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El Gato Negro

Edgar Allan Poe


Cuento


NO espero ni solicito fe para la narración tan sencilla como extravagante que está a punto de brotar de mi pluma. Locura sería en verdad el esperarlo, pues que mis propios sentidos rechazan su evidencia. Sin embargo, no estoy loco, ni estoy soñando, de seguro. Mas debo morir mañana y quiero hoy aligerar el peso de mi alma. Mi propósito inmediato es presentar llana y sucintamente a los ojos del lector, sin comentario de ninguna clase, una serie de simples acontecimientos domésticos. En sus consecuencias, estos acontecimientos me han aterrorizado, me han torturado, me han deshecho. A pesar de todo, no trataré de interpretarlos. Para mí sólo han representado el Horror; para muchos otros serán quizá no tanto terribles como baroques. Es posible que se encuentre después algún entendimiento que reduzca mi fantasma a los límites de lo vulgar; algún entendimiento más sereno, más lógico y mucho menos excitable que el mío, capaz de percibir en las circunstancias que expreso lleno de pavor, simplemente la sucesión ordinaria de las causas y efectos más naturales.


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Dominio público
11 págs. / 20 minutos / 14.212 visitas.

Publicado el 24 de abril de 2016 por Edu Robsy.

El Sueño de una Noche de Verano

William Shakespeare


Teatro, Comedia


DRAMATIS PERSONAE

TESEO, duque de Atenas.

EGEO, padre de Hermia.

LISANDRO y DEMETRIO, enamorados de Hermia.

FILÓSTRATO, director de fiestas de Teseo.

QUINCIO, carpintero.

SNUG, ensamblador.

BOTTOM, tejedor.

FLAUTO, componedor de fuelles.

SNOWT, calderero.

STARVELING, sastre.

HIPÓLITA, reina de las Amazonas, prometida de Teseo.

HERMIA, hija de Egeo, enamorada de Lisandro.

ELENA, enamorada de Demetrio.

OBERÓN, rey de las hadas.

TITANIA, reina de las hadas.

PUCK, o ROBÍN BUEN-CHICO, duende.

FLOR-DE-GUISANTE, TELARAÑA, POLILLA y GRANO-DE-MOSTAZA, hadas.

PÍRAMO, TISBE, MURO, LUZ DE LUNA y LEÓN, personajes del sainete.

Otras hadas del séquito de su rey y su reina. Séquito de Teseo e Hipólita.

La escena, en Atenas y un bosque de sus alrededores.

ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA

Atenas. Cuarto en el palacio de Teseo.

Entran TESEO, HIPÓLITA, FILÓSTRATO y acompañamiento.

TESEO.—No está lejos, hermosa Hipólita, la hora de nuestras nupcias, y dentro de cuatro felices días principará la luna nueva; pero ¡ah!, ¡con cuánta lentitud se desvance la anterior! Provoca mi impaciencia como una suegra o una tía que no acaba de morirse nunca y va consumiendo las rentas del heredero.

HIPÓLITA.—Pronto declinarán cuatro días en cuatro noches, y cuatro noches harán pasar rápidamente en sueños el tiempo; y entonces la luna, que parece en el cielo un arco encorvado, verá la noche de nuestras solemnidades.

TESEO.—Ve, Filóstrato, a poner en movimiento la juventud ateniense y prepararla para las diversiones: despierta el espíritu vivaz y oportuno de la alegría y quede la tristeza relegada a los funerales. Esa pálida compañera no conviene a nuestras fiestas.

(Sale FILÓSTRATO.)


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56 págs. / 1 hora, 39 minutos / 20.326 visitas.

Publicado el 15 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino

Julio Verne


Novela


Primera parte

1. Un escollo fugaz

El año 1866 quedó caracterizado por un extraño acontecimiento, por un fenómeno inexplicable e inexplicado que nadie, sin duda, ha podido olvidar. Sin hablar de los rumores que agitaban a las poblaciones de los puertos y que sobreexcitaban a los habitantes del interior de los continentes, el misterioso fenómeno suscitó una particular emoción entre los hombres del mar. Negociantes, armadores, capitanes de barco, skippers y masters de Europa y de América, oficiales de la marina de guerra de todos los países y, tras ellos, los gobiernos de los diferentes Estados de los dos continentes, manifestaron la mayor preocupación por el hecho.

Desde hacía algún tiempo, en efecto, varios barcos se habían encontrado en sus derroteros con «una cosa enorme», con un objeto largo, fusiforme, fosforescente en ocasiones, infinitamente más grande y más rápido que una ballena.

Los hechos relativos a estas apariciones, consignados en los diferentes libros de a bordo, coincidían con bastante exactitud en lo referente a la estructura del objeto o del ser en cuestión, a la excepcional velocidad de sus movimientos, a la sorprendente potencia de su locomoción y a la particular vitalidad de que parecía dotado. De tratarse de un cetáceo, superaba en volumen a todos cuantos especímenes de este género había clasificado la ciencia hasta entonces. Ni Cuvier, ni Lacepède, ni Dumeril ni Quatrefages hubieran admitido la existencia de tal monstruo, a menos de haberlo visto por sus propios ojos de sabios.


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Dominio público
448 págs. / 13 horas, 5 minutos / 7.549 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Corazón Delator

Edgar Allan Poe


Cuento


¡ES VERDAD! nervioso, muy, muy terriblemente nervioso yo había sido y soy; ¿pero por qué dirán ustedes que soy loco? La enfermedad había aguzado mis sentidos, no destruido, no entorpecido. Sobre todo estaba la penetrante capacidad de oír. Yo oí todas las cosas en el cielo y en la tierra. Yo oí muchas cosas en el infierno. ¿Cómo entonces soy yo loco? ¡Escuchen! y observen cuan razonablemente, cuan serenamente, puedo contarles toda la historia.

Es imposible decir cómo primero la idea entró en mi cerebro, pero, una vez concebida, me acosó día y noche. Objeto no había ninguno. Pasión no había ninguna. Yo amé al viejo. El nunca me había hecho mal. Él no me había insultado.

De su oro no tuve ningún deseo. ¡Creo que fue su ojo! Sí, ¡fue eso! Uno de sus ojos parecía como el de un buitre — un ojo azul pálido con una nube encima.

Cada vez que caía sobre mí, la sangre se me helaba, y entonces de a poco, muy gradualmente, me decidí a tomar la vida del viejo, y así librarme del ojo para siempre.

Ahora éste es el punto. Ustedes me imaginan loco. Los locos no saben nada. Pero ustedes deberían haberme visto. Ustedes deberían haber visto cuan sabiamente yo procedí —¡con qué cuidado! — ¡con qué previsión, con qué disimulo, yo me puse a trabajar! Nunca fui más amable con el viejo que durante toda la semana antes de matarlo. Y cada noche cerca de la medianoche yo giraba el picaporte de su puerta y lo abría, ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando había hecho una apertura suficiente para mi cabeza, ponía una oscura linterna sorda todo

cerrada, cerrada para que ninguna luz saliera, y entonces metía mi cabeza. ¡Oh, ustedes habrían reído al ver cuan hábilmente la metía! La movía lentamente, muy, muy lentamente, para no perturbar el sueño del viejo. Me tomó una hora poner mi cabeza entera dentro de la apertura hasta poder ver como él yacía sobre su cama.


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6 págs. / 11 minutos / 6.630 visitas.

Publicado el 21 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Ilíada

Homero


Poesía, Clásico, Poema épico, Grecia


CANTO I. Peste – Cólera

Después de una corta invocación a la divinidad para que cante "la perniciosa ira de Aquiles", nos refiere el poeta que Crises, sacerdote de Apolo, va al campamento aqueo para rescatar a su hija, que había sido hecha cautiva y adjudicada como esclava a Agamenón; éste desprecia al sacerdote, se niega a darle la hija y lo despide con amenazadoras palabras; Apolo, indignado, suscita una terrible peste en el campamento; Aquiles reúne a los guerreros en el ágora por inspiración de la diosa Hera, y, habiendo dicho al adivino Calcante que hablara sin miedo, aunque tuviera que referirse a Agamenón, se sabe por fin que el comportamiento de Agamenón con el sacerdote Crises ha sido la causa del enojo del dios. Esta declaración irrita al rey, que pide que, si ha de devolver la esclava, se le prepare otra recompensa; y Aquiles le responde que ya se la darán cuando tomen Troya. Así, de un modo tan natural, se origina la discordia entre el caudillo supremo del ejército y el héroe más valiente.


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Dominio público
466 págs. / 13 horas, 35 minutos / 4.909 visitas.

Publicado el 6 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Noches Blancas

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski


Novela corta


Primera noche

Era una noche maravillosa, una noche como sólo es posible cuando somos jóvenes, querido lector. El cielo estaba tan estrellado, tan brillante, que, al mirarlo, uno no podía dejar de preguntarse si la gente malhumorada y caprichosa podía vivir bajo un cielo así. Esa es una pregunta también juvenil, querido lector, muy juvenil, pero ¡que el Señor la ponga con más frecuencia en tu corazón!... Hablando de gente caprichosa y malhumorada, no puedo evitar recordar mi condición moral durante todo aquel día. Desde primera hora de la mañana me había oprimido un extraño abatimiento. De repente me pareció que estaba solo, que todo el mundo me abandonaba y se alejaba de mí. Por supuesto, cualquiera tiene derecho a preguntar quiénes eran "todos". Aunque llevaba casi ocho años viviendo en Petersburgo, apenas tenía un conocido. Pero, ¿para qué quería yo conocidos? Conocía a todo Petersburgo tal como era; por eso sentí como si todos me abandonaran cuando todo Petersburgo hizo las maletas y se fue a su villa de verano. Sentí miedo de quedarme solo, y durante tres días enteros deambulé por la ciudad profundamente abatido, sin saber qué hacer conmigo mismo. Tanto si paseaba por la Nevsky, como si iba a los Jardines o paseaba por el terraplén, no había ni una sola cara de las que había estado acostumbrada a encontrar en el mismo momento y lugar durante todo el año. Ellos, por supuesto, no me conocen, pero yo sí los conozco. Los conozco íntimamente, casi he hecho un estudio de sus rostros, y estoy encantado cuando están alegres, y abatido cuando están bajo una nube. Casi he entablado amistad con un anciano con el que me encuentro todos los benditos días, a la misma hora en Fontanka. Tiene un semblante muy serio y pensativo; siempre está susurrando para sí mismo y blandiendo su brazo izquierdo, mientras que en su mano derecha sostiene un largo y nudoso bastón con un pomo de oro. Incluso se fija en mí y se interesa por mí.


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59 págs. / 1 hora, 43 minutos / 850 visitas.

Publicado el 17 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Odisea

Homero


Poesía, Clásico, Poema épico, Grecia


Canto I

Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo, vio las poblaciones y conoció las costumbres de muchos hombres y padeció en su ánimo gran número de trabajos en su navegación por el Ponto, en cuanto procuraba salvar su vida y la vuelta de sus compañeros a la patria. Mas ni aun así pudo librarlos, como deseaba, y todos perecieron por sus propias locuras. ¡Insensatos! Comiéronse las vacas de Helios, hijo de Hiperión; el cual no permitió que les llegara el día del regreso. ¡Oh diosa, hija de Zeus!, cuéntanos aunque no sea más que una parte de tales cosas.

Ya en aquel tiempo los que habían podido escapar de una muerte horrorosa estaban en sus hogares, salvos de los peligros de la guerra y del mar; y solamente Odiseo, que tan gran necesidad sentía de restituirse a su patria y ver a su consorte, hallábase detenido en hueca gruta por Calipso, la ninfa veneranda, la divina entre las deidades, que anhelaba tomarlo por esposo.

Con el transcurso de los años llegó por fin la época en que los dioses habían decretado que volviese a su patria, aunque no por eso debía poner fin a sus trabajos, ni siquiera después de juntarse con los suyos. Y todos los dioses le compadecían, a excepción de Poseidón, que permaneció constantemente irritado contra el divinal Odiseo hasta que el héroe no arribó a su tierra.

Mas entonces habíase ido aquel al lejano pueblo de los etíopes -los cuales son los postreros de los hombres y forman dos grupos, que habitan respectivamente hacia el ocaso y hacia el orto de Hiperión- para asistir a una hecatombe de toros y de cordero. Mientras aquel se deleitaba presenciando el festín, congregáronse las otras deidades en el palacio de Zeus Olímpico.


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Dominio público
371 págs. / 10 horas, 49 minutos / 4.210 visitas.

Publicado el 6 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Rey de la Montaña

Emilio Salgari


Novela


I. EL VIEJO MIRZA

Al norte de Persia, paralela a la orilla meridional del mar Caspio, se yergue una larga cadena de montañas que, con los diversos nombres de Alburs, Albours o Elburz, se prolonga hacia el este hasta el Korassan.

Se trata de un amontonamiento gigantesco de altiplanos, que se remontan suavemente hacia el Caspio, ricos en bosques soberbios y prados verdeantes, picos de todas formas y dimensiones, algunos extrañamente recortados en tijera y cubiertos de matorrales espesos, redondeados otros y estériles los más, como puestos allí para impedir cualquier salida; separados los unos de los otros por abismos de vértigo, por cuyo fondo corren torrentes impetuosos, por estrechas gargantas, guaridas de ladrones, de minúsculos caminillos accesibles sólo a los montañeros, junto con algunos pasos practicables llamados las «puertas caspias».

Entre todos los picachos, el Alburs se levanta como una torre y da nombre a toda la sierra, con sus anchos flancos y su aguda cima, reputado como uno de los más formidables volcanes de Asia, despidiendo continuamente humo negro, incluso a veces columnas de fuego y materias volcánicas en tan gran cantidad, que todos los moradores del altiplano van siempre cubiertos de residuos de lava.

Pero el Alburs no está solo. Otro monte domina, señorial, a sólo diez leguas, hacia el oriente, de Teherán, la capital de Persia.

Se trata del Demavend, llamado también Elvind, un cono gigantesco de más de 5000 metros, simplemente rodeado de bellísimos altiplanos, de valles profundos, de abismos y barrancos.


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145 págs. / 4 horas, 13 minutos / 585 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

A Fuego Lento

Emilio Bobadilla


Novela


Parte 1

Capítulo 1

«Si le lecteur ne tire pas d'un livre la moralité qui doit s'y trouver,c'est que le lecteur est un imbécile ou que le livre est faux au point de vue de l'exactitude… »
(GUSTAVE FLAUBERT.—Correspondance. Quatrièrne série. Pág. 230.—Paris, 1893).

Llovía, como llueve en los trópicos: torrencial y frenéticamente, con mucho trueno y mucho rayo. La atmósfera, sofocante, gelatinosa, podía mascarse. El agua barría las calles que eran de arena. Para pasar de una acera a otra se tendían tablones, a guisa de puentes, o se tiraban piedras de trecho en trecho, por donde saltaban los transeúntes, no sin empaparse hasta las rodillas, riendo los unos, malhumorados los otros. Los paraguas para maldito lo que servían, como no fuera de estorbo.

A pesar del aguacero, el cielo seguía inmóvil, gacho, uniforme y plomizo. La gente sudaba a mares, como si tuviera dentro una gran esponja que, oprimida a cada movimiento peristáltico, chorrease al través de los poros. Hasta los negros, de suyo resistentes a los grandes calores, se abanicaban con la mano, quitándose a menudo el sudor de la frente con el índice que sacudían luego en el aire a modo de látigo.

En las aceras se veían grupos abigarrados y rotos que buscaban ávidamente donde poner el pie para atravesar la calle. El río, color de pus, rodaba impetuoso hacia el mar, con una capa flotante de hojas y ramas secas. Tres gallinazos, con las alas abiertas, picoteaban el cadáver hinchado de un burro que tan pronto daba vueltas, cuando se metía en un remolino, como se deslizaba sobre la superficie fugitiva del río.


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208 págs. / 6 horas, 5 minutos / 788 visitas.

Publicado el 8 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Alicia en el País de las Maravillas

Lewis Carroll


Cuento infantil, novela infantil


Prefacio

En el dorado anochecer
bogamos lentamente;
los brazos siéntense ceder
al remo débilmente.
¡Qué dichoso desfallecer
las manos sin oriente!

Y qué implacable triple voz
suena en el dulce olvido
pidiendo extrañas invenciones,
de quieto y lírico sentido.
¿Cómo callar indiferente
sintiendo su latido?

Dice apremiante la primera
voz que comience el cuento,
la segunda no nos reclama
lógica de argumento,
y nos acucia la tercera
con anheloso acento.

¡Oh, qué silencio más profundo
se impone a todo ruido!
Es la tierra un maravilloso
país desconocido,
lleno de seres que convierten
en real lo fingido.

Cuando la fuente imaginaria
se agota en la inventiva
y a los cristales del ensueño
la luz se les esquiva:
«¡Siga el cuento —claman los seres—
que tanto nos cautiva!»

Así el país maravilloso
sobre el yunque del yo.
episodio tras episodio,
su leyenda forjó,
y al ocaso, un mundo de amigos
el alma nos pobló.

Recibe, Alicia, este pueril
libro con mano tierna
y ponlo allí donde la infancia
salva la vida interna,
como el ferviente peregrino
guarda una flor eterna.

1. En la madriguera

Alicia empezaba a sentirse cansadísima de estar sentada en un margen, al lado de su hermana, sin saber qué hacer: por dos veces había atisbado el libro que ella leía, pero era un libro sin grabados, sin diálogo, y «¿de qué sirve un libro —se dijo Alicia— si no tiene diálogo ni grabados?».

Y de la mejor manera que le permitían la somnolencia y el atontamiento en que la había sumido el calor de aquella jornada, consideraba en su fuero interno si valdría la pena entretenerse en arrancar margaritas por el gusto de hacer una cadena con ellas, cuando de pronto saltó a su lado un Conejo Blanco de ojuelos encarnados.


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Dominio público
89 págs. / 2 horas, 37 minutos / 2.069 visitas.

Publicado el 27 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

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