Textos mejor valorados disponibles | pág. 63

Mostrando 621 a 630 de 6.060 textos encontrados.


Buscador de títulos

textos disponibles


6162636465

La Inocencia Castigada

María de Zayas y Sotomayor


Cuento


En una ciudad cerca de la gran Sevilla, que no quiero nombrarla, porque aún viven hoy deudos muy cercanos de don Francisco, caballero principal y rico, casado con una dama su igual hasta en la condición. Este tenía una hermana de las hermosas mujeres que en toda la Andalucía se hallaba, cuya edad aún no llegaba a diez y ocho años. Pidiósela por mujer un caballero de la misma ciudad, no inferior a su calidad, ni menos rico, antes entiendo que la aventajaba en todo. Pareciole, como era razón, a don Francisco que aquella dicha solo venía del cielo, y muy contento con ella, lo comunicó con su mujer y con doña Inés, su hermana, que como no tenía más voluntad que la suya, y en cuanto a la obediencia y amor reverencial le tuviese en lugar de padre, aceptó el casamiento, quizá no tanto por él, cuanto por salir de la rigurosa condición de su cuñada, que era de lo cruel que imaginarse puede. De manera que antes de dos meses se halló, por salir de un cautiverio, puesta en otro martirio; si bien, con la dulzura de las caricias de su esposo, que hasta en eso, a los principios, no hay quien se la gane a los hombres; antes se dan tan buena maña, que tengo para mí que las gastan todas al primer año, y después, como se hallan fallidos del caudal del agasajo, hacen morir a puras necesidades de él a sus esposas, y quizá, y sin quizá, es lo cierto ser esto la causa por donde ellas, aborrecidas, se empeñan en bajezas, con que ellos pierden el honor y ellas la vida.


Leer / Descargar texto


33 págs. / 57 minutos / 371 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Oficiosidad No Agradecida

Ricardo Palma


Cuento


Cuentan las crónicas, para probar que el arzobispo Loayza tenía sus ribetes de mozón, que en Lima había un clérigo extremadamente avaro, que usaba sotana, manteo, alzacuello y sombrero tan raídos, que hacía años pedían a grito herido inmediato reemplazo. En arca de avariento, el diablo está de asiento, como reza el refrán.

Su ilustrísima, que porfiaba por ver a su clero vestido con decencia, llamole un día y le dijo:

—Padre Godoy, tengo una necesidad y querría que me prestase una barrita de plata.

El clérigo, que aspiraba a canonjía, contestó sin vacilar:

—Eso, y mucho más que su ilustrísima necesite, está a su disposición.

—Gracias. Por ahora me basta con la barrita, y Ribera, mi mayordomo, irá por ella esta tarde.

Despidiose el avaro contentísimo por haber prestado un servicio al señor Loayza, y viendo en el porvenir, por vía de réditos, la canonjía magistral cuando menos.

Ocho días después volvía Ribera a casa del padre Godoy, llevando un envoltorio bajo el brazo, y le dijo:

—De parte de su ilustrísima le traigo estas prendas.

El envoltorio contenía una sotana de chamalote de seda, un manteo de paño de Segovia, un par de zapatos con hebilla dorada, un alzacuello de crin y un sombrero de piel de vicuña.

El padre Godoy brincó de gusto, vistiose las flamantes prendas, y encaminose al palacio arzobispal a dar las gracias a quien con tanta liberalidad lo aviaba, pues presumía que aquello era un agasajo o angulema del prelado agradecido al préstamo.

Nada tiene que agradecerme, padre Godoy —le dijo el arzobispo—. Véase con mi mayordomo para que le devuelva lo que haya sobrado de la barrita; pues como usted no cuidaba de su traje, sin duda porque no tenía tiempo para pensar en esa frivolidad, yo me he encargado de comprárselo con su propio dinero. Vaya con Dios y con mi bendición.


Leer / Descargar texto


1 pág. / 2 minutos / 555 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Mercader de Venecia

William Shakespeare


Teatro, Tragedia


PERSONAS DEL DRAMA.

EL DUX.

EL PRÍNCIPE DE MARRUECOS.
EL PRÍNCIPE DE ARAGON, pretendientes de Pórcia.

ANTONIO, mercader de Venecia.

BASANIO, su amigo.

SALANIO.
SALARINO.
GRACIANO.
SALERIO, amigos de Antonio.

LORENZO, amante de Jéssica.

SYLOCK, judío.

TÚBAL, otro judío, amigo suyo.

LANZAROTE GOBBO, criado de Sylock.

EL VIEJO GOBBO, padre de Lanzarote.

LEONARDO, criado de Basanio.

BALTASAR.
ESTÉFANO, criados de Pórcia.

PÓRCIA, rica heredera.

NERISSA, doncella de Pórcia.

JÉSSICA, hija de Sylock.

Senadores de Venecia, Oficiales del Tribunal de Justicia, Carceleros, Criados y otros.

La escena es parte en Venecia, parte en Belmonte, quinta de Pórcia, en el continente.

ACTO I.

ESCENA PRIMERA.

Venecia.—Una calle.

ANTONIO, SALARINO y SALANIO.

ANTONIO.

No entiendo la causa de mi tristeza. Á vosotros y á mí igualmente nos fatiga, pero no sé cuándo ni dónde ni de qué manera la adquirí, ni de qué orígen mana. Tanto se ha apoderado de mis sentidos la tristeza, que ni áun acierto á conocerme á mí mismo.

SALARINO.

Tu mente vuela sobre el Océano, donde tus naves, con las velas hinchadas, cual señoras ó ricas ciudadanas de las olas, dominan á los pequeños traficantes, que cortésmente les saludan cuando las encuentran en su rápida marcha.

SALANIO.

Créeme, señor: si yo tuviese confiada tanta parte de mi fortuna al mar, nunca se alejaria de él mi pensamiento. Pasaria las horas en arrancar el césped, para conocer de dónde sopla el viento; buscaria continuamente en el mapa los puertos, los muelles y los escollos, y todo objeto que pudiera traerme desventura me seria pesado y enojoso.

SALARINO.


Leer / Descargar texto

Dominio público
60 págs. / 1 hora, 45 minutos / 7.797 visitas.

Publicado el 25 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Angelina

Rafael Delgado


Novela


PRÓLOGO DE LA PRIMERA EDICIÓN

Allá te va esa novela, lector amigo; allá te van esas páginas desaliñadas o incoloras, escritas de prisa, sin que ni primores de lenguaje ni gramaticales escrúpulos hayan detenido la pluma del autor. Son la historia de un muchacho pobre; pobre muchacho tímido y crédulo, como todos los que allá por el 67 se atusaban el naciente bigote, creyéndose unos hombres hechos y derechos; historia sencilla, vulgar, más vivida que imaginada, que acaso resulte interesante y simpática para cuantos están a punto de cumplir los cuarenta. Como el Rodolfo de mi novela, gran lector de libros románticos, eran todos mis compañeros de mocedad,—te lo aseguro a fe de caballero,—y ni más ni menos que como Villaverde algunas ciudades de cuyo nombre no quiero acordarme.

Ruégote por tu vida, amigo lector, que no te metas en honduras, que no te empeñes en averiguar dónde está Villaverde, cuna de mi protagonista. Mira que perderías el tiempo y correrías peligro de mentir. Ya sabes que los noveladores inventan ciudades que no existen, y de las cuales no te daría noticia ni el mismísimo García Cubas.... Tampoco busques en los capitulejos que vas a leer hondas trascendencias y problemas al uso. No entiendo de tamañas sabidurías, y aunque de ellas supiera me guardaría de ponerlas en novela; que a la fin y a la postre las obras de este género,—poesía, pura poesía,—no son más que libros de grata, apacible diversión para entretener desocupados y matar las horas, libritos efímeros que suelen parar, olvidados y comidos de polilla, en un rincón de las bibliotecas. Además: una novela es una obra artística; el objeto principal del Arte es la belleza, y... ¡con eso le basta!


Leer / Descargar texto


290 págs. / 8 horas, 28 minutos / 771 visitas.

Publicado el 28 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

El Hijo del Corsario Rojo

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE

Capítulo I. La Marquesa de Montelimar

—¡El señor conde de Miranda!

Este nombre, pronunciado en alta voz por un esclavo galoneado, vestido de seda azul con grandes flores amarillas, y de piel negra como el carbón, produjo impresión profunda entre los innumerables invitados que llenaban las magníficas estancias de la marquesa de Montelimar, la bella, celebrada por todos los aventureros y por todos los oficiales de mar y de tierra de Santo Domingo.

El baile, animadísimo hasta aquel momento, interrumpióse de pronto, porque caballeros y damas precipitáronse casi hacia la puerta del salón grande, como atraídos por irresistible curiosidad de ver de cerca a aquel conde, que según decían había hecho volver la cabeza a mucha gente en las pocas horas que se dejó ver en las calles de la capital de Santo Domingo.

Apenas el criado negro levantó la rica cortina de damasco con ancha franja de oro, apareció el personaje anunciado.

Era un arrogante joven de veintiocho a treinta años, de estatura más bien alta, continente elegantísimo, que denunciaba al gran señor, ojos negros y ardientes, bigotes negros rizados hacia arriba, y piel blanquísima, cosa bastante extraña en un comandante de fragata, acostumbrado a navegar bajo el sol abrasador del Golfo de México.

Aquel extraño e interesante personaje, tal vez por capricho, iba vestido todo de seda roja.

Roja era la casaca, rojos los alamares, rojos los calzones, rojo el amplio fieltro, adornado con larga pluma, y también los encajes, los guantes y aun las altas botas de campaña; ¿qué más? Hasta la vaina de la espada era de cuero rojo.


Leer / Descargar texto


349 págs. / 10 horas, 11 minutos / 1.611 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Últimos Filibusteros

Emilio Salgari


Novela


Capítulo I. Un tabernero terrible

—Co… co… co. ¡Qué querrás decir, por todos los truenos y tempestades del Cantábrico! Co… co. Ya sé que hay papagayos llamados Cocós, pero estoy por creer que no será uno de esos pintarrajeados volátiles quien me haya escrito esta carta… Mejor será interrogar a mi mujer, la cual, quizás, tampoco pueda descifrar estos garabatos. En fin: ¡Panchita!

Una robusta hembra de unos treinta y cinco años, morena, de ojos almendrados como andaluza, graciosamente ataviada y con las mangas recogidas para lucir unos bien torneados y mórbidos brazos, salió detrás de un largo mostrador de caoba, donde se hallaba fregoteando vasos, y dijo:

—¿Qué deseas, Pepito?

—¡Diablo de Pepito! Yo soy un señor Barrejo y no un Pepito cualquiera. ¿Cuándo te acordarás, mujer, de que yo soy un noble de Gascuña?

—Pepito es un nombre más dulce.

—Pues déjatelo para Sevilla.

El que hablaba así era un hombrote alto y enjuto, con dos bigotes enmarañados y algo grises y de rasgos enérgicos que no se adaptaban bien a un tabernero.

Con las piernas rígidas, clavado frente a una mesa ocupada por una media docena de mestizos, que se encontraban agotando una jarraza de mezcal, fijaba sus ojos grises, relampagueantes como el acero, sobre un trozo de carta.

—Lee tú, Panchita —dijo, alargando la hoja a la mujer—. No se escribe así en Gascuña, ¡por todos los estruendos del mar de Vizcaya!

—¡Caramba! —respondió—. Nada entiendo.

—Son, pues, unos burros los castellanos —exclamó el tabernero, estirándose más sobre sus plantas—. Y no obstante allá se habla la purísima lengua de la grande España.

—¿Y en Gascuña? —añadió la hermosa morena, con una carcajada—. ¿No son burros en tu país, Pepito?

—Déjame Gascuña a un lado; es ella una tierra elegida que solo a espadachines nutre.


Leer / Descargar texto


305 págs. / 8 horas, 53 minutos / 1.034 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Tesoro de los Incas

Emilio Salgari


Novela


Capítulo I. El ingeniero Webber

La noche del 30 de noviembre de 1869, mientras una espesa lluvia azotaba la tierra y los tejados de las casas, y un viento endiablado y frigidísimo silbaba entre las desnudas ramas de los árboles, un vigoroso caballo salpicado de lodo hasta el cuello, y montado por un hombre armado de larga carabina, entraba a galope en Munfordsville, pequeña e insignificante aldea, situada casi en el riñón del estado de Kentucky, en la América del Norte.

Si alguno de los aldeanos hubiese visto a aquel hombre corriendo a horas tan avanzadas de la noche, y con tan horrible temporal, por las calles de la aldea, sin duda se habría apresurado a encerrarse en su casa y atrancar puerta y ventanas por miedo a tenérselas que haber con aquel siniestro jinete.

El cual, con su elevada estatura, su sombrero de fieltro adornado de una pluma, su amplio capote, sus altas botas de montar y su carabina, no podía menos, en verdad, de producir a primera vista alguna inquietud.

Más quien le hubiese mirado de cerca, se habría tranquilizado al punto. El rostro de aquel hombre era franco, abierto, nobilísimo, de frente alta y espaciosa, aunque surcada tal vez de precoces arrugas, ojos negros hermosísimos, algo melancólicos y coronados de grandes cejas, nariz recta y delgados labios sombreados de un tanto áspero bigote.

Apenas llegó el caballo ante las primeras casas de la aldea, el jinete que miraba atentamente a derecha e izquierda, como si buscase a alguien, metió la mano en un bolsillo interior de su chupa de terciopelo negro y sacó un magnífico reloj de oro.

—Las doce —dijo, acercándole a los ojos—. Con esta obscuridad, no será fácil encontrar la puerta. Pero ahora que me acuerdo, sobre ella debe de haber un canwass-bach disecado.


Leer / Descargar texto


156 págs. / 4 horas, 34 minutos / 1.216 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

A la Conquista de un Imperio

Emilio Salgari


Novela


Primera parte. A La Conquista De Un Imperio

1. Milord Yáñez

La ceremonia religiosa que había hecho acudir a Gauhati —una de las ciudades más importantes del Assam indio— a millares, y millares de devotos seguidores de Visnú, llegados desde todos los pueblos bañados por las sagradas aguas del Brahmaputra, había terminado.

La preciosa piedra de salagram, que no era otra cosa que una caracola petrificada —del tipo de los cuernos de Ammón, de color negro—, pero que ocultaba en su interior un cabello de Visnú, el dios protector de la India, había sido llevada de nuevo a la pagoda de Karia y, probablemente, escondida ya en un lugar secreto conocido solamente por el rajá, sus ministros y el sumo sacerdote.

Las calles se vaciaban rápidamente: pueblo, soldados, bayaderas y tañedores se apresuraban a regresar a sus casas, a los cuarteles, a los templos o a las fondas para refocilarse después de tantas horas de marcha por la ciudad, siguiendo el gigantesco carro que llevaba el codiciado amuleto y, sobre todo, el divino cabello cuya posesión envidiaban todos los estados de la India al afortunado rajá de Assam.

Dos hombres, que destacaban por sus ropas, muy distintas a las que vestían los indios, bajaban lentamente por una de las calles centrales de la populosa ciudad, deteniéndose de vez en cuando para cambiar unas palabras, en particular cuando no tenían cerca hombres del pueblo ni soldados.

Uno era un hermoso tipo de europeo, sobre la cincuentena, con la barba canosa y espesa, la piel un poco bronceada, vestido de franela blanca y con un ancho fieltro en la cabeza, parecido al típico sombrero mejicano, con unas bellotitas de oro en torno a la cinta de seda.


Leer / Descargar texto


349 págs. / 10 horas, 11 minutos / 1.891 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Eutifrón

Platón


Diálogo, Filosofía


Eutifrón: ¿Qué novedad, Sócrates? ¿Abandonas tus hábitos del Liceo para venir al pórtico del Rey? Tú no tienes, como yo, procesos que te traigan a aquí.

Sócrates: Lo que me trae aquí es peor que un proceso, es lo que los atenienses llaman negocio de Estado.

Eutifrón: ¿Qué es lo que me dices? Precisamente alguno te acusa; porque jamás creeré que tú acuses a nadie.

Sócrates: Seguramente que no.

Eutifrón: ¿Es otro el que te acusa?

Sócrates: Sí.

Eutifrón: ¿Y quién es tu acusador?

Sócrates: Yo no le conozco bien; me parece ser un joven, que no es conocido aún, y que creo se llama Melito, de la villa de Pithos. Si recuerdas algún Melito de Pithos de pelo laso, barba escasa y nariz aguileña ese es mi acusador.

Eutifrón: No le recuerdo, Sócrates. ¿Pero cuál es la acusación que intenta contra ti?


Leer / Descargar texto

Dominio público
22 págs. / 38 minutos / 1.281 visitas.

Publicado el 12 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Romancero Gitano

Federico García Lorca


Poesía


Romance de la luna, luna

A Conchita García Lorca

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye, luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye, luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

Cómo canta la zumaya,
¡ay cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.

Preciosa y el aire

A Dámaso Alonso

Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene,
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.

Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento, que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira a la niña tocando
una dulce gaita ausente.


Leer / Descargar texto

Dominio público
15 págs. / 26 minutos / 3.596 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

6162636465