Textos más largos disponibles | pág. 14

Mostrando 131 a 140 de 5.998 textos encontrados.


Buscador de títulos

textos disponibles


1213141516

Pedro Sánchez

José María de Pereda


Novela


I

Entonces no era mi pueblo la mitad de lo que es hoy. Componíanle cuatro barriadas de mala muerte, bastante separadas entre sí, y la mejor de sus casas era la de mi padre, con ser muy vieja y destartalada. Pero al cabo tenía dos balcones, ancho soportal, huerta al costado, pozo y lavadero en la corralada, y hasta su poco de escudo blasonado en la fachada principal. Nunca pude darme cuenta de lo que venían a representar aquellos monigotes carcomidos y polvorientos; pero mi padre, que afirmaba haberlos alcanzado en su prístina forma, me aseguró muchas veces que eran unas abarcas, a modo de las del país, es decir, almadreñas, y el busto de un gran señor con barbas y capisayo, y que todo aquel conjunto era como jeroglífico que significaba, en castellano corriente, Sancho Abarca, del cual descendíamos los Sánchez de mi familia. Parecíame ingeniosa y hasta agradable la interpretación, y aceptábala sin meterme en nuevas investigaciones, no tanto porque así complacía a mi padre, que se pagaba mucho de estas cosas, cuanto por lo que de ellas se mofaban los Garcías contiguos, gentes ordinarias que nos miraban por encima del hombro, porque contribuían por lo territorial algo más que nosotros, y nunca salían del ayuntamiento.

La verdad es que la hacienda de mi padre y el pelaje de su media levita no eran cosa mayor para echar grandes roncas a sus convecinos, toscos labradores, pero pobres felices, que tenían en mayor estima un pedazo de borona que los mejores timbres de nobleza esculpidos en un sillar ruinoso.


Leer / Descargar texto

Dominio público
347 págs. / 10 horas, 8 minutos / 248 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Misterio

Emilia Pardo Bazán


Novela


Parte 1. El visionario Martín

Capítulo 1. Los enamorados

En uno de los barrios de Londres próximos al río, no muy concurridos de día y casi enteramente solitarios de noche, todavía existe hoy una casa con minúsculo jardín, situada frente a una plaza bastante espaciosa, en cuyo centro el square ostenta grupos de árboles centenarios, de esos árboles del viejo suelo inglés que la humedad nutre y desarrolla y convierte en colosos. El recuerdo inherente a esta casa podría, bien conocido, valer algunas propinejas a quien la enseñase al turista; pero la historia, no siempre cimentada en la realidad, suele poner en las nubes lo que no significa gran cosa y no volver siquiera su rostro de bronce cuando pasa por donde se desarrollaron dramas intensamente patéticos, ahogados y silenciosos. El que por algún tiempo guardaron las paredes de la angosta casita, eternamente permanecerá sumido en tinieblas; así lo quiso el destino, o por mejor decir, así lo quisieron los poderosos del mundo.

Al comenzar este relato, que aspira a proyectar un rayo de luz en las lobregueces históricas por medio de la lámpara caprichosa de la fantasía, un hombre joven, esbelto y robusto, vestido de camino, envuelto en un abrigo gris que no ocultaba lo gallardo de su figura, se acercaba a la verja del jardín, por la parte opuesta a la plazuela, a espaldas de la casa, y golpeaba con su bastón los hierros de la verja, a intervalos iguales, cuatro veces. Aunque ya el largo crepúsculo de Londres en primavera no derramaba sus vagas claridades boreales y había anochecido por completo, en medio de las espesuras del jardincillo podría verse blanquear una falda, y detrás de los hierros aparecer un rostro juvenil. Una mano diminuta pasó por entre dos barras, y el hombre se apoderó de ella estrechándola con ardor.


Leer / Descargar texto

Dominio público
347 págs. / 10 horas, 8 minutos / 292 visitas.

Publicado el 8 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Divina Comedia

Dante Alighieri


Poesía


Infierno

Canto primero

A la mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva obscura, por haberme apartado del camino recto. ¡Ah! Cuán penoso me sería decir lo salvaje, áspera y espesa que era esta selva, cuyo recuerdo renueva mi pavor, pavor tan amargo, que la muerte no lo es tanto. Pero antes de hablar del bien que allí encontré, revelaré las demás cosas que he visto. No sé decir fijamente cómo entré allí; tan adormecido estaba cuando abandoné el verdadero camino. Pero al llegar al pie de una cuesta, donde terminaba el valle que me había llenado de miedo el corazón, miré hacia arriba, y vi su cima revestida ya de los rayos del planeta que nos guía con seguridad por todos los senderos. Entonces se calmó algún tanto el miedo que había permanecido en el lago de mi corazón durante la noche que pasé con tanta angustia; y del mismo modo que aquel que, saliendo anhelante fuera del piélago, al llegar a la playa, se vuelve hacia las ondas peligrosas y las contempla, así mi espíritu, fugitivo aún, se volvió hacia atrás para mirar el lugar de que no salió nunca nadie vivo. Después de haber dado algún reposo a mi fatigado cuerpo, continué subiendo por la solitaria playa, procurando afirmar siempre aquel de mis pies que estuviera más bajo. Al principio de la cuesta, aparecióseme una pantera ágil, de rápidos movimientos y cubierta de manchada piel. No se separaba de mi vista, sino que interceptaba de tal modo mi camino, que me volví muchas veces para retroceder. Era a tiempo que apuntaba el día, y el sol subía rodeado de aquellas estrellas que estaban con él cuando el amor divino imprimió el primer movimiento a todas las cosas bellas. Hora y estación tan dulces me daban motivo para augurar bien de aquella fiera de pintada piel.


Leer / Descargar texto

Dominio público
346 págs. / 10 horas, 6 minutos / 10.131 visitas.

Publicado el 28 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

A los Pies de Venus

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


Parte 1. El último cruzado

Capítulo 1. LAS DICHAS Y CONTRARIEDADES DEL CABALLERO TANNHAUSER EN LA VENUSBERG

Al distraídamente la fecha de los periódicos recién llegados de París, sintió por primera vez Claudio Borja la existencia del tiempo.

Hasta entonces había llevado una vida irreal, libre de la esclavitud de las horas y las imposiciones del espacio.

Todos los días eran iguales para él.

No vivía, se deslizaba con suavidad por un declive dulce, sin altibajos ni sacudidas. El día presente era tan bello como el anterior, y sin duda, resultaría igual al próximo mañana. Sólo al recordarle la fecha de los diarios otra fecha idéntica guardada en su memoria, hizo un cálculo del tiempo transcurrido durante esta dulce inercia, únicamente comparable a las de los seres que en los cuentos árabes quedan inmóviles, dentro de ciudades encantadas, paralizadas por un conjuro mágico

¡Un año!… Iba ya transcurrido un año desde aquel suceso que dividía su existencia, como los hechos trascendentales parten la Historia, sirviendo de cabecera a una nueva época. Recordaba su sorpresa en el ruinoso castillo papal de Peñíscola, próximo al Mediterráneo, ante la aparición inesperada de Rosaura Salcedo. La hermosa viuda venia a buscarle sin saber por qué, creyendo obrar así por aburrimiento y moviéndose en realidad a impulsos de un amoroso instinto, aún no definido, que pugnaba por adquirir forma. Luego veía la tempestad, llamada por él providencia, el refugio de los dos en un huerto de naranjos próximo a Castellón, la noche pasada en la vivienda de una campesina, que los tomaba por esposos


Leer / Descargar texto

Dominio público
345 págs. / 10 horas, 4 minutos / 957 visitas.

Publicado el 11 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Rey del Aire

Emilio Salgari


Novela


Primera Parte

Capítulo I. Una expedición misteriosa

—¡Alto!… ¡Vista a la costa a proa!

—¡Ah!… ¡Malditos tiburones!… ¡Están por todas partes alrededor de la isla endemoniada!…

—Pues va a ser la tercera noche que nos volvemos al Gavilán con las manos vacías. Pues qué, ¿tienen acaso cien ojos?

—¿Y el bonachón de Bedoff, qué hace?

—Se habrá dormido encima de su botella de aguardiente de centeno mi querido Liwitz.

—Pues a él le han pagado, Ursoff.

—Y espléndidamente; el capitán del Gavilán tiene siempre la bolsa abierta.

—¡Silencio, charlatanes! —dijo una tercera voz—. ¿Creéis que no hay centinelas alrededor de la isla o que ponen sordos para guardar las barracas? Cuidado, porque corremos peligro de que nos fusilen como a salvajes de América.

Un hombre de formas hercúleas, con larga barba rojiza, se levantó a popa de la chalupa, que se deslizaba dulcemente, sin casi producir ningún rumor, sobre las foscas aguas del estrecho de Tartaria, aplacadas por la nevasca que caía en abundancia.

Era un hermoso tipo de anciano del norte, entre los cincuenta y los sesenta años, pero sobre el que parecía que el tiempo no hubiera aún hecho destrozos notables.

Tenía todavía hermosos cabellos, la frente espaciosa, aunque es verdad que cubierta de profundas arrugas, los ojos de un azul oscuro que aún no había perdido nada de su esplendor. Viéndole levantarse y hacer una seña con la diestra, los seis marineros que tripulaban la chalupa, seis jóvenes de poderosa musculatura, interrumpieron su conversación.

Todas las miradas se dirigieron hacia levante donde a través de las oleadas de nieve se veía delinearse confusamente una línea oscura que ocupaba todo el horizonte.

—¿Habéis visto, muchachos? —preguntó el viejo, haciendo una seña de inteligencia


Leer / Descargar texto


344 págs. / 10 horas, 2 minutos / 431 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Cadima

Pablo Guillamón


Granada época actual. Intriga y suspense,


    

  

1

 

  

 

Aquella tarde de invierno, la redacción del periódico en el que trabajaba Bruno, estaba llena a rebosar. El frío que hacía en la calle mantenía los reporteros remoloneando por los despachos antes de salir a cubrir las últimas noticias del día. Bruno estaba con el responsable de los «semanales», esos artículos, que se suelen colocar en la edición del sábado o el domingo. Repasaban el contenido de «Vivir en la calle». Pasó varios días recorriendo lugares frecuentados por mendigos. Había hablado con algunos en la estación de autobuses, en la de ferrocarril y en las colas de algunos comedores sociales. En la estación, suelen deambular horas y horas por los andenes, le dijo a su jefe, que lo escuchaba asombrado.

Había recogido muchas historias de vidas desoladas, perdidas, desgarradas, pero hizo una selección en la que destacó la de dos divorciados a los que sus parejas habían dejado literalmente tirados en la calle, sin dinero ni trabajo, se habían conocido hacía poco y ahora «estaban juntos» le dijeron. Se organizaban en pequeños lugares en que los podían verse a solas y compartir momentos de intimidad. Por la noche dormían en el suelo con cartones y mantas que guardaban en el portal de una casa abandonada, le dijeron. Eran habituales de los comedores sociales, pero algunas veces conseguían algo de dinero y podían organizar una cena íntima en un edificio en construcción o una casa abandonada. «Eran felices, le dijeron. Más que antes».


Leer / Descargar texto

Licencia limitada
344 págs. / 10 horas, 2 minutos / 546 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2024 por Pablo Guillamón.

El Tesoro de la Montaña Azul

Emilio Salgari


Novela


CAPITULO I. EL HURACÁN

—¡Eh, muchachos! ¡Eso no son ballenas! Son los ribbon-fish que salen a la superficie. ¡Mala señal, amigos!

—Usted siempre gruñendo, bosmano —dijo la voz casi infantil de un grumete.

—¿Qué sabes tú del Océano Pacífico y de sus islas, chiquillo, si apenas hace unos meses que has dejado de mamar?

—No, bosmano, tengo dieciséis años cumplidos, y soy hijo de un marinero.

—Sí; acaso de agua dulce. Apostaría que nunca has salido del puerto de Valdivia y que ni siquiera, sabe guiar tu padre una balsa.

—Era chileno como usted, bosmano y…

—Pero no marinero como yo, que hace cuarenta y siete años que navego.

—Os digo que…

—¡Rayo de sol basta! —gritó el bosmano—. ¿Te quieres burlar de mí, Manuel? ¿Sabes tú cómo pesan mis manos? ¿No? Si continúas ya te las haré probar.

—Sois demasiado irascible, bosmano.

—Échate afuera, mozo cocido (chico cobarde).

—¡Oh! Bosmano, eso es demasiado. Os equivocáis al tratarme así.

—¡Chiquiyo!

—¡Oh, no! Yo soy un mozo cruo.

Quién sabe lo que habría durado, continuando en aquel tono, la disputa, con gran contentamiento de la tripulación que asistía riendo a aquel cambio de cumplimientos, cuando la aparición imprevista del comandante hizo cerrar de golpe todas las bocas.

El capitán del «Andalucía» era un hermoso tipo de chileno, con tres cuartos de sangre española en las venas y el otro cuarto de araucano, moreno; como: uno de los indómitos guerreros de los Andes, con ojos negrísimos y aterciopelados y todavía ardientes, aunque ya pesaran sobre las espaldas de aquel hombre de mar, más de cincuenta primaveras.

Su estatura era casi gigantesca, más de americano del Norte, que meridional, con poderosa espalda y cuello de puma…


Leer / Descargar texto


342 págs. / 9 horas, 58 minutos / 763 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Nativa

Eduardo Acevedo Díaz


Novela


Capítulo 1. Tiempos viejos

Allá por los años de 1821 a 1824, cuando la nacionalidad oriental aparecía aún incolora casi atrofiada al nacer por rudísimos golpes capaces de producir la parálisis o por lo menos la anemia que se sucede siempre a la postración y al prolongado delirio, —la libertad de la palabra escrita no alcanzaba tal vez el vuelo de una campana, y por el hecho la propaganda tenía límites circunscriptos a un círculo popiliano —estrecha, somera, recelosa, lapidaria, espantadiza como ave zancuda que se abate en una loma en donde no hay para ella alimento, y al pretender remontarse a los aires se arrastra primero azotando el suelo con la punta de las alas y prorrumpiendo en desafinadas notas. Era este un fenómeno natural. Toda resistencia había cesado desde hacía pocos meses, y la robusta sociabilidad que sangrara por cien heridas durante cerca de dos lustros para darse su autonomía propia o recuperar su equilibro primitivo, había sido asimilada por un poder mayor, a título de Estado Cisplatino. Desde luego, esta sociabilidad había sido atacada en sus fundamentos, en sus tradiciones, en sus costumbres, en su idioma, en sus propensiones nativas —sustrayéndosela a la vida solidaria de sus congéneres por la razón de la fuerza y la lógica de la conquista. Explícase así entonces, por qué la libertad del pensamiento no gozaba de más espacio que el que recorre una flecha; cuando a semejanza del ave viajera —sentada apenas la planta— no emigraba con sus intérpretes a mejores climas.


Leer / Descargar texto


342 págs. / 9 horas, 58 minutos / 165 visitas.

Publicado el 17 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Capitana del Yucatán

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LA CAPITANA DEL YUCATÁN

1. Maniobras Misteriosas

—Señor, dadme vuestras últimas instrucciones.

—Debéis arribar a la bahía de Corrientes, donde encontraréis al capitán Carrill, que os espera para recibir las armas y municiones.

—¿Estarán libres de sublevados aquellas orillas?

—Hasta esta mañana lo estaban, señora marquesa.

—¿Habéis recibido aviso del gobernador general?

—El despacho llevaba la firma del general Blanco.

—¿El «Terror» sigue patrullando en el mar…?

—Eso tememos.

—¿Seguido por las dos cañoneras?

—Es de esperar, señora marquesa.

—Emplearemos la audacia y pasaremos.

—¡Tened cuidado, señora…! Si os capturan, vuestra belleza no os salvará, podéis estar segura.

—Sé que seré fusilada sin misericordia, con el pequeño contrabando de guerra que llena la bodega de mi «Yucatán».

—Sed prudente.

—O mejor, decidida a todo, señor Vizcaíno.

—Lo uno y lo otro; no debéis jugaros la última carta más que en caso desesperado.

—Tengo una pieza que escupe balas de acero, y dos excelentes hotchkiss.

—Poca cosa contra la coraza de los americanos.

—¡Ah…! ¿No sabéis que tengo en reserva dos torpedos?

—Buenas armas.

—Que pueden hacer saltar incluso un acorazado, mi buen señor Vizcaíno.

—Lo sé señora marquesa.

—Agregad a todo esto cien hombres resueltos a hacerse matar, que sólo hace cuatro horas han prestado juramento en la catedral de Mérida, y decidme si no tengo motivos para estar tranquila.

—Pero el «Terror» lleva una poderosa artillería.

—Que atravesaría mi pequeña nave sin lograr hundirla. Los americanos tienen su coraza y yo he adoptado el celuloide, y quizá es mejor, os lo aseguro.

—¿Partís?


Leer / Descargar texto


340 págs. / 9 horas, 55 minutos / 813 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Rey del Mar

Emilio Salgari


Novela


Primera parte. El rey del mar

I. El asalto del «Mariana».

—¿Vamos avante? ¿Sí o no? ¡Voto a Júpiter! ¡Es imposible que hayamos varado en un banco como unos estúpidos!

—No se puede, señor Yáñez.

—Pero ¿qué es lo que nos detiene?

—Todavía no lo sabemos.

—¡Por Júpiter! ¡Ese piloto estaba borracho! ¡Valiente fama la que así se conquistan los malayos! ¡Yo que hasta esta mañana los había tenido por los mejores marinos de los mundos! Sambigliong, manda desplegar otra vela. Hay buen viento, y quizás logremos pasar.

—¡Que el diablo se lleve a ese piloto imbécil!

Quien así hablaba se había vuelto hacia la popa con el ceño fruncido y el rostro alterado por violenta cólera.

Aun cuando ya tenía edad (cincuenta años), era todavía un hombre arrogante, robusto, con grandes bigotes grises cuidadosamente levantados y rizados, piel un poco bronceada, largos cabellos que le salían abundantes por debajo del sombrero de paja de Manila, de forma parecida a los mejicanos y adornado con una cinta de terciopelo azul.

Vestía elegantemente un traje de franela blanca con botones de oro, y le rodeaba la cintura una faja de terciopelo rojo, en la cual se veían dos pistolas de largo cañón, con las culatas incrustadas en plata y nácar —armas, sin duda alguna, de fabricación india—; calzaba botas de agua de piel amarilla y un poco levantadas de punta.

—¡Piloto! —gritó.

Un malayo de epidermis de color hollín con reflejos verdosos, los ojos algo oblicuos y de luz amarillenta que causaba una expresión extraña, al oír aquella llamada abandonó el timón y se acercó a Yáñez con un andar sospechoso que acusaba una conciencia poco tranquila.


Leer / Descargar texto


337 págs. / 9 horas, 51 minutos / 745 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

1213141516