Justicia Humana
Javier de Viana
Cuento
Al Dr. Victoriano Martínez.
Ya no se veía más que un pedacito de sol,—como un trapo rojo
colgado en las crestas agudas de la serranía de occidente,—cuando don
Panta, echando la caldera sobre el rescoldo y el mate al lado, apoyando
en el pico de aquella la bombilla de éste, ordenó al decir:
—Vamos p'adentro, qu'el día está desensillando.
Cruzaron el patio, entre ortigas, malvabiscos, vértebras y canillas de carnero; y tras un puntapié dado al perro que dormitaba junto a la puerta y que salió gritando y rengueando, patrón y huéspedes entraron en el comedor de la estancia.
Los tres invitados rodearon la mesa y permanecieron de pie, el sombrero en la mano, los brazos caídos inmóviles.
En eso entró la patrona, una china adiposa y petiza que andaba con un pesado balanceo de pata vieja. La saludaron; los gauchos pidieron permiso para quitarse los ponchos y las armas; se sentaron; la peona trajo el hervido; cenaron. Durante la comida, la patrona se mostró disgustada, y no era para menos ¡no había podido entablar una conversación! Primero habló de la mujer del pulpero López, que era una gallega sucia, y los invitados respondieron a coro:
—Sí, señora.
Luego dijo que las hijas de don Camilo se echaban harina en la cara, no teniendo para comprar polvos y reventaban pitangas para darse colorete; y los gauchos tragando a prisa un bocado, atestiguaron diciendo:
—Sí, señora.
Después manifestó la mala opinión que tenía de la esposa del vecino Lucas; su indignación por la haraganería de las hermanas Gutiérrez; la repugnancia que le causaba la mujer de Fagúndez y el asco que sentía por la barragana del comisario. Y los invitados mascando, mascando, respondían siempre:
—Sí, señora.
Dominio público
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Publicado el 31 de agosto de 2022 por Edu Robsy.