres, al uno Cosme y al otro Damián.

Los niños fueron buenos amigos desde sus primeros años, a pesar de la diferencia de gustos y de caracteres. Cosme era activo, amante del estudio, inteligente; y Damián, por el contrario, perezoso, torpe y de escaso talento. Los dos sacaban las vacas a pastar en el campo, y mientras Damián, echado en la hierba, procuraba dormir o no hacer nada, Cosme deletreaba en cualquier papel o libro viejo que buscaba sin que nadie supiera cómo, y en el que estudiaba solo, pues sus padres no le mandaban a la escuela, yendo únicamente el hermano mayor.

El tiempo pasó así para los dos chicos, hasta que un día sus familias decidieron que salieran del pueblo en busca de trabajo, muy escaso allí.

—¿Y dónde iremos? —preguntó Damián.

—Donde haya en qué ganar un pedazo de pan —le dijo su padre.

—¿Iremos juntos? —interrogó Cosme.

—Como queráis —les contestaron.

Los dos niños se despidieron de sus respectivas familias y partieron sin llevar más equipaje que un poco de ropa vieja atada en la punta de un palo, algunas monedas, escasas y de corto valor, y un escapulario que les puso la abuela de Cosme.

Damián caminaba triste y silencioso; su compañero iba más animado, contemplando con placer, ya la verde campiña que cruzaban, ya el cristalino río o el arroyo donde mitigaban su sed, o los altos campanarios y las casitas blancas de los pueblos.

Damián se cansaba pronto de andar, y tenían que detenerse a menudo, lo que no era del agrado de Cosme, que deseaba verse en alguna población de más importancia.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 118 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

Brisas de Primavera

Julia de Asensi


Cuentos infantiles, Colección


El retrato vivo

¡Pobres mujeres y pobres niños! Ancianos y jóvenes habían formado un valeroso ejército para combatir al enemigo que había venido a sitiarlos a los mejores de sus pueblos y, no habiendo logrado vencer, habían perecido casi todos. Los pocos que vivían, hechos prisioneros, no podían ser ya el sostén de la madre, de la esposa y de los tiernos hijos. El vencedor, no contento con este triunfo, había dado orden de salir de aquella tierra a tan débiles seres.

Recogieron sus ropas y todo cuanto era fácil llevar sobre sí y que no tenía valor material alguno, y llorando los unos, suspirando los otros, y sin comprender lo que perdían los más, se alejaron despacio de sus hogares, en los que meses antes fueran tan felices.

Ya a larga distancia de su patria, los tristes emigrantes se detuvieron para descansar y también para tomar una resolución para lo porvenir.

Los que tenían familia en otras poblaciones pensaban buscar su protección; los que no, decidían, las jóvenes madres trabajar para sus hijos, las muchachas servir en casas acomodadas, los niños aprender cualquier oficio fácil, las viejas mendigar.

Pero había entre aquellos seres un niño de nueve años, que no tenía madre ni hermanos, que antes vivía solo con su padre y, después de muerto este en la pelea, quedaba abandonado en el mundo.

Se acercó a una antigua vecina suya implorando su protección.

—Nada puedo hacer por ti, Gustavo, le dijo ella, harto tendré que pensar para buscar los medios de mantener a mis dos niñas.

—Cada cual se arregle como pueda, repuso otra; no faltará en cualquier país quien te tome a su servicio, aunque sólo sea para guardar el ganado.

—Para eso llevo yo tres hijos —añadió otra mujer—; primero son ellos que Gustavo.


Leer / Descargar texto

Dominio público
77 págs. / 2 horas, 15 minutos / 256 visitas.

Publicado el 28 de marzo de 2020 por Edu Robsy.

12