—Usted fue, sí, usted fue.
—¿Señora…?
—Le digo que fue usted; no sea sinvergüenza.
—Pero… ¡señora!… perdone: no sé de lo que se trata.
—¡Ah!, cínico… Devuélvame enseguida lo que ha cogido.
El hombre sintió un crujido en el armatoste de su buen juicio y se quedó viendo la cara de la rabiosa con ojos desencajados.
—¿Fue usted quien estuvo sentado junto a mí en el Teatro?
—… Sí, señora; así me parece…
—Entonces, ¿qué hizo de mi saquito de joyas?
—Pero ¿qué saquito de joyas?
—¡Oh! Esto es demasiado. Y ¡claro!, no podía ser de otra manera. ¡A
lo que hemos llegado! Usted se va conmigo, jovencito, y no diga nada
porque no quiero hacerle tomar un chasco. ¡Se ha de creer que sea yo
quien sienta vergüenza antes que él!
En la comedia moderna, el automóvil es un personaje interesantísimo; así es que se acercó un automóvil.
—A la Policía.
Anonadamiento. «¿Estoy yo loco o está ella loca? ¿Sueño o no sueño?
¿Qué es lo que me pasa? ¿Soy ladrón o no soy ladrón? ¿Existo o no
existo?». Alto grado de estupidez.
—¡Pero, señora!
—¡Vuelve usted con lo mismo! No me va a ser posible entenderme con
usted. Ya se lo he dicho. Lo que tiene que hacer es devolverme lo que ha
cogido y no venirme con lamentaciones. Nada de esto hubiera pasado si
usted me habría devuelto eso enseguida. ¿A qué vienen sus fingimientos?
—Se lo juro, señora: no sé qué es lo que usted me reclama.
—¡Cállese! ¡Cállese! Me va a hacer encolerizar. Tengo convencimiento
de que fue usted y por eso hago lo que hago. Y no sé bien por qué
procedo así. A pesar de la monstruosidad que acaba de cometer, me ha
simpatizado; si no, estuviera ya en la Policía y vergonzosamente. Pero
por algo noto que es una persona decente y estoy segura de que no
sufrirá el bochorno de las investigaciones.
Policía.
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