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Las Aventuras del Barón de Münchhausen

Gottfried August Bürger


Novela


I. Viaje a Rusia y a San Petersburgo

Emprendí mi viaje a Rusia en medio del invierno, habiendo hecho el juicioso raciocinio de que los caminos del norte de Alemania, de Polonia, de Curlandia y de Livonia, que, según las descripciones de los viajeros, son más impracticables aún que el camino del templo de la virtud, se mejoran con el frío y la nieve, sin costar nada a la solicitud de los gobiernos.

Viajaba a caballo, lo que seguramente es el mejor modo de transporte, siempre que el caballo y el caballero sean buenos: de este modo no se expone uno a tener cuestiones de honor con algún digno maestro de postas alemán, ni está obligado a detenerse en cada venta a voluntad de un postillón sediento. Iba ligeramente vestido, lo que sentía más y más a medida que adelantaba hacia el nordeste.

Figuraos ahora en medio de un tiempo crudo y bajo un duro clima, a un pobre anciano que yacía en la desolada orilla de un camino de Polonia, expuesto a un viento glacial y teniendo apenas con qué cubrir su desnudez.

El aspecto de aquel pobre hombre me afligió profundamente, y aunque hacía un frío para helarme el corazón en el pecho, le arrojé mi capa. Al mismo instante resonó en el cielo una voz, y alabando mi misericordia, me gritó: «Lléveme el diablo, hijo mío, si esta buena acción queda sin recompensa.»

Continué mi viaje hasta que la noche y las tinieblas me sorprendieron. Ninguna señal ni ruido me indicaban la presencia de un pueblo: todo el país estaba sepultado bajo la nieve, y yo no sabía el camino.


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Dominio público
80 págs. / 2 horas, 20 minutos / 385 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2023 por Edu Robsy.

Enterrado Vivo

Edgar Allan Poe


Cuento


Hay hechos, cuyo relato despierta vivísimo interés, y que son demasiado horribles para servir de asunto en la novela. Ningún novelista podría echar mano de ellos, sin grave peligro de disgustar y hasta de hacer daño al lector. Para que puedan aceptarse asuntos semejantes, es indispensable que se presenten con el severo traje de la verdad histórica. Estremece la lectura de los pormenores del paso del Beresina, del terremoto de Lisboa, de la epidemia de Londres, del degüello del día de San Bartolomé, ó de la asfixia de los ingleses prisioneros en el Blackhole de Calcuta; pero son los hechos, la realidad y en una palabra, la historiado que nos conmueve. Si relatos tales fuesen únicamente parto de la imaginación, no engendrarían más sentimiento que el del horror.

He citado unas cuantas de las más terribles y célebres calamidades que la historia consigna; pero lo que más hiere nuestra imaginación, es la magnitud y naturaleza de esas calamidades. Contemplo inútil advertir que mi trabajo pudiera reducirlo únicamente a escoger entre el inmenso catálogo de las miserias humanas, casos aislados de un dolor cualquiera, más material y más individual, que el que surge de la generalidad de esos desastres gigantescos.

Efectivamente, el verdadero dolor, el límite del sufrimiento, no es general, sino particular; y debemos dar gracias a Dios, que en su bondad no permitió que semejante exceso de agonía lo sufriese el hombre-masa ó colectivo, sino el hombre-unidad ó individual.


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Dominio público
15 págs. / 26 minutos / 3.526 visitas.

Publicado el 30 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.

Tradiciones en Salsa Verde

Ricardo Palma


Cuentos, Colección


La pinga del Libertador

Tan dado era Don Simón Bolívar a singularizarse, que hasta su interjección de cuartel era distinta de la que empleaban los demás militares de su época. Donde un español o un americano habrían dicho: ¡Vaya usted al carajo!, Bolívar decía: ¡Vaya usted a la pinga.

Histórico es que cuando en la batalla de Junín, ganada al principio por la caballería realista que puso en fuga a la colombiana, se cambió la tortilla, gracias a la oportuna carga de un regimiento peruano, varios jinetes pasaron cerca del General y, acaso por halagar su colombianismo, gritaron: ¡Vivan los lanceros de Colombia! Bolivar, que había presenciado las peripecias todas del combate, contestó, dominado por justiciero impulso: ¡La pinga! ¡Vivan los lanceros del Perú!

Desde entonces fue popular interjección esta frase: ¡La pinga del Libertador!

Este párrafo lo escribo para lectores del siglo XX, pues tengo por seguro que la obscena interjección morirá junto con el último nieto de los soldados de la Independencia, como desaparecerá también la proclama que el general Lara dirigió a su división al romperse los fuegos en el campo de Ayacucho: "¡Zambos del carajo! Al frente están esos puñeteros españoles. El que aquí manda la batalla es Antonio José de Sucre, que, como saben ustedes, no es ningún pendejo de junto al culo, con que así, fruncir los cojones y a ellos".


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Dominio público
20 págs. / 35 minutos / 5.323 visitas.

Publicado el 4 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

Lisístrata

Aristófanes


Teatro, comedia


Noticia preliminar

Lisístrata, como quien dice Pacífica, pues la etimología de esta palabra hace pensar en el licenciamiento de las tropas, es un nombre muy adecuado a la protagonista de una comedia cuyo objeto, como el de Los Acarnienses, Las Aves y La Paz, es apartar a los atenienses de una guerra interminable y desastrosa.

Lisístrata, esposa de uno de los ciudadanos más influyentes de Atenas, harta de los males de la guerra que afligen a su patria, y viendo el ningún interés que el pueblo manifiesta por terminarlos, decídese a hacerlo por sí misma, reuniendo al efecto a las mujeres de su país y de los demás pueblos beligerantes, y comprometiéndolas solemnemente a abstenerse de todo trato con sus maridos mientras estos no estipulen la deseada paz. Al mismo tiempo que se pacta esta resistencia pasiva, otras mujeres se apoderan de la ciudadela y se hacen cargo del tesoro en ella custodiado, persuadidas de que la falta de recursos contribuirá no menos que los estímulos del amor, a la pacificación de Grecia. En efecto, el miedo de perder su salario de jueces trae pronto a las puertas de la ciudadela una turba de viejos animados de proyectos incendiarios, que son rechazados mediante un diluvio de agua y otro de desvergüenzas, que las sitiadas y el refuerzo de otra legión mujeril arrojan sin consideración sobre todos ellos.

Un magistrado que acude después es también víctima del descoco femenino, y ve arrollados y sopapeados por la nata y flor de las verduleras atenienses a todos los arqueros de su guardia.

No obstante este triunfo, la situación va haciéndose insostenible dentro y fuera de la ciudadela. A Lisístrata le cuesta un trabajo infinito evitar la deserción de sus soldados, que inventan mil pretextos especiosos para volver a sus casas; mientras los hombres no aciertan a vivir más tiempo separados de sus mujeres.


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 1.006 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

La Araña Negra

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


Libro Primero

Prólogo

I

—No es ésta la mejor hora para hacer visitas. En este colegio se guardan muy bien las reglas, señor; no sé si la madre directora podrá recibirle pero a pesar de esto preguntaré.

Y el hermano Andrés, al decir estas palabras, se llevaba indolentemente una mano a su puntiagudo y mugriento gorro de seda, como queriendo medir con justo patrón un saludo que no fuera descortés, pero tampoco amable; uno de esos saludos que se guardan para las personas misteriosas que no se sabe de dónde vienen ni lo que quieren. Y sonreía con la expresión de un cancerbero, abriendo aquella bocaza frailuna, oscura, maloliente, de profundidad interminable y adornada en su entrada con tres dientes gastados, retorcidos y amarillentos como las fichas de un dominó de café.


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Dominio público
1.583 págs. / 1 día, 22 horas, 10 minutos / 1.630 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Juan Sin Miedo

Hermanos Grimm


Cuento infantil


Érase un padre que tenía dos hijos, el mayor de los cuales era listo y despierto, muy despabilado y capaz de salir con bien de todas las cosas. El menor, en cambio, era un verdadero zoquete, incapaz de comprender ni aprender nada, y cuando la gente lo veía, no podía por menos de exclamar: «¡Este sí que va a ser la cruz de su padre!». Para todas las faenas había que acudir al mayor; no obstante, cuando se trataba de salir, ya anochecido, a buscar alguna cosa, y había que pasar por las cercanías del cementerio o de otro lugar tenebroso y lúgubre, el mozo solía resistirse:

—No, padre, no puedo ir. ¡Me da mucho miedo!

Pues, en efecto, era miedoso.

En las veladas, cuando, reunidos todos en torno a la lumbre, alguien contaba uno de esos cuentos que ponen carne de gallina, los oyentes solían exclamar: «¡Oh, qué miedo!». El hijo menor, sentado en un rincón, escuchaba aquellas exclamaciones sin acertar a comprender su significado.

—Siempre están diciendo: «¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo!». Pues yo no lo tengo. Debe ser alguna habilidad de la que yo no entiendo nada.

Un buen día le dijo su padre:

—Oye, tú, del rincón: Ya eres mayor y robusto. Es hora de que aprendas también alguna cosa con que ganarte el pan. Mira cómo tu hermano se esfuerza; en cambio, contigo todo es inútil, como si machacaras hierro frío.

—Tienes razón, padre —respondió el muchacho—. Yo también tengo ganas de aprender algo. Si no te parece mal, me gustaría aprender a tener miedo; de esto no sé ni pizca.

El mayor se echó a reír al escuchar aquellas palabras, y pensó para sí: «¡Santo Dios, y qué bobo es mi hermano! En su vida saldrá de él nada bueno. Pronto se ve por dónde tira cada uno». El padre se limitó a suspirar y a responderle:

—Día vendrá en que sepas lo que es el miedo, pero con esto no vas a ganarte el sustento.


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11 págs. / 19 minutos / 2.834 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Confesiones

San Agustín


Religión


Libro I

Capítulo I

1. Grande eres, Señor, e inmensamente digno de alabanza; grande es tu poder y tu inteligencia no tiene límites. Y ahora hay aquí un hombre que te quiere alabar. Un hombre que es parte de tu creación y que, como todos, lleva siempre consigo por todas partes su mortalidad y el testimonio de su pecado, el testimonio de que tú siempre te resistes a la sobrebia humana. así pues, no obstante su miseria, ese hombre te quiere alabar. Y tú lo estimulas para que encuentre deleite en tu alabanza; nps creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti.

Y ahora, Señor, concédeme saber qué es primero: si invocarte o alabarte; o si antes de invocarte es todavía preciso conocerte.

2. Pues, ¿quién te podría invocar cuando no te conoce? Si no te conoce bien podría invocar a alguien que no eres tú.

¿O será, acaso, que nadie te puede conocer si no te invoca primero? Mas por otra parte: ¿Cómo te podría invocar quien todavía no cree en ti; y cómo podría creer en ti si nadie te predica?

Alabarán al Señor quienes lo buscan; pues si lo buscan lo habrán de encontrar; y si lo encuentran lo habrán de alabar.

Haz pues, Señor, que yo te busque y te invoque; y que te invoque creyendo en ti, pues ya he escuchado tu predicación. Te invoca mi fe. Esa fe que tú me has dado, que infundiste en mi alma por la humanidad de tu Hijo, por el ministerio de aquel que tú nos enviaste para que nos hablara de ti.

Capítulo II

1. ¿Y cómo habré de invocar a mi Dios y Señor? Porque si lo invoco será ciertamente para que venga a mí. Pero, ¿qué lugar hay en mí para que a mí venga Dios, ese Dios que hizo el cielo y la tierra? ¡Señor santo! ¿Cómo es posible que haya en mí algo capaz de ti? Porque a ti no pueden contenerte ni el cielo ni la tierra que tú creaste, y yo en ella me encuentro, porque en ella me creaste.


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Dominio público
146 págs. / 4 horas, 17 minutos / 2.303 visitas.

Publicado el 28 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Las Aventuras de Tom Sawyer

Mark Twain


Novela


I

—¡Tom!

Silencio.

—¡Tom!

Silencio.

—¡Dónde andará metido ese chico!... ¡Tom!

La anciana se bajó los anteojos y miró, por encima, alrededor del cuarto; después se los subió a la frente y miró por debajo. Rara vez o nunca miraba a través de los cristales a cosa de tan poca importancia como un chiquillo: eran aquéllos los lentes de ceremonia, su mayor orgullo, construidos por ornato antes que para servicio, y no hubiera visto mejor mirando a través de un par de mantas. Se quedó un instante perpleja y dijo, no con cólera, pero lo bastante alto para que la oyeran los muebles:

—Bueno; pues te aseguro que si te echo mano te voy a...

No terminó la frase, porque antes se agachó dando estocadas con la escoba por debajo de la cama; así es que necesitaba todo su aliento para puntuar los escobazos con resoplidos. Lo único que consiguió desenterrar fue el gato.

—¡No se ha visto cosa igual que ese muchacho!

Fue hasta la puerta y se detuvo allí, recorriendo con la mirada las plantas de tomate y las hierbas silvestres que constituían el jardín. Ni sombra de Tom. Alzó, pues, la voz a un ángulo de puntería calculado para larga distancia y gritó:

—¡Tú! ¡Toooom!

Oyó tras de ella un ligero ruido y se volvió a punto para atrapar a un muchacho por el borde de la chaqueta y detener su vuelo.

—¡Ya estás! ¡Que no se me haya ocurrido pensar en esa despensa!... ¿Qué estabas haciendo ahí?

—Nada.

—¿Nada? Mírate esas manos, mírate esa boca... ¿Qué es eso pegajoso?

—No lo sé, tía.

—Bueno; pues yo sí lo sé. Es dulce, eso es. Mil veces te he dicho que como no dejes en paz ese dulce te voy a despellejar vivo. Dame esa vara.

La vara se cernió en el aire. Aquello tomaba mal cariz.

—¡Dios mío! ¡Mire lo que tiene detrás, tía!


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Dominio público
228 págs. / 6 horas, 40 minutos / 2.275 visitas.

Publicado el 16 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Fuerza de la Sangre

Miguel de Cervantes Saavedra


Novela corta


Una noche de las calurosas del verano, volvían de recrearse del río en Toledo un anciano hidalgo con su mujer, un niño pequeño, una hija de edad de diez y seis años y una criada. La noche era clara; la hora, las once; el camino, solo, y el paso, tardo, por no pagar con cansancio la pensión que traen consigo las holguras que en el río o en la vega se toman en Toledo.

Con la seguridad que promete la mucha justicia y bien inclinada gente de aquella ciudad, venía el buen hidalgo con su honrada familia, lejos de pensar en desastre que sucederles pudiese. Pero, como las más de las desdichas que vienen no se piensan, contra todo su pensamiento, les sucedió una que les turbó la holgura y les dio que llorar muchos años.

Hasta veinte y dos tendría un caballero de aquella ciudad a quien la riqueza, la sangre ilustre, la inclinación torcida, la libertad demasiada y las compañías libres, le hacían hacer cosas y tener atrevimientos que desdecían de su calidad y le daban renombre de atrevido. Este caballero, pues (que por ahora, por buenos respectos, encubriendo su nombre, le llamaremos con el de Rodolfo), con otros cuatro amigos suyos, todos mozos, todos alegres y todos insolentes, bajaba por la misma cuesta que el hidalgo subía.


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23 págs. / 41 minutos / 1.571 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Fedón

Platón


Diálogo, Filosofía


Interlocutores

ECHECRATES.
FEDÓN.
SÓCRATES.
APOLODOROS.
CEBES.
SIMMIAS.
CRITÓN.
FEDÓN.
XANTIPA, esposa de Sócrates.
SIRVIENTE DE LOS ONCE.

Diálogo

ECHECRATES.— Dime, Fedón, ¿estuviste tú mismo con Sócrates cuando en la prisión bebió la cicuta, o lo que sabes de sus últimas horas te lo refirió alguien?

FEDÓN.— Estuve yo mismo.

ECHECRATES.— ¿Qué dijo Sócrates antes de morir y cómo murió? Me agradaría saberlo, porque no hay hoy día un fliasio que esté en relación con Atenas y desde hace mucho tiempo no ha venido nadie de Atenas que nos haya podido dar más informes de este asunto sino que Sócrates murió después de beber la cicuta. Más, no hemos sabido.

FEDÓN.— ¿Entonces ignoras cómo instruyeron su proceso?

ECHECRATES.— Esto sí; alguien nos dijo, y nos extrañamos mucho, que Sócrates no murió hasta mucho tiempo después de pronunciada la sentencia. ¿A qué se debió esto, Fedón?

FEDÓN.— A una casualidad: la víspera del juicio habían coronado la popa de la embarcación que los atenienses envían todos los años a Delos.

ECHECRATES.— ¿Qué barco es ése?


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Dominio público
84 págs. / 2 horas, 27 minutos / 1.667 visitas.

Publicado el 13 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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