Dedicatoria
Sigüenza se ve como espectáculo de sus ojos, siempre a la misma
distancia siendo él. Está visualmente rodeado de las cosas y comprendido
en ellas. Es menos o más que su propósito y que su pensamiento. Se
sentirá a sí mismo como si fuese otro, y ese otro es Sigüenza hasta sin
querer. Sean estas páginas suyas para el amigo de Sigüenza, más Sigüenza
y más él.
La llegada
Camino de su heredad de alquiler, se le aparece a Sigüenza el
recuerdo de una rinconada de Madrid. Las ciudades grandes, ruidosas y
duras, todavía tienen alguna parcela con quietud suya, con tiempo suyo
acostado bajo unas tapias de jardines. Asoma el fragmento de un árbol
inmóvil participando de la arquitectura de una casona viejecita.
Por allí se internaba muchas veces Sigüenza. La rinconada le dio su
goce a costa del cansancio de la ciudad. Allí se escaparía cuando
quisiera, llenándose el corazón y los ojos de todo aquello, como si se
llenara, de prisa, los bolsillos.
Promesa de provincia; es decir, de infancia. Detrás de un cantón
surge el horizonte de tierra labradora: follajes opulentos de la Casa
Real; nieblas del río; senderitos que se tuercen y suben, y se apartan
de Madrid, anda que andarás...
...Y al volver la memoria, le parecía a Sigüenza que volviese con
recelo sus ojos a muchas leguas de distancia. Porque, ahora, desde la
verdad rural, aquel sitio apacible, de consolación, no era sino el
principio de la ciudad, un embuste de calma.
Iba Sigüenza montado en un jumento, porque así recorrió, hacía mucho
tiempo, sus campos natales. Estaba muy gozoso, como entonces; no había
más remedio, para guardarse fidelidad a sí mismo, al que era hacía
veinte años. Y se inclinaba tocando la piel tibia y sudada de la
cabalgadura, y se miró en sus ojos, gordos, dorados y dulces como dos
frutos.
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