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Vida de Pedro Saputo

Braulio Foz


Novela


Libro primero

Capítulo I. Nacimiento de Pedro Saputo

¡Bendito sea Dios, que al fin el gran Pedro Saputo ha encontrado quien recogiese sus hechos, los ordenase convenientemente, y separando lo falso de lo verdadero levantase con la historia acrisolada y pura de su vida la digna estatua que debíamos a su talento y a sus virtudes! ¿Qué me dará el mundo por este servicio, por esta deuda común que pago, no tocándome a mí más que a cualquier otro vecino? Pero ¡maldito sea el interés!, no quiero otra recompensa que saber, como lo sé desde ahora, que este libro se leerá con gusto por viejos y jóvenes, por sabios y por ignorantes, en las ciudades y en las aldeas. ¡Oh, cuántos buenos ratos en las veladas de invierno pasarán con él calentándose a la lumbre o al brasero! Pues no quiero más recompensa, como digo; esto, y esto sólo es lo que me he propuesto. Y pues lo doy por conseguido, nada más se me ofrece advertir, ni prevenir a mis lectores.

En la villa de Almudévar, tres leguas de la famosa ciudad de Huesca, en la carretera de Zaragoza, nació Pedro Saputo de una virgen o doncella que vivía sola porque había quedado de quince años sin padre ni madre, y era pobre, no teniendo más bienes que una casita en la calle del Horno de afuera, y manteniéndose con el oficio de lavandera y el de cocinera de todas las bodas y de las grandes fiestas del lugar; en su juventud cantaba con mucha gracia porque tenía una voz extremada y tocaba el pandero como una gitana. Con estas habilidades nunca le faltaba lo necesario, y algún regalo y buen pasatiempo. Iba muy aseada; no envidiaba nada a pobres ni a ricos; todos la querían bien, y ella no quería mal a nadie.


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Dominio público
300 págs. / 8 horas, 46 minutos / 354 visitas.

Publicado el 22 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Los Guardianes de la Humanidad

Manel Martin's


Novela


Prologo

Cuando leí por primera vez la frase, escrita por Eluart “hay otros mundos, pero están en este”. No le di importancia, como tampoco se la damos a otras muchas frases escritas por personas que en apariencia quieren hacernos creer, en todo aquello que ellos creen o piensan que debe ser y por tanto convertirse en la verdad más absoluta. Tal vez queriendo imponer con buenas palabras sus tesis o creencias y dejando, a nuestro libre albedrío las conclusiones (siempre que se parezcan a las suyas).

Con el tiempo he llegado a comprender, lo fácil que es mover a las masas, basta con una buena difusión, una buena puesta en escena y lo más importante decirles todo aquello que ellos quieren escuchar, para lo cual no hace falta convencerlos, pues ya están convencidos.

Durante años y años los líderes o sacerdotes han empleado este sistema y el del miedo a lo desconocido, para atraerse al pueblo y justificar sus fechorías desmanes o ansias de poder. Pues matar no puede estar nunca justificado por las religiones o los gobiernos, cuando perdemos la vida lo perdemos todo.

¿Cuántas personas han muerto en nombre de la fe o de las revoluciones y que tras su sacrificio, perdiendo la vida no han sido reconocidos?

¿Cuántas han muerto por ser libres pensadores, defender un ideal o sus propias ideas? Y ¿Cuántas han muerto sin saber por qué?

El pensamiento es libre y solo puede ser dañino cuando va en contra de los demás, no cuando vuela en libertad y cada cual elige lo que desea de él.

Por desgracia el mundo está lleno de libres pensadores y de mártires por sus ideas.

Tal vez nos vendría bien aprender de la historia, y verla como es en realidad.


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Licencia limitada
300 págs. / 8 horas, 45 minutos / 183 visitas.

Publicado el 3 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Salambó

Gustave Flaubert


Novela


I. El festín

La escena es en Megara, arrabal de Cartago, y en los jardines de Amílcar.

Los soldados que este había capitaneado en Sicilia celebraban con un gran banquete el aniversario de la batalla de Eryx. Ausente el jefe, los numerosos soldados comían y bebían a sus anchas.

Los capitanes, calzados con coturnos de bronce, se habían situado en el camino del centro, bajo un velo de púrpura con franjas de oro que se extendía desde la pared de las cuadras hasta la primera azotea del palacio. La soldadesca se desparramaba bajo los árboles, desde los que se veían una porción de edificios de techo plano, lagares, graneros, almacenes, panaderías y arsenales; un patio para los elefantes, fosos para las bestias feroces y una prisión para los esclavos.

Las cocinas hallábanse rodeadas de higueras; un bosque de sicomoros se extendía hasta unos manchones verdes, en los que las granadas resplandecían entre los copos blancos de los algodoneros. Viñas cargadas de racimos trepaban hasta el ramaje de los pinos; un campo de rosas florecía bajo los plátanos; en el césped, de trecho en trecho, se balanceaban las azucenas; una arena negra, mezclada con polvo de coral, cubría los senderos, y en medio, la avenida de los cipreses formaba de un extremo a otro como una doble columnata de obeliscos verdes.


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Dominio público
299 págs. / 8 horas, 43 minutos / 559 visitas.

Publicado el 15 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Rostro de la Noche

Edgar Wallace


Novela


I. El hombre del sur

La niebla, que más tarde había de descender sobre Londres borrando todos los contornos, era todavía una gris y sombría amenaza. La luz se había extinguido en el cielo, y los faroles del alumbrado público proyectaban una mancha oscura cuando el hombre del Sur llegó a Portman Square. A pesar de la crudeza del frío, no usaba abrigo ninguno; su camisa era de cuello abierto. Pasó a lo largo, mirando sobre las puertas, y, de pronto, se detuvo frente al núm. 551, examinando las ventanas. La comisura de su espantosa boca se animó con una sardónica sonrisa.

El alcohol exalta todas las pasiones. Transforma el hombre más débil de sus semejantes en un agrio reñidor. Pero en el hombre que alberga un hondo agravio produce la roja neblina que exalta el homicidio. Y Laker tenía ambas cosas: el agravio y el motivo de exaltación.

Ya enseñaría él a este viejo diablo que no podía robar a los hombres impunemente. El sórdido avaro que vivía con el riesgo de que sus ganancias fueran secuestradas. Aquí estaba Laker, casi sin blanca, después de un largo y penoso viaje y con el recuerdo de la visita secreta que sufrió en la Ciudad del Cabo, cuando su vivienda fue registrada por la policía. Una vida de perro era su vida actual. ¿Por qué el viejo Malpas, que no tenía antes medios de existencia, había de vivir en el lujo, mientras su mejor agente vivía duramente? Laker pensaba así cuando estaba borracho.

Éste era el personaje que podía verse paseando frente a la puerta del número 551 de Portman Square. Su largo rostro afeitado, la cicatriz de una cuchillada que cruzaba su mejilla hasta el extremo del mentón, la frente, pequeña, cubierta por unas greñas lacias, y su deplorable indumento, daban la impresión de una abyecta pobreza.


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Dominio público
298 págs. / 8 horas, 42 minutos / 376 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Episodios Nacionales para Niños

Benito Pérez Galdós


Cuento, Novela


Trafalgar

I

Me permitiréis, amados niños, que antes de referiros los grandes sucesos de que fui testigo diga pocas palabras de mi infancia, explicando por qué extraños caminos me llevaron los azares de la vida a presenciar la terrible acción de Trafalgar.

Yo nací en Cádiz, y en el famoso barrio de la Viña. Mi nombre es Gabriel Araceli, para servir a los que me escuchan… Cuando aconteció lo que voy a contaros, el siglo XIX tenía cinco años; yo, por mi confusa cuenta, debía de andar en los catorce.

Dirigiendo una mirada hacia lo que fue, con la curiosidad y el interés propios de quien se observa, imagen confusa y borrosa, en el cuadro de las cosas pasadas, me veo jugando en la Caleta con otros chicos de mi edad, poco más o menos. Aquello era, para mí, la vida entera; más aún, la vida normal de nuestra privilegiada especie; y los que no vivían como yo me parecían seres excepcionales del humano linaje, pues en mi infantil inocencia y desconocimiento del mundo yo tenía la creencia de que el hombre había sido criado para la mar, habiéndole asignado la providencia, como supremo ejercicio de su cuerpo, la natación, y como constante empleo de su espíritu, el buscar y coger cangrejos, ya para arrancarles y vender sus estimadas bocas, que llaman de la Isla, ya para propia satisfacción y regalo.

Entre las impresiones que conservo está muy fijo en mi memoria el placer entusiasta que me causaba la vista de los barcos de guerra, cuando se fondeaban frente a Cádiz. Como nunca pude satisfacer mi curiosidad, viendo de cerca aquellas formidables máquinas, yo me las representaba de un modo fantástico y absurdo, suponiéndolas llenas de misterios.


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Dominio público
297 págs. / 8 horas, 41 minutos / 1.598 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

Los Papeles del Doctor Angélico

Armando Palacio Valdés


Cuento


Prólogo del editor

I

¿Por qué le llamábamos doctor Angélico? Porque era ya doctor en Ciencias cuando nosotros cursábamos aún el año preparatorio de Jurisprudencia, y porque se llamaba Angel, Angel Jiménez. Una bromita de chicos que él no tomaba a mala parte porque era la bondad personificada.

La primera impresión que Jiménez producía era de desvío, casi de miedo. Unas barbas aborrascadas, unos cabellos crespos, un color cetrino, unos ojos negros ligeramente hundidos, de mirar insistente y duro; no exageraría diciendo agresivo. Pocos hombres serían capaces de resistir aquella mirada. Pero en los años que nosotros contábamos todavía no se tiene miedo a los hombres, y nuestra fuerza de afinidad no ha sufrido menoscabo. Además, Jiménez era doctor, nos llevaba cinco o seis años de edad, y en aquel período de la vida tales diferencias constituyen una superioridad a la cual rendíamos tributo, perdonando sus palabras sarcásticas y sus modales bruscos.

El primero que se convenció de que aquel hombre no era un ser atrabiliario fuí yo. Paseábamos una mañana emparejados por los corredores de la Universidad esperando la hora de clase, pues Jiménez, que aspiraba a hacerse doctor también en Filosofía y Letras, cursaba aquel año las mismas asignaturas que nosotros. Le narré, por incidencia, cierto rasgo de abnegación llevado a cabo por un individuo de mi familia, y al pasar por delante de una ventana, como la luz le diese de lleno en el rostro, observé que sus ojos estaban rasados de lágrimas, aunque sin perder su habitual dureza.


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Dominio público
297 págs. / 8 horas, 40 minutos / 248 visitas.

Publicado el 20 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

La Maja Desnuda

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


PRIMERA PARTE

I

Eran las once de la mañana cuando Mariano Renovales llegó al Museo del Prado. Algunos años iban transcurridos sin que el famoso pintor entrase en él. No le atraían los muertos: muy interesantes, muy dignos de respeto, bajo la gloriosa mortaja de los siglos, pero el arte marchaba por nuevos caminos y no era alli donde él podía estudiar, á la falsa luz de las claraboyas, viendo la realidad á través de otros temperamentos. Un pedazo de mar, una ladera de monte, un grupo de gente desarrapada, una cabeza expresiva, le atraían más que aquel palacio de amplias escalinatas, blancas columnas y estatuas de bronce y alabastro, solemne panteón del arte, donde titubeaban los neófitos, en la más estéril de las confusiones, sin saber qué camino seguir.

El maestro Renovales detúvose unos instantes al pie de la escalinata. Contemplaba con cierta emoción—como se contempla después de larga ausencia los lugares de la juventud—la hondonada que da acceso al palacio, con sus declives de césped fresco, adornados á trechos por débiles arbolillos. En lo alto de estos desmontes, la antigua iglesia de los Jerónimos, de gótica mampostería, marcaba sobre el espacio azul sus torres gemelas y sus arcadas ruinosas. El invernal ramaje del Retiro servia de fondo á la blanca masa del Casón. Renovales pensó en los frescos de Giordano que adornaban sus techos interiores. Después se fijó en un edificio de muros rojos y portada de piedra que cerraba el espacio pretenciosamente, en primer término, al borde de la pendiente verdosa. ¡Puá! ¡La Academia! Y el gesto despreciativo del artista encerró en una misma repugnancia la Academia de la Lengua y las demás Academias; la pintura, la literatura, todas las manifestaciones del pensamiento, amojamadas y agarrotadas, con una inmortalidad de momia, en los vendajes de la tradición, las reglas y el respeto á los precedentes.


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Dominio público
297 págs. / 8 horas, 40 minutos / 506 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Luchana

Benito Pérez Galdós


Novela


I

«En mi carta de ayer —decía la señora incógnita con fecha 14 de Agosto— te referí que nuestro buen Hillo me mandó recado al mediodía, recomendándome que no saliese a paseo por el pueblo, ni aun por los jardines, porque corrían voces de que los soldados y clases del Cuarto de la Guardia, los de la Real Provincial y los granaderos de a caballo, andaban soliviantados, y se temía que nos dieran un día de jarana, cuando no de luto y desórdenes sangrientos. Naturalmente, hice todo lo contrario de lo que nuestro sabio Mentor con notoria prudencia me aconsejaba: salí de paseo con dos amigos, señora y caballero, prolongándose la caminata más que de costumbre, y no exagero si te digo que anduvimos cerca de un cuarto de legua por el camino de Balsaín; luego atravesamos todo el pueblo, llegando hasta más allá del Pajarón, y nos volvimos a casita con un si es no es de desconsuelo, pues no vimos turbas sediciosas, ni soldadesca desenfrenada, ni cosa alguna fuera de lo vulgar y corriente. El drama callejero, género histórico en España, que deseábamos ver no sin sobresalto en nuestra viva curiosidad, permanecía entre bastidores, en ensayo tal vez. Sus autores, temerosos de una silba, no se atrevían a mandar alzar el telón.

»Por mi parte, te aseguro que no sentía miedo; mis acompañantes sí: sólo con la idea de que la revolución anunciada no pasase de comedia, se atrevían a presenciarla. Y comedia tenía que ser en la presunción de todos, pues de los jefes, del Comandante general del Real Sitio, Conde de San Román, nada debía temerse, conocida de todo el mundo su adhesión a la Reina y a Istúriz; de los jefes tampoco, que eran lo mejor de cada casa. Las clases y tropa no son capaces de escribir por sí solas una página de la Historia de España, y el día en que la escribieran, ¡ay!, veríamos, a más de la mala gramática de hoy, una ortografía detestable.


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Dominio público
296 págs. / 8 horas, 39 minutos / 331 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

La Calandria

Rafael Delgado


Novela


I

—¡Pobrecita! —exclamaba doña Manuela, bañados en lágrimas los ojos, al apagar, de un soplo, una larga vela de cera, amarillenta y quebrada en tres pedazos, y extinguiendo con las extremidades del índice y pulgar humedecidas en saliva, el humeante pábilo—. ¡Esta noche se nos va! ¡Pero, a Dios gracias, con todos sus auxilios!

—¿Y qué dijo el médico? —preguntó Petrita, la hija de la casera, alargando a su interlocutora otra vela.

—Dijo esta mañana que no tiene cura, y mandó que se dispusiera luego luego para recibir el viático, antes de que le volvieran las bascas. Y ahí me tiene usted, mi alma, subiendo y bajando para arreglarlo todo, en el ínter que su mamá de usted y Paulita la del 6 ponían el altar… ¡estoy rendida! por eso no entré a ver el viático.

—Deje usted, doña Manuelita: si yo también he estado apuradísima, componiendo las botellas de flores y haciendo los moños para las velas, y eso que Tiburcita me prestó los que le sirvieron el año pasado en el altar de Dolores, que si no, no acabo.

—Y está el altar que da gusto verlo; se parece al que ponen en Santa María las hijas de María —dijo, tomando parte en la conversación, una mujer de prominentes caderas y marcado bigote—; como que el padre lo ha estado mirando y remirando, como si dijera: ¡qué lindo está!

—¡Y qué tan a tiempo traje la sobrecama! —repuso doña Manuela—. ¡Con razón me dijo el gordito de La Iberia, cuando saqué el género, que estaba buena hasta para un altar! ¡Ya lo vimos… y está nuevecita!… Ya sirvió en el altar y no he de usarla. Ya lo sabe usted, Petrita: para el viernes de Dolores ahí la tiene. Yo haré los sembraditos y las aguas de color.

—Muchas gracias, Manuelita; la Virgen se lo pagará todo y no olvidará la buena voluntad.


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Dominio público
295 págs. / 8 horas, 37 minutos / 496 visitas.

Publicado el 13 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

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